El 2022, en materia electoral, es uno de esos años cruciales para la política nacional. Eso lo sabe muy bien el matrimonio Lafaurie-Cabal, que pese a todos sus escándalos no se cansa de generar controversia. Lo último que se dice de esta unión marital, en medio de otra acusación por paramilitarismo, viene de mano de la organización Dignidad Agropecuaria, un grupo de ganaderos que denuncia una presión abierta de Fedegán para que se vote por María Fernanda Cabal, a cambio de las vacunas que necesitan sus animales para ser comercializados.
Esta es una jugada sucia de José Félix Lafaurie, que creyendo tener el control de su gremio afila sus baterías contra todo aquel que se oponga a los intereses políticos de su esposa. Sin embargo, el titular de Fedegán dice que todo se trata de una jugarreta de Jorge Enrique Robledo, senador que estaría buscando apoyo dentro de unas asociaciones agropecuarias.
Según él, estas vacunas –las manzanas de la discordia– únicamente se pueden gestionar con el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), por lo tanto, no tiene mayor incidencia en este proceso de vacunación contra la fiebre aftosa.
No importa lo que diga, siempre se va a dudar de su palabra. A nadie se le olvida las presiones que ha empleado el uribismo para ganar las contiendas electorales, ya sea acudiendo a la violencia o a la compra de conciencias por medio de los dineros que sus padrinos, muchos de ellos narcotraficantes, mueven a raudales de vereda en vereda.
Balzac, ese gran artífice de la realidad novelada, La comedia humana, llegó a decir que “todo poder es una conspiración permanente”. Si analizamos lo que está pasando con el matrimonio Lafaurie-Cabal, no es ilógico lo que dice el autor francés, puesto que esta familia lo único que está haciendo es mover todas sus fichas, abusando del poder o de la incidencia empresarial que socialmente posee.
Lo que verdaderamente le interesa, según lo que cualquiera pueda dimensionar, es no alejarse de la política para seguir favoreciéndose a sí misma y a la gente que la acompaña.
Creo que es necesario que se investiguen estas conductas antidemocráticas, porque de lo contrario las cuestiones electorales en este país, plagado de clientelismo y corrupción, siempre se van a manejar con chantajes, o simplemente con presiones que ponen entre la espada y la pared a los que no comulgan con ciertos ideales.
Lo más probable es que José Félix Lafaurie –el esposo “abnegado” que asegura que su mujer ha luchado por el gremio que lo acoge– solamente desee mantener e incrementar los contratos que actualmente tiene con el Estado, amarrando a su propósito a cualquiera que dependa de su autoridad.
Decía Seneca, el filósofo latino, que “el poder y el despotismo duran poco”. No sé si eso sea totalmente cierto, pero lo único que deseo es que esta unión maléfica, la del matrimonio Lafaurie-Cabal, desaparezca de la escena política, porque demuestra lo degradada que está la nación colombiana.
Este es el único país en donde unas familias hacendadas, aprovechándose del paramilitarismo, desterraron a miles de campesinos; que se valen de los recursos públicos para engrosar desmedidamente sus fortunas, y que a pesar de sus escándalos, nunca son investigadas. ¿Deben estar en el poder? Para nada. Verlas gobernar es una vergüenza nacional.