Toda elección acaba siendo alrededor de un eje con dos alternativas extremas, es decir reflejando una polarización.
Con mayor razón en el actual caso en el que todo en el país es polarización.
El eje más usual es —o debería ser— el ideológico, comúnmente calificado como de izquierda y derecha. Aquí, aunque así se denominan e incluyan un supuesto centro (y ‘centro derecha’ y ‘centro izquierda’), esto no existe puesto que ni los candidatos se definen ideológicamente ni a los votantes les llega ninguna identidad que distinga unos de otros. (Incluso algunos como Fajardo juegan a volverse neutros).
Y normalmente esta definición es alrededor de partidos así caracterizados, lo cual menos aún existe entre nosotros.
A falta de eso, otro eje, frecuente electoralmente, es el de respaldo o rechazo al gobierno de turno. Sea porque se da una cuasi unanimidad sobre lo malo que ha sido, o sea porque se considera que casi no existe, el gobierno de Duque no polariza.
En anteriores elecciones se polarizó alrededor de temas como la seguridad cuando ganó Uribe, o de la paz cuando repitió Santos; también alrededor de personas cuando era por o contra Petro.
Ahora se intentan polarizaciones en temas que para una u otra campaña parecen favorables, sea alrededor del ‘proceso de paz’, sea de la seguridad, sea de la corrupción, sea del ‘peligro del castrochavismo’. Pero la realidad es que por el momento la polarización verdadera es la subyacente entre continuismo del modelo y sistema vigentes o la alternativa de cambiarlos sin importar mucho como.
Esto encarnado en unas coaliciones cuyos candidatos compiten por mostrarse el mejor y el más representativo dentro del enfoque continuista, y otros que se presentan como el cambio, sin que pese mucho el contenido del mismo. Que el electorado desea el cambio parece evidente, por eso la ventaja que han tomado Petro y Hernández, y por eso según las encuestas los otros siguen siendo ‘los siete enanitos’.
Nuevos escenarios aparecerán con las elecciones parlamentarias, y con eso cuenta el expresidente César Gaviria, quien está jugando a convertirse en el gran elector.
Su estrategia es unirse —y supuestamente con él al Partido Liberal— al candidato que sea seguro ganador o que con el respaldo de él lo sea.
Su apuesta es que el ‘Oficialismo Liberal’ ganará uno de los números más importantes de curules y que con eso él comenzará a negociar.
Es probable, sí, que el ‘liberalismo’ gane varias curules. Sus candidatos son en su mayoría repitentes que tiene cada uno votos o propios (‘microempresas electorales’). Dependían del aval de Gaviria para poder candidatizarse pero no dependen para nada de él para salir elegidos.
Gaviria acabó con el Partido Liberal, alienando a sus bases, cambiando su ideología e obligando el exilio de sus líderes, pulverizándolo en otros partidos, volviendo sus estatutos una monarquía que depende de su director, y haciendo trampas para ser él el soberano.
Como cualquier déspota lucha por su supervivencia en el poder.
Ya ensayó y fracasó con Alejandro Gaviria. Éste se dio cuenta del rechazo que producía ese lanzamiento y se distanció (teniendo mejores resultados con ello). El César no puede arriesgarse a respaldar a otro que pueda no ser ganador.
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Ya ensayó y fracasó con Alejandro Gaviria. Éste se dio cuenta del rechazo que producía ese lanzamiento y se distanció (teniendo mejores resultados con ello)
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Como los elegidos por el partido no dependen ya de su supuesta dirección, no necesariamente actuarán como colectividad, ni tendrán mayor interés en movilizarse y gastar esfuerzos y recursos para que el César se beneficie.
Pero el voto de las verdaderas bases liberales, incluyendo la de quienes tuvieron amparo en otros minipartidos (la U, Cambio Radical, etc.), probablemente sí representarán el voto definitorio en estas elecciones. De lejos en las encuestas se muestra el liberalismo como el de mayor afinidad ideológica con no menos del 25 % de la población que así se declara.
Se da entonces la paradoja de que sí puede ser que César Gaviria acabe siendo el eje de estos comicios, en el sentido de que su aparición en respaldo de tal o cual candidato polarizará de acuerdo al poder y la ascendencia que él aún tenga sobre ese ‘liberalismo’ o según el rechazo que le produzca a los votantes de verdad liberales, que pudieran votar en contra de ‘el que diga Gaviria’.