“…encuentro que a las personas con educación se les ha endurecido el corazón…”
Gandhi
En una columna anterior (Vandalismo Intangible: orgullosamente pícaro) hablé de cómo la neurociencia, la sicología y la economía conductual han demostrado científicamente que tenemos la habilidad para realizar actos deshonestos y sentirnos personas honestas al mismo tiempo. Esto no ocurre por diferencias culturales o religiosas o éticas o filosóficas, simplemente que cuando las consecuencias de nuestros actos son indirectas (o no inmediatas), nuestro cerebro tiene dificultades para sentir empatía con las personas que afectamos.
Sin usar nombres propios, tomemos como ejemplo a un exempleado genérico de Interbolsa, el cual asumamos que tenía conocimiento de las irregularidades en esa firma. Esta persona seguramente sería incapaz de robarle la cartera a una viejita en la calle porque la consecuencia de su acto sería evidente e inmediata para hacerle sentir empatía hacia la señora. Sin embargo, este personaje no tiene ningún problema en robar o dejar que otros roben a miles de colombianos porque como no ve a quiénes está afectando pues no siente empatía alguna.
Esta persona sabe que robar está mal, pero saber qué está mal no es suficiente para actuar bien. Repito: saber intelectualmente no es suficiente para actuar bien. Si el acto no genera un sentimiento de culpabilidad o de remordimiento o como se quiera llamar, pues el solo intelecto (razón) no es suficiente para actuar bien. Esto lo confirman los estudios de Dan Ariely (Duke University) y Joshua Greene (Harvard University), entre otros.
Seguro hay muchas razones para este comportamiento. En mi opinión, gran parte de la explicación se debe a nuestra devoción por el razonamiento. Desde el ‘pienso luego existo’ de Descartes y todo el racionalismo que vino después, la educación se ha preocupado principalmente por el pensar, por enseñar a pensar, pensar y pensar, olvidándose del sentir.
Mientras en los colegios y en particular en las universidades sigamos enfocándonos en enseñar a pensar sin sentir, nunca podremos eliminar la corrupción y la violencia porque seremos incapaces como ciudadanos de sentir empatía por los demás. Así, la filosofía que guiará nuestras vidas será “primero yo, segundo yo y lo que sobre para mí”.
Cuando ocurrió la discusión entre Vicky Dávila y Gustavo Lenis, muchas personas escribieron en Facebook que Vicky era una imbécil, que era la peor periodista, etc. Si esas personas tuvieran a Vicky al otro lado del teléfono no le dirían eso, seguramente le dirían algo matizado como “me pareció una muy mala entrevista”. Y si la tuvieran en frente, el comentario sería aun más matizado “Vicky, la entrevista la hubieras podido dirigir diferente”. Esta separación física dificulta que las personas puedan sentir empatía. Y no es que sean malas personas, solo que son incapaces de sentir el daño que causan. Lo mismo ocurre con algunos periodistas en algunos medios de comunicación cuando exageran y tergiversan las noticias para generar rating sin importarles el daño que causan. Y así también pasa con el resto de colombianos que manejamos agresivamente, evadimos impuestos, maltratamos a los empleados y robamos al Estado porque con tanta educación se nos ha endurecido el corazón.
Un llamado a los padres y a las instituciones educativas: olvídense de la ética o de la moralidad o de los diez mandamientos, desarrollen el sentir en los niños y el cerebro está cableado para sentir empatía y buscar el bienestar de los demás.
Una forma de desarrollar el sentir: el arte y las humanidades. ¡Qué viva el arte!