Ese olor no se ha ido y es probable que nunca quede atrás. Ha sido tanta la desolación y el dolor incubado en esas calles -y tan grávido el recuerdo de lo sucedido- que las ruinas y los escombros gritan. Por décadas El Bronx, uno de los sectores más inverosímiles de Bogotá, resguardó a miles de marginados y ausentes que encontraron en las antiguas casas un hogar de paso y una guarida segura. Como un escenario de asfalto, en el Bronx se contrastaban de forma natural la lucha digna e incesante de hombres y mujeres contra la adversidad y la brutalidad de la supervivencia en su forma más despiadada y criminal.
Luego llegaron las declaraciones políticas en forma de máquinas retroexcavadoras. El Bronx, convertido -por fin- en asunto público merecía una rehabilitación absoluta. Los hombres “importantes” de la sociedad llegaron a la zona para clausurar la miseria. Creyeron que bastarían las palabras; siempre lo creen y siempre lo creerán. Por esos azares incómodos para el poder, mientras esos convencidos hechiceros hablaban, una pareja de habitantes se besaba con deseo y alucinación tirados en el piso a pocos metros. Una imagen que se convertiría en la célebre fotografía de Héctor Fabio Zamora y luego en nuestro mural de El Beso de los Invisibles. La imagen describía la historia completa por lo que retrataba pero también por lo que callaba: la humanidad floreciendo antes de ser desterrada. De volver a ser desterrada. Por meses, cientos de personas y familias deambularían por las calles aledañas al Bronx en búsqueda de un nuevo techo: no tardarían en encontrarlo. Me contaban que ahora no hay un solo Bronx sino una docena de Bronxs desparramados por toda la ciudad.
Sin embargo, la idea que surgió de la devastación era interesante y pertinente: construir en esas ruinas un espacio físico donde se darían cita cientos de artistas, creadores y gestores para desarrollar el vasto potencial imaginativo de Bogotá. Otro techo y otro refugio en pleno centro de la ciudad: las históricas calle décima y novena. El Bronx Distrito Creativo surge como una oportunidad para honrar el pasado de esos escombros y las espaldas que las cargaron. Van varios años de ese impulso, y aunque quedan un par más, hasta que el proyecto se finalice, la música, el teatro, el performance y el mural han estado presentes en el Bronx como un gesto de memoria y esperanza. Se avanza en la dirección correcta, supongo.
El nuevo Bronx incluye en sus instalaciones un edificio majestuoso: un ícono de columnas, anchos portales y largos ventanales. Lo que sería la antigua facultad de medicina de la Universidad Nacional y luego un Batallón militar se convertirá en la sede principal de la creatividad bogotana. Amplios corredores y salones iluminados serán canales de ideas y talleres de creación. Solo imaginarlo aturde. Por supuesto, el edifico ha tenido modificaciones: décadas atrás el machete de la avenida Caracas lo cortó casi por la mitad, dejando a su paso una inmensa fachada que por años fue vigilada por jóvenes que prestaban servicio militar. Una pared que por años se mantendría en silencio.
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Días atrás había recibido una llamada de una ONG británica (Youthful Cities) que se preguntaba si a través de ellos podían contactar a alguien en Colombia que hiciera murales
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Hace meses recibí una llamada de una estudiante que tomó alguna de mis clases en la Universidad del Rosario. La recuerdo como una joven alegre y disciplinada de Valledupar. Por años le perdí el rastro. Me contó que llevaba un tiempo en Londres y que ahora trabajaba en la embajada de Colombia en asuntos culturales. Días atrás había recibido una llamada de una ONG británica (Youthful Cities) que se preguntaba si a través de ellos podían contactar a alguien en Colombia que hiciera murales. Por fortuna para mí, Rosario -así se llama la joven abogada- de inmediato recordó a su profesor que desde hacia años se dedicaba a buscar respuestas personales y profesionales a través del grafiti. La llamada con Rosario fue corta y sustancial: querían que conversáramos con Youthful Cities para indagar la posibilidad de viajar a Coventry, una ciudad en el centro de Inglaterra que tiene como referencia histórica ser el lugar donde la celebre Lady Godiva, entrado el siglo XI, protestaba, contra la codicia de su esposo, cabalgando desnuda a caballo. Mi respuesta de inmediato fue un sí determinado. Pero no serían tan sencillo. Nunca es tan sencillo.
Los planes de viajar fueron interrumpidos con la llegada de la pandemia. El programa de Youthful Cities llamado Coventry Ciudad de Cultura 2021, sufriría considerables modificaciones. Por meses llevamos a cabo conversaciones en el confinamiento evaluando alternativas para que el programa que uniría cinco ciudades en el mundo (Nairobi, Denver, Bogotá, Beirut y Coventry) tuviera una representación sobresaliente por parte del equipo colombiano. El mural ahora se ubicaría en Bogotá. Las condiciones eran exigentes. El programa pagaría todos los costos pero deberíamos conformar un equipo de cinco jóvenes artistas quienes serían encargados de crear la imagen. Por fortuna, Santiago Castro, el director artístico del proyecto, recogió una serie de listas de artistas con potencial para ser parte del mural. Entrevistamos a casi una veintena de jóvenes; la mayoría sin amplia experiencia pero casi todos con la mejor disposición de trabajar. El resultado de esta búsqueda no pudo ser mejor.
La otra cuestión crítica para resolver era conseguir el muro que albergaría la obra. A pesar de que en Bogotá existen muchos espacios para pintar, el trámite de permisos (y mucho más ahora que las agencias de publicidad pagan a los edificios para disfrazar ilegalmente anuncios de grafitis) puede llegar a ser engorroso. Santiago, me comentó una idea improbable: el muro del edificio del antiguo batallón -que la avenida Caracas había dejado a su paso- sería ideal para el mural. Le contesté que al ser un bien de interés cultural adelantar el trámite podría ser demorado y requeriría el concepto técnico del Ministerio de Cultura. Y con esa dificultad probable surgió otra de las fortunas del proyecto: la participación de la fundación Gilberto Alzate Avendaño. Institución pública encargada de las artes y la cultura en el centro de Bogotá.
El 2021 no solo sería un año de pandemia en Colombia sino también el año de inmensas movilizaciones en el espacio público. Por meses cientos de miles de jovenes y organizaciones no gubernamentales marcharían por las principales ciudades exigiendo renuncias y retractaciones del poder. El caos se abalanzó sobre algunas jornadas y la violencia y la destrucción causada por las malas decisiones y acciones de la fuerza policial y cierta ciudadanía mínima y malhechora provocaron una devastación de la cual aún hoy se desconoce su magnitud. Luego de un período de estremecimiento, las calles recuperarían sus hábitos y aunque no se regresó a la normalidad sí correría de nuevo el rumor favorito en Colombia: a pesar de que todo había pasado, nada pasó realmente.
Chulo (Sebastián), Alucina (Ana Lucía), Plasma (Daniela), Micromomentos (Tatiana), Meraz (Mauricio) y Naranjita (Paula) serían los artistas seleccionados: jóvenes talentosos menores de 25 años que vivieron y participaron con intensidad las jornadas de las movilizaciones. Recuerdo que las primeras reuniones del proyecto estuvieron cargadas de emociones e inquietud. Lo inexplicable empezaba a ser ininteligible. Afortunadamente, la discusión tomaría meses y convocaría también artistas de la ciudad anfitriona Coventry . El diálogo con los británicos sirvió para moldear y perfilar toda la emotividad de los días del paro. (Los ingleses también pintaron un inmenso mural en su ciudad). Los reflejos y distancias entre los nuestros y ellos, permitieron aclarar muchos asuntos y empezar a merodear una idea fértil y determinante: “Los jovenes son definidos por su habitar en el espacio público”. Además, una pregunta adicional ayudaría a redondear las circunstancias en que la imagen nacería: ¿qué paso realmente durante 2021 en nuestras calles?.
El Ministerio de Cultura se tomó su tiempo. Debía hacerlo, se trataba de un muro que hacía parte de una edificación de mucha importancia arquitectónica. Y luego de discutirlo y debatirlo decidió dar un concepto favorable. Una de las razones mas importantes es que dicho muro no era un muro antiguo o parte de la construcción original, era un muro construido cuando se amplió la calzada de la Caracas para que pasara Transmilenio. El oficio 415-2021 de 10 de noviembre de 2021, suscrito por el Director de Patrimonio y Memoria del Ministerio de Cultura le daba paso al anhelo del mural. La espera de semanas había valido la pena.
— ¿Vogue? ¿Qué es eso? —les pregunté. Me sentí viejo y descontextualizado cuando los jóvenes artistas empezaron a discutir el tema. De ahí surgió una de las conclusiones personales que saqué de todo esto: el profundo cambio generacional que hoy vivimos y que transformará casi todo entre nosotros. Yo por mi parte recordaba la célebre canción de Madona en los ochenta pero no mucho más allá de eso. Con paciencia, el sexteto de artistas me explicó, que el Voguing era un baile nacido en Nueva York y originado en la comunidad trans que plasmaba en sus movimientos una forma de resistencia y ocupación pacífica del espacio público. El Voguing también había hecho parte fundamental y sorprendente de las marchas en Colombia en 2021 y gracias a él la comunidad Trans fue una de las grandes protagonistas. Todo empezó a encajar. Las ideas brotaron y sin dudarlo los jovenes empezaron a dibujar y buscar referentes de bailes Vogue. El relato estaba completo: la fórmula de trabajo que nos ha funcionado en Vertigo Graffiti por años daba sus frutos de nuevo. En nuestras intervenciones la narrativa precede a la plástica. Pararse Duro.
Homenaje al muro y los seis artistas que lo crearon, Foto; Nicolás Fernández
El pasado jueves 27 de enero, la fundación Gilberto Alzate Avendaño y su proyecto Bronx Distrito Creativo nos invitaron a hacerle un homenaje al muro y a los seis artistas que lo crearon. En una de las esquinas del parque Tercer Milenio, que otorga una vista excepcional del mural de casi doscientos metros, ubicaron un pequeño escenario para hablar de la obra e inaugurarla. De sus detalles y orígenes; de sus imaginarios y secretos. Llegamos puntuales y emocionados. Sabíamos que antes de nuestras palabras habría una presentación. Tres lideres de la red comunitaria trans de Bogotá, trabajadoras sexuales y bailarinas de Vogue, parte del colectivo Toloposungo, darían un espectáculo: su espectáculo. Entre musicas festivas hacían denuncias gravísimas y rabiosas. Entre bailes estrepitosos se lamentaban del abuso que la sociedad ejercía contra ellas. Detrás de los maquillajes voluptuosos yacían los surcos de las lagrimas enconadas por años de violencia y destierro. Todos les estuvimos agradecidos: no todos los días se pueden abrir los ojos. Con ellas el mural cobró mucho más sentido y cumplió su cometido: ocupar el espacio público con una fiesta de resistencia. Ocupar para no olvidar. Ocupar para saber quedarse. Transformar la ciudad con la compasión del creador.
El mural nació y se paró entre las cenizas. Honró la diversidad y la inclusión. Supo reconocer la virtud de la cooperación entre aliados y antagonistas. Los seis jóvenes disciplinados y afectuosos supieron confinar la realidad entre sus trazos. La imagen viajará a Coventry y el relato tocará sus puertas. El muro no quedará en silencio; sabrá recordar. Todo lo que sucedió en 2021 no fue en vano. Algo, definitivamente, pasó.