El año pasado corrió la noticia de que en una fría celda de Lima falleció, a la edad de 86 años, Abimael Guzmán, el peor asesino de la historia peruana, sanguinario líder del grupo comunista Sendero Luminoso que desde los años ochenta ha dejado más de 70.000 víctimas por todo el país.
Abimael Guzmán y sus seguidores del Partido Comunista Peruano se dieron a conocer a la opinión pública con un despreciable acto, que consistió en colgar una docena de perros en las calles de Lima, para posteriormente incursionar en todo tipo de atrocidades que van desde la voladura de torres de transmisión eléctrica (que dejaron sin electricidad en muchas ocasiones a los más humildes campesinos del Perú), ordenar estallar carros bombas en plazas públicas, dejando decenas de muertos, emboscar patrullas militares y asesinar a otros militantes comunistas que no se alinearon a sus macabros métodos.
El objetivo de Sendero Luminoso era tomar el poder por la fuerza, doblegar la república peruana con bombas y asesinatos, llenar el país de sangre y someter las instituciones a la perversa voluntad del terrible Abimael Guzmán y sus seguidores, con el único fin de implantar, por medio de la brutalidad, un Estado comunista de hambre y miseria, pero hoy el Perú ha dejado claro que aquellos que usen la violencia deben ser subyugados por la legítima fuerza del Estado, sometidos a la máxima pena posible y reducidos a su más pura esencia como criminales, sin ningún tipo de privilegio y sin ninguna oportunidad de negociación; el sometimiento es la única salida en un Estado con dignidad institucional.
Caso contrario al colombiano, donde Juan Manuel Santos negoció las instituciones colombianas con el grupo guerrillero de las Farc, cuyos líderes responsables de cientos de masacres, violaciones y secuestros no han pagado un solo día de cárcel, no han reparado a las víctimas y se les premió con puestos en el Congreso.
Hoy, en el día la república peruana, debe ser reconocida como un ejemplo en Latinoamérica por los resultados de su lucha contra la corrupción y su lucha contra el terrorismo. El Estado peruano no claudicó a los intereses y pretensiones del comunismo terrorista, por el contrario capturó a sus principales líderes y los encerró a perpetuidad en una celda, un buen ejemplo para nuestro amado país.