Esa estrategia que solo ha traído corrupción debe desaparecer para evitar que la burocracia se siga comiendo el país, mientras el pobre sufre las consecuencias de lo que hoy vive Colombia.
Sabemos que, durante muchos años las maquinarias politiqueras han utilizado el sistema de compra de votos en todos los rincones del país; utilizan a personas que por algunos pesos se convierten en líderes que tienen como actividad convencer a la gente con mentiras, para conseguir que el candidato llegue a cambio de cualquier dadiva.
Personas que no conocen el respeto por el vecino, buscan involucrarlo en el cuento electoral en donde recibirá el golpe en las espaldas del que llega en carro blindado con escoltas, haciéndose pasar por un personaje sublime e importante, mientras en el cerebro solo tiene el pensamiento perverso del engaño.
Quien representa en el municipio al candidato que viene por votos, ha recibido una suma millonaria para que trabaje, haga propaganda, reparta licores, tamales, galleticas, dulces, aguardiente y cerveza, mientras la gente espera al candidato; el tontín, hará calle de honor con banderitas de colores.
Muchos de los que buscan votos a los candidatos son concejales de los municipios y hasta hacen caso a los alcaldes de turno.
Aquí lo importante es que la gente tenga la barriga llena, porque el candidato no tiene en el cerebro ninguna forma de cambiar el país o reformar; lo malo sembrado por años no se puede cambiar de la noche a la mañana.
La historia y medios de comunicación siempre contarán lo mismo sobre los robos y las estrategias, de bandidos que buscan el dinero de los impuestos del pueblo para engrandecerse, colocar a sus familias en todos los cargos públicos y apoderarse del dinero que los trabajadores en Colombia sudan y convierten en impuestos para que la burocracia viva bien.
Los candidatos hablan de diplomas, cargos públicos importantes, pero no dicen que solo han llenado sus bolsillos y desocupado el del elector que todo lo ignora.
En plaza pública se escucha lo mismo de siempre. Los trapos al sol del matoneo literario se pasea de plaza en plaza y no dice nada importante; se convierte en gritos y alabanzas que ensordecen por el ruido y nada más.