Las élites tienen miedo de perder el control del Estado que por siglos han sostenido. De su miedo salen fantasmas, angustias y emociones que no logran detener.
Inventan enemigos, hacen cálculos sobre conexiones, intersecciones y vínculos de otros para conspirar contra ellos y “fabrican” a sus enemigos, para hacer que la gente les tenga miedo.
En la historia siempre los poderosos han usado la tecnología del miedo, crear miedo, mantener el control de la población a través del miedo.
Han asesinado, exterminado pueblos enteros, lideres, intelectuales, sabios y mendigos para mantenerse a salvo y conjurar sus miedos.
Implantar el miedo constituyó la mejor estrategia de la tecnología del terror nazi para manipular a la opinión pública con métodos de educación y propaganda pensada para el odio.
Con miedo lograron que el horror se volviera razonable, provocaron euforia, detuvieron las emociones frente al dolor y evitaron que se pudieran ver los hechos en su dimensión de tragedia real.
Del miedo creado obtuvieron el control sin límite del Estado, del gobierno, las instituciones, el capital, el trabajo y la obediencia ciega a ellas de los ejércitos de la nación.
Infundir miedo fue la mejor tecnología del Fürher para imponer “la nueva mentalidad” en el Reich, sin lugar a expresiones de derechos humanos, víctimas, ni democracia. Bastaba la palabra del líder para que algo existiera o no.
Una vez creado y extendido el miedo, depositado en cada cuerpo humano, le vendió la idea de que eran una raza superior pura, amenazada por impuros a los que debía eliminar y los eliminó.
El partido nazi infiltró a organizaciones civiles y políticas, sindicatos, organizó autoatentados para culpar a los impuros, modeló a su enemigo único y llamó a enfrentarlo con todas las energías de odio y fe por quienes ofrecían su lealtad al Fürher o creían en la palabra de su reino.
Asentado el miedo en cada cuerpo humano y social, lo demás era atacar al enemigo de todas las maneras posibles, solo importaba fortalecer al líder y exterminar al enemigo creado, borrar su historia, su nombre, su existencia.
Ese tipo de miedo es el que sostiene al poder de las élites, de allá y de aquí, que tienden a reaccionar sin compasión, con odio, con venganza, con sevicia para no perder su poder.
En Colombia hay también otro miedo, real, cotidiano, contrario al de las élites. Es el miedo que padecen quienes están al arbitrio de esas élites, los que se niegan a hacer parte de esa “nueva mentalidad” del líder y del partido en el poder y sus aliados, que tiene origen en la seguridad democrática.
Es el miedo de los otros a la desigualdad y la violencia que deja irreparables consecuencias sobre sus cuerpos, mentes, vínculos sociales, confianza colectiva, organizaciones y sistema democrático.
Es el miedo por el presente sin condiciones ni garantías para vivir con dignidad. Miedo a pensar, hablar y actuar en diferencia sin temores, a promover una democracia real sin interferencias de los gobernantes, ni imparcialidad de la justicia, sin temor a hacer política contraria a la del poder hegemónico y sin el acoso y amenaza de ejércitos, mercenarios y sicarios que se prestan favores con las tropas oficiales.
Ese miedo a ser negados lo comparte la mayoría de la población que busca detener el fascismo en todas sus modalidades y en todos sus frentes. Es un miedo común que hace causa en defender derechos, libertades, justicia imparcial y democracia real, no solo formal.
La gente, excluida y al margen de toda expresión pública una y, otra movilizada y en las calles, tiene miedo a ser en cualquier momento la nueva víctima de la barbarie que retornó con el No del partido en el poder que impidió implementar la paz pactada.
El miedo es también colectivo a que las élites no estén dispuestas en ninguna circunstancia a perder el control y acudan a dictadura de las armas de la nación a instalarse en el estado, de la mano de generales y coroneles comprometidos con narcotráfico, masacres y delitos de alta gravedad internacional, que también tienen miedo a no obtener la impunidad ofrecida o ser traicionados por la clase política que les aseguro su protección.
El miedo más temible es a que el hambre alcance a quienes parecían inmunes o a enfermarse y morir a merced de un sistema de negocios de salud y ser solo una cifra hecha cenizas.
Es también miedo al desempleo que produce olvido, esquizofrenia y exclusión. Miedo a ser joven, viejo, trans, mujer, pobre, indio, afro, campesino, soldado, adversario político, sencillamente otro, expuesto a la agresión de instituciones y funcionarios indolentes y contaminados de corrupción y miedo incluso a ser un meme en redes y fake news producidos en las bodeguitas del horror.
Es miedo individual a ser otro sin existencia política en el presente y colectivo a que quienes están en el poder se perpetúen por encima de la ley y sigan siendo parte del selecto grupo de intocables creadores de la tragedia vivida.
El miedo es fuente, padre y cómplice de la ira vengativa (M. Nusbaum), que contamina y degrada la convivencia, el lazo social y la confianza.
Con el miedo a lo que podría suceder, el partido nazi destruyó la dignidad humana de la humanidad entera, pero también con miedo, como lo relata García Márquez en el cuento Algo malo va a suceder en este pueblo la emoción eliminó la razón y la conciencia, llevó a actuar sin control, a partir de que una persona amaneció con una rara sensación de miedo que rápidamente se extendió a todos los habitantes del pueblo hasta que algo pasó.
Al caer el día alguien no soportó más la rara sensación y dijo: “Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendió y otros incendiaron también sus casas. Huyeron en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos la señora que tuvo el presagio, exclamó: Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca”.
El miedo instalado sobre los otros, en el actual contexto preelectoral, se infunde de muchas maneras, desinformación con matrices informativas de sesgos y vetos; alianza de medios vinculadas a intereses de inversionistas, banqueros y elites globales y locales; pancartas insultantes; historias a medias; papel inquisidor de “periodistas militantes”; falsas noticias; panfletos; amenazas; montajes judiciales; hechos de terror; parcialidad y tomas de partido de los gobernantes.
Las élites en el poder para disimular sus miedos distribuyen en toda la sociedad la rara sensación de peligro y miedo, en búsqueda de que todos huyan en desbandada y ellos puedan perpetuarse, pero que antes de irse y quedar a su merced y arbitrio arrogante quemen sus casas para que sepan que algo iba a suceder.