¿Tiene frío?, le pregunté; dijo que no, que estaba debajo de un puente donde no le caía la lluvia. ¿Cómo llegó a este lugar?, ¿a mi hogar?, exclamó, llegué sin mis padres porque ya estaban muertos, en un camión cuando era muy niño; que me dejó en el centro de esta ciudad. ¿En qué parte lo dejó?, en el parque San Antonio, respondió.
Don Jorge vivía en el campo, con sus papás y su hermana. Eran una familia unida, cree él, pues los recuerdos los tiene borrosos. Pero cuando sus padres murieron a sus 12 años de edad, su hermana lo echó de la casa. “Quería quedarse con todo, aunque solo teníamos esa casita”, manifiesta este hombre.
Aquel pequeño no sabía qué hacer, ni para dónde coger. Creyendo encontrar a alguien que le brindara ayuda en la ciudad, decidió parar un camión que iba por la carretera y pedirle al conductor que lo llevara hasta algún lugar de Medellín. Este niño creía que en la región paisa tendría alguna oportunidad.
Pero no fue así. Encontró las puertas cerradas, no tenía un lugar donde vivir o comer. Y desde temprana edad se convirtió en un habitante de calle. Hoy, don Jorge tiene 60 años y vive debajo del puente Niquitao.
Se levanta todos los días a las 6:00 a. m. y con dolor en sus pulmones, porque padece de cáncer y con su inhalador sale a reciclar. “Este es mi trabajo y con lo que me gano me gusta mantenerme bien aseado”, expresa.
A don Jorge le gusta verse bien, cuando puede se compra una muda de ropa que le cuesta $2.000 y cuando le alcanza para una comida; se come un desayuno que le cuesta $1.500. También ahorra y se compra una cuchilla para afeitarse. Con una sonrisa que sale de su rostro manifiesta: “pobre pero organizado”.
Este hombre ha aprendido a sobrevivir en la calle, porque aunque es respetado por su edad, en ocasiones, le roban el reciclaje, la cobija o cualquier cosa que consiga. También se las ha ingeniado para dormir cómodo, según él, pues pone de sabana dos cartones y de almohada un costal.
“Lo más difícil es cuando la policía nos persigue para llevarnos a los patios”, afirma don Jorge. ¿Está más cómodo en ese lugar?, le pregunté, me dijo que no, que no era como yo creía, que allá pasaba la noche muy incómodo y que de igual manera al otro día a las 5:00 a. m. estaría de nuevo en su hogar.
Sí. Su hogar; el puente Niquitao. Don Jorge asegura que ya está acostumbrado y mientras lo expresaba, la frase de Samuel Johnson resonaba en mi mente: “las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles para que las sintamos, hasta que son demasiado fuertes para que podamos romperlas”.