¿Disenso político? O distancia insalvable. El caso Petro-Gaviria

¿Disenso político? O distancia insalvable. El caso Petro-Gaviria

Ese coqueteo petrista con Gaviria, no solo no puede ser de recibo, sino que entraña un error que puede traer efectos devastadores en su exitosa campaña

Por: Armando Palau Aldana
febrero 16, 2022
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¿Disenso político? O distancia insalvable. El caso Petro-Gaviria
Foto: Pixabay

Se afirma que las redes sociales son un sendero de vínculos e interacciones que facilitan la articulación de conexiones e intercambios y la militancia política que fomenta la canalización de identidades colectivas.

También son oportunidades para transitar diversos canales de opinión y el ejercicio del disenso como una herramienta de la autonomía personal, como expresión del libre desarrollo de la personalidad y particularmente la exposición de la crítica como caldero de la creación de ideas.

En el deplorable decurso de la gobernabilidad y de los escenarios políticos previos a las jornadas electorales, hemos visto a Petro como una opción de cambio.

La fluidez de su discurso y particularmente su valerosa trayectoria de denuncia de distintas facetas de la corrupción, entre las que se cuenta el paramilitarismo, nos hacen mirar con optimismo ejercer nuestro derecho político para elegirlo, en el entendido de constituir una posibilidad de cambio.

Esta transición hacia una gobernanza incluyente se da en la medida en que rompe y se distancia con los partidos y movimientos que cargan con el peso de cogobernar con una inveterada exclusión de las mayorías y la consolidación de beneficios ciertos para unas minorías, acrecentando la crisis social y dificultando el acceso a necesidades esenciales de salud, educación, seguridad alimentaria, hábitat, protección de ecosistemas, empleabilidad, emprendimiento y otros renglones más de bienestar general, cuya crítica situación se expresa con la innegable realidad de empobrecimiento del grueso de la población colombiana.

Esta favorable opinión hacia esta opción electoral, con una visión que se forma en el día a día de las campañas, entendiendo la posibilidad de un pacto como una opción de alianzas en el derrotero de una táctica, no puede en ninguna circunstancia llevarnos a omitir llamar la atención sobre movimientos fallidos y erráticos que se van consolidando en el trayecto de una percepción pública de favoritismo.

Como aquellos del generoso ofrecimiento de que no habrá persecución contra Álvaro Uribe, porque esa no es la función de un deseado gobierno nacional, que por el contrario tiene el deber de poner en conocimiento de las autoridades competentes y de la opinión pública aquellos hallazgos que con ocasión del acceso a información privilegiada desde el nivel central pueda evidenciar, pues recuerda la frase que libera de responsabilidad y genera solidaridad de cuerpo de “gobernar sin espejo retrovisor”; ello por supuesto es inaceptable.

Tampoco puede ser de recibo, corroborar en un reportaje el anunciado deseo de contar anticipadamente con el beneplácito de César Gaviria como jefe de una cuadrilla de politiqueros que se denominan liberales para avanzar hacia el triunfo en las urnas y menos como la posibilidad de hacer los ajustes a la agenda progresista de gobierno petrista.

Basta con traer a colación unos pocos referentes para validarlo. Con su efectiva capacidad de maquinación, Julio Cesar Turbay Ayala (quien institucionalizó como frase lapidaria “Es necesario bajar la corrupción a sus justas proporciones”), fungiendo como jefe único de esa colectividad roja facilitó el retorno de Luis Carlos Galán a las toldas liberales garantizándole el declive de la convención para escoger el candidato liberal a cambio de implementar la consulta abierta que reclamaba aquel.

En este trance de retorno Turbay recomendó a Galán, valerse de Gaviria como asesor de alto nivel para llegar a los sectarios gamonales del partido y fluir en su campaña presidencial, como en efecto lo hizo.

El liberalismo logró un proceso de modernización estatutaria entre los años 1998 y 2004 que permitió, precisamente durante la ausencia de Gaviria mientras se ocupaba como Secretario de la OEA, pero este dio al traste con esas conquistas al retornar a la Dirección Liberal con el ofrecimiento y facilitación de Ernesto Samper y Horacio Serpa, donde demostró una vez más ser discípulo del turbayismo dotado de una efectiva capacidad de intriga política, dirigiendo durante casi dos décadas un partido contrariando su plataforma ideológica.

Fue capaz de aniquilar nuestra ingenuidad en la militancia de la izquierda liberal nacida del ideario gaitanista. Gaviria es el responsable del apalancamiento de la apertura económica que desarrollo la privatización de buena parte de las empresas estatales y fortaleció el capitalismo salvaje que afincó el empobrecimiento de amplios sectores de la población colombiana.

Gaviria es la demostración de que aquellos que a nombre de esa colectividad electoral continúan en el Congreso y en las demás corporaciones públicas, son expertos caballistas del clientelismo.

Por ello ese coqueteo petrista, no solo tampoco puede ser de recibo, sino que entraña un error que puede traer efectos devastadores en su exitosa campaña.

No podemos seguir amparados en el adagio de que errar es de humanos y que para aliviarlo existe el perdón cristiano.

Así las cosas, probable y tristemente en adelante no tengamos el entusiasmo de afirmar que votaremos por el mejor de los candidatos, sino por el menos malo.

De ahí se desprende la vigencia del pensamiento de Nietzsche: “En determinadas circunstancias, una vegetación semejante de árboles venenosos, nacida en la putrefacción, continúa envenenando la vida con sus exhalaciones durante milenios”.

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