A días de las elecciones al Congreso mientras uno se mueve entre calles e informaciones apiñadas de carteles con rostros de políticos simulando mirar nobles al horizonte, no es extraño experimentar la sensación más inclemente de la náusea, del vacío, la certeza de que ese ahí fotografiado te meterá gato por liebre.
¿Por qué repugnan tanto los políticos, de dónde resulta que sea frecuente oír que gente sin odios los detesta? Pues simple y llanamente por cosas suyas que apestan; por sus abusos convertidos en regla, por aquellos ejemplos de personajes que terminaron edificando un estereotipo negativo de buena parte de quienes consiguen un lugar en el Capitolio.
No se requiere ser siquiera intuitivo para afirmar, por tanto, que inevitablemente repugnan y a la vez suscitan la peor reacción de escepticismo contra la receta de la democracia, los políticos hijos, aliados o mensajeros de paramilitares; aquellos que falsifican diplomas o tesis académicas y permanecen sin vergüenza y sin sanción, los que hablan como puro ruido, los más ignorantes que por costumbre son los más altaneros, esos que brillan sesión tras sesión por la ausencia o quienes preguntan sin pudor a sus jefes de cartel cómo votar una ley, ¡¡Anatolio vote sí!!.
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Suscitan la peor reacción los políticos hijos, aliados o mensajeros de paramilitares; aquellos que falsifican diplomas o tesis académicas y permanecen sin vergüenza y sin sanción…
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Aviva el descrédito esa mayoría que legisla para incrementar sus salarios, los codiciosos vulgares de sus propios beneficios; políticos que mueven leyes para auto-exonerarse, para que nadie pueda investigarlos ni juzgarlos; aquellos parásitos que reciben coimas con el encargo de hacer favores a empresarios, los que toman deudas para comprar votos y roban descaradamente luego para pagarlas; repugnan los expertos en intercambiar clientelas en puestos públicos, una especie de virus que aprende la receta de quedarse elección tras elección en curules convertidas en verdaderos lugares de préstamo gota a gota.
Aunque la falta de decoro de los políticos de oficio con estas huellas arrasadoras trae como consecuencia el desprestigio mismo de la política y el abandono de la idea de democracia, en ese Congreso tantas veces tildado de pestilente también transitan y sigue habiendo parlamentarios serios, comprometidos, decentes. Un puñado, se dirá, pero un puñado que sirve de contrapeso, que está vigente en la ocupación cada día más compleja de buscar que el país sea viable.
Los buenos que en efecto parecen minoría o excepción se notan también, de manera que ni hay ni que decir nombres. Ojalá estos permanezcan, la audiencia sabe quiénes son.
Es importante que para las elecciones de marzo se hayan sumado nombres de personas que ha cuestionado el ejercicio más agrietado de la política: Sandra Borda, Ariel Ávila, Luis Alonso Colmenares, quien ha sido victima directa de los amaños de la Fiscalía y del sistema judicial, o Julia Miranda, defensora trascendental del medio ambiente.
Es cierto que “por el espacio de una grieta renace la esperanza”. Así que cuando llega la náusea por ver politiqueros prometiendo cambiar el país (a cambiarlo seguro por dinero), me convenzo de que no dejaré de votar, no les entregaré en bandeja ese derecho y elegiré un buen nombre que también lo hay.
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