Hace poco más de dos meses cambié de ciudad, ahora resido en Medellín, la ciudad de la eterna primavera. La ciudad de una amabilidad que a veces me hastía, pero menos mal cuento con la amargura de un par de vigilantes y algunos residentes en el edificio donde vivo, que me devuelve a la realidad.
En las calles la gente saluda, cosa rara para mí que viví toda la vida en Bogotá y donde la actitud de las mayorías es estar predispuesto y “malacaroso”, donde se vive con una “amarga en la botella y en el ánimo”, pero acá las cosas son distintas, la gente no anda a las carreras, un trancón o taco como le dicen, es una congestión de 10 o 15 minutos, y uno acostumbrado a la hora de taponamiento en cualquier vía de Bogotá. El frío es estar a 17 grados. El pico y placa “tormentoso” es un día a la semana.
Me encanta salir y tomar fotos de los árboles, los pájaros y hoy de una familia de micos que saltaban por unas escaleras aéreas, que les habían construido para que pasarán de una calle a la otra. La verdad ha sido una maravillosa experiencia. Aunque no me acostumbro del todo a esta tranquilidad.
Un día a la semana tomó taxi para llevar a los mellizos al colegio y uno de esos días, tomé un taxi conducido por un señor, de más de 65 años, creo yo, para recoger a mis hijos, como siempre, conversador, los temas: el clima, los trancones, al final salió el tema de las elecciones y una gota de sudor recorrió mi frente, pues tras los comentarios del señor que conducía el taxi, presumía que atacaría inmisericordemente la propuesta política del Pacto Histórico y por supuesto a Gustavo Petro.
El señor arrancó con varias aclaraciones, que él seguía apoyando a Uribe y que gracias a él Colombia tenía seguridad, que las farrr, y que la inversión extranjera, claro, la misma perorata que dicen quienes defienden la gestión de Uribe Vélez, por su edad y por la forma respetuosa que estaba la conversación, opté por no cuestionar lo que considero ha sido la época más violenta y sanguinaria de la historia de Colombia. Los ocho años de Uribe Vélez, el gobierno de Santos y Duque; años de muerte y masacres.
Mi amigo el taxista, miraba por el espejo, con sus ojos de abuelo bonachón; mientras conversábamos de política, me contaba cuál era el nombre de cada árbol que adorna la 80 y se colaban las microhistorias de su finca, su trabajo en el campo. Un hombre de campo, sabio, esa sabiduría que dan los años, lo miraba y no entendía cómo alguien tan sensato podía apoyar a Uribe.
Finalizando nuestro recorrido, me lanzó una frase que me dejo impactado. Me dijo: yo creo que debemos darle la oportunidad a Petro, este pueblo ha aguantado mucha hambre y cada que Uribe nos dice por quién votar, la caga, mire este “huevón” (la primera palabra de grueso calibre que salió de la boca de mi interlocutor), refiriéndose a Iván Duque, no ha hecho nada, cuatro años sentado o viajando y el pueblo jodido. Yo creo que tanto que habla y dice Petro, pues que lo demuestre, que demuestre de qué es capaz.
Al bajarme del taxi, me miró fijamente, me entregó el cambio y me dijo, yo voy a votar por Petro.
Le agradecí su servicio, su conversa y le dije, yo también. Mi amigo taxista, se bajo el tapabocas y mostró una sonrisa cómplice, de esas que solo se ven cuando sabemos que vienen cosas mejores para el país.