Asido a un profundo dolor por la triste suerte de Gustavo (un amigo del escritor tulueño, con un cáncer terminal y que atraviesa un verdadero viacrucis por la falta de atención médica por el cierre de Coomeva), y ante los continuos actos de corrupción que lleva a su quiebra Gardeazábal no encuentra otra salida que contar su caso sabiendo que es de miles y cientos de colombianos para realizar una catarsis emocional que libere su estado de angustia y dolor, lanzando un “¡hijueputa!”, que recoge la tragedia del pueblo colombiano.
El caso de Gustavo no es único. Es, desafortunadamente, la angustia de millones de colombianos que miran y padecen impotentes, ese juego perverso de un sistema de salud que continuamente quiebra y cierra EPS para luego trasladarlos a un nueva que obliga a suspender, aplazar o terminar procedimientos médicos vitales y de los cuales depende la vida misma.
Ese hijueputazo de Gustavo Álvarez Gardeazábal se constituye en un clamor de los colombianos para que cese esta inveterada costumbre de tratarnos en temas de salud como una mera ganancia para unos cuantos miserables que no se cansan del dolor y la tragedia de los pacientes y sus familias.
Realmente no son más que eso, psicópatas y asesinos que ponen por encima de la salud y el dolor, sus ganancias oprobiosas que laceran almas y cuerpos.
En Colombia debemos iniciar una cruzada contra estas trapisondas y maldades de esos comerciantes de la salud que nos compran y nos venden como si se tratara de una mercancía a la cual hay que sacarle la ganancia sin importar el método que se utilice.
Mezquinos que, ante su falta de conciencia y empatía social, tejen negocios y se alían con empresarios y políticos para quebrar y usufructuarse de ello; las EPS que se convierten en caja de resonancia de sus trágicos más bajos.
El silencio de los entes de control es aterrador. Mueren y padecen cientos de colombianos. Cada día se repite el mismo drama en diferentes ciudades de Colombia. Como un exorcismo sanador únicamente puedo unirme a las palabras redentoras del escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal: ¡hijueputas!