Echando al agua a los covidiotas y a la universidad que no entendieron nada después de pandemia

Echando al agua a los covidiotas y a la universidad que no entendieron nada después de pandemia

En su tiempo, el filósofo Ortega y Gasset definió en forma precisa lo que debe ser la universidad: la inteligencia como institución. Por lo visto, ya no es así

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
febrero 25, 2022
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Echando al agua a los covidiotas y a la universidad que no entendieron nada después de pandemia
Foto: Pixabay

Las covidioteces: lo que no hizo la universidad en estos años de pandemia

En su tiempo, el ilustre filósofo español José Ortega y Gasset definió en forma precisa lo que debe ser la universidad, como sigue: la inteligencia como institución.

Ahora bien, una cosa es un ideal expresado en una buena definición como esta y otra, bien distinta, lo que muestran los hechos, máxime cuando los mismos son tozudos a más no poder. En especial, los hechos que este primer par de años de pandemia ha permitido acopiar. Es la sempiterna condición humana al fin de cuentas.

Sobre todo, el mundo universitario ha dado muestras de ir en contravía en materia de mala comprensión y pésima actuación frente a esta pandemia.

En concreto, los numerosísimos ejemplos al respecto quedan englobados bajo un neologismo surgido en esta pandemia, que apareció por vez primer en 2020, en el Oxford Advanced Learner's Dictionary: ‘covidiota’.

En nuestro idioma, la Real Academia Española lo define como sigue: "Que se niega a cumplir las normas sanitarias para evitar el contagio de la covid". En sus canales de YouTube, médicos como Juan Ignacio Veller, Octavio Arroyo y Víctor Manuel Encina brindan unas muestras amplias de covidioteces que han detectado sobre todo en ámbitos como la política, la administración, la academia y las redes sociales.

Pero, claro está, estos médicos distan en mucho de haber agotado la panoplia de ejemplos al respecto. Veamos alguno que otro bien cercano a nosotros.

En diciembre de 2020, un antiguo compañero mío de estudios de posgrado, quien funge como un alto funcionario en el área cultural del Tecnológico de Antioquia, viajó con su familia a Miami pese a los consejos que varios le dimos en un intento por disuadirle. El propósito de su viaje: ir a conocer Disney World.

Naturalmente, un ejemplo como este es muy ilustrativo dado que, en la larga historia de las epidemias y las pandemias, la causa principal de las mismas ha sido la propagación de microorganismos patógenos que van a bordo de los cuerpos de los viajeros. Por ejemplo, la peste que azotó al Imperio Bizantino en época de Justiniano llegó así desde China.

Por el estilo, se me viene a la mente un antiguo alumno mío, quien, hace poco, viajó desde el norte de Europa para visitar a su familia. Me pregunto por qué más bien no le sacó un buen partido a las plataformas disponibles para conferencias virtuales tales como Google Meet, Zoom y Microsoft Teams, entre otras.

Al fin y al cabo, la Tierra es un planeta liliputiense en términos cósmicos, por lo que, para decirle a nuestros seres queridos lo mucho que los queremos, las modernas tecnologías de la información y la comunicación nos facilitan las cosas en un santiamén.

En diversas ocasiones en estos dos años, algunos libreros me han rogado con frenesí que haga a un lado la bioseguridad a un lado para ir a sus minúsculas librerías para tomar tinto y comprarles libros.

En fin, esta es la hora en la que aún no han podido entender que un tinto se toma con bioseguridad, hecho a nuestro gusto y a menor costo en la propia casa y que los libros se pueden adquirir de forma biosegura en plataformas como Buscalibre, Casa del Libro, Amazon y otras similares. Por cierto, todos estos libreros se han contagiado de covid.

En lo relativo a la administración universitaria, no han faltado los funcionarios que, también con frenesí, y con improvisación más que evidente, han querido presionarnos a nosotros los profesores para que vayamos innecesariamente en estos dos años a los campus para prestarles las llaves de nuestras oficinas con el fin de hacer cosas baladíes como cambiar lámparas y cortinas, poner cables de fibra óptica, etcétera.

Del mismo modo que los libreros antedichos, estos funcionarios no han caído en cuenta que las oficinas universitarias, al igual que las aulas, los auditorios, las bibliotecas, las cafeterías y los restaurantes, son espacios muy poco convincentes desde el punto de vista de la bioseguridad. En otras palabras, ahora que, de forma insensata, se retoman las actividades presenciales, el sentido común sugiere reducir al mínimo el uso de tales espacios.

En días pasados, estudiantes de Ingeniería de Petróleos y de Química de la Facultad de Minas me invitaron con amabilidad para fungir como jurado en una presentación de trabajos y proyectos al respecto.

Cosa curiosa, han elegido hacerla en un auditorio, un espacio cerrado, cuando se cuenta con opciones mucho mejores de espacios abiertos, como el llamativo pórtico del bloque M3 habida cuenta de los bellos frescos y relieves allí ubicados del maestro Pedro Nel Gómez.

En todo caso, les he recomendado, en caso de insistir con el auditorio de marras, que refuercen la bioseguridad con la medición permanente de la concentración de dióxido de carbono, puesto que, si ésta excede las 700 partes por millón, significa que es alto el riesgo de infección por covid y que, en tal situación, sería menester ventilar mejor el local o proceder a la evacuación del mismo.

Un ejemplo como éste ilustra otra situación que encuentro preocupante, a saber: el estudiantado universitario no da muestras de ser muy estricto en materia de bioseguridad.

Y, para colmo, tampoco muchos profesores y administradores, con lo cual dan pábulo para fomentar escenarios de contagio con motivo de la realización de eventos académicos diversos.

A estas alturas, ya perdí la cuenta de los docentes, directores de departamento, decanos, rectores, investigadores, etcétera, que no parecen entender cómo es el comportamiento de una pandemia. Es decir, que no entienden ni jota del paradigma de la evolución de la vida, de las bases mismas del darwinismo, incluida la teoría sintética de la evolución. O sea, el fundamento que permite entender por qué los virus mutan y surgen nuevas variantes a trochemoche.

En resumidas cuentas, ejemplos como estos, a los que cabe añadir muchos más, muestran que el mundo universitario todavía no ha comprendido que no tiene sentido aspirar con nostalgia ingenua a volver a la "normalidad" de otrora, a una vida as usual.

En otras palabras, aunque han transcurrido dos años de pandemia, tal mundo ha desaprovechado la ocasión, por el buen tiempo disponible, para reflexionar y aportar en lo que concierne a la corrección del rumbo que, durante décadas y décadas, ha llevado esta civilización demencial.

O, dicho de otra manera, el mundo universitario carece de mentalidad preparacionista de cara a un inevitable y obvio colapso civilizatorio.

¿Qué tal si, además de esta pandemia, se sale de madre lo suscitado por la situación en Ucrania y el mundo entra en una guerra nuclear? Se sabe que, en una situación tal, cuando todavía no hayan transcurrido siquiera doce horas, habría al menos 90 millones de muertos. Y, aunque estemos dizque lejos de esas latitudes, el planeta entero no se salvaría del inevitable invierno nuclear.

A estas alturas, viene a mi mente lo que dice la escritora jiennense Carmen Camacho: "A una cabra no te arrimes por delante, a un burro no te arrimes por detrás y a un covidiota no te arrimes por ningún sitio".

Más allá del tono irónico y humorístico de Camacho, esto sugiere que es menester ir más allá de las medidas de bioseguridad habituales, esto es, los tapabocas, el distanciamiento social y el lavado de manos, habida cuenta de que, con motivo del retorno a las actividades presenciales en las instituciones educativas y otros escenarios, no van a faltar las situaciones de covidiotez, tales como los que se creen expertos en virología y epidemiología gracias a Twitter, los avispados que propagan bulos, los que usan las mascarillas como corbatín o babero, los tontainas que se nos posen a toser cerca o respirarnos encima, los que no respetan el distanciamiento, los que insistirán (como un exdirector reciente de mi departamento) en abrazarnos y, de paso, contagiarnos, y los administradores que promueven los contagios merced a sus decisiones tomadas sin sentido común (pese a las evidencias científicas).

Recordémoslo: ya no son estos los días de José Ortega y Gasset, ya la universidad dejó de ser hace mucho tiempo la inteligencia como institución.

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