En la región paisa es muy común el juego de la tapita, en la cual un jugador manipula con sus dedos cinco tapitas debajo de las cuales hay una bolita. Los jugadores son curtidos prestidigitadores que mueve los dedos y las manos a una velocidad a sombrosa, y luego preguntan ¿Dónde está la tapita?
Por supuesto nadie gana porque el juego tiene su trampa y no hay bolita, pues casi siempre esta bien escondida en el bolsillo del tahúr. Este aprovecha los días del mercado, los fines de semana y las fiestas patronales de pueblo para instalarse en cualquier esquina para esquilmar a campesinos que bajan de madrugada, muy temprano, a vender el café.
Hoy la rutina de pueblo es diferente, pues dos tipos de corbata, bien vestidos se apoderaron de una banca del parque y están jugando a la tapita desde muy temprano.
—Son unos “dotores” de Bogotá que están conociendo el pueblo—dicen unos—.
—¡No son unos mejicanos que vinieron a comprar cafetales pa sembrar aguacate! Dicen otros.
Es Domingo, pero es un día extraño puesto que alrededor de la plaza amanecieron cuatro Mercedes Benz negros, con unos tipos mal encarados que han permanecido en sus carros todo el tiempo. A veces bajan los vidrios polarizados y se alcanza a ver que hablan por celular todo el tiempo y miran para todos lados.
En esas, la gente sale de misa de doce y descubre que los cachacos han puesto la tabla de La Bolita sobre el lomo de una banca. Están de rodillas y parecen rezar. Los Mercedes negros siguen en su sitio.
La gente del pueblo esta mosca y quienes salen de la iglesia empiezan a recorrer los senderos el camino del parque y se hacen los distraídos, con la torcida intención de pasar cerca de los dos forasteros y saber de que hablan.
Se escuchan las voces. La una es chillona como una flauta y la otra es ronca como el bajo profundo de Kurt Moll cantando O Isis und Osiris. El uno es mas viejo, estrena una dentadura muy blanca y sonríe todo el tiempo. El mas joven usa gruesas gafas de carey y nunca sonríe, como si lo atormentara una amargura muy profunda
La vocecilla dice: Te cambio una maquinaria excelente para ganar elecciones. Ha funcionado a la perfección durante 40 años y necesita poco aceite.
—Ja ja responde Garganta Profunda. Esos aparatejos ya no funcionan, yo tengo otro modelo mas reciente y mejor, además el aceite me llega directamente desde Venezuela. Él aparenta una finguida indiferencia ante la oferta y cuando le toca el turno de mover las tapitas, se inclina y sus gafas casi tocan la tabla del juego.
—Me parece muy sospechoso que te inclines tanto sobre la tabla.
—No, como se te ocurre, yo soy medio cegatón y necesito agacharme mucho para mover las tapitas. ¿Quién te ha dicho que te voy a hacer trampa? Luego levanta la tapa y la bolita no aparece. ¡El tramposo es otro! Exclama con ironía.
El ambiente se pone tenso y el aire se puede cortar con un cuchillo. La gente ha formado un corrillo alrededor de los jugadores y escucha:
—¿ Que me das a cambio de entregarte mi maquinaria? Ofréceme algo dice el viejo.
El mas joven piensa un instante y ruge con su voz de trueno: ¡La tengo! Tu sabes que al final de este desastroso gobierno tu señora y tus dos hijos se quedaran sin empleo; yo te ofrezco un ministerio, una EPS y una embajada.
—¡Yo jamás he sido clientelista! Dice el viejo con una ira contenida. Luego de un instante continúa, no es suficiente. Montar esa maquinaria me ha costado muchos años de trabajo. Además que te hace pensar que tu serás el presidente? ¡Nadie en este país sube sin mi apoyo!
—Tu ponte las pilas, el Partido Liberal desaparecerá si no se une al Pacto Histórico.
—Yo te propongo que si nos unimos para combatir la corrupción, seremos indestructibles.
—Cierto, ya tengo el eslogan de nuestro movimiento; “Bienvenido al Futuro” dice el cegatón.
—Déjame pensarlo y en una semana seguimos nuestra negociación.
—Esto no es una negociación, solo es una charla de aproximación.
Entonces dejan abandonadas la bolita en el parque y parten veloces en sus autos con sus guarda espaldas.
¡Ciao! Nos vemos en una semana.