El día de la muerte de Carlos Holmes Trujillo lloré de rodillas. Con toda seguridad esta pequeña crónica sufrirá la incomprensión y acaso las burlas de los extremistas de la otra esquina del odio, un odio muy depravado y colombiano. De hecho, entre los uribistas recalcitrantes y los antiuribistas fanáticos no hay mucha diferencia. Tal cual las antiguas venganzas aberradas entre godos y liberales después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Yo sabía que en mi país existía un odio exacerbado por todas las injusticias y crímenes del régimen uribista. Crímenes que denuncié y sigo denunciando desde mis columnas de opinión. Mi exilio forzado tiene por responsable a la falange uribista. Dos de mis hermanos, un tío, un cuñado y una prima fueron asesinados por paramilitares con la connivencia de fuerzas oscuras del Estado.
Pero ese no es el camino. Seré leal a este principio: el perdón es la venganza de los buenos. Es hora de que el sistema educativo colombiano incluya en el plan de estudios una reflexión no religiosa, sino ética y espiritual, sobre la no venganza, la paz interior, el autocontrol, la tolerancia fundamentada en el estudio de Jesús, Buda, Gandhi, Yogananda, Séneca, Epicteto y los estoicos.
Como digo ese día las redes sociales se inundaron de hijueputazos, de gonorreazos y de otras delicias de los bajos fondos de la guacherna resentida que celebraba la muerte de un enemigo político. Entonces pensé que definitivamente mi país se dirigía al abismo. De hecho, algunos días después, aún convaleciente por los estragos provocados por el covid-19 en mi organismo, escribí una columna para Las2orillas, también viral y titulada: “Colombia no sabe que camina hacia el precipicio”.
A un difunto ni le van ni le vienen las blasfemias y agravios. Pero sí a su familia y dolientes. Acepto que el exministro debía ser investigado por aquellos sucesos de septiembre de 2020 en una de las noches más trágicas de la capital colombiana. Culpable o no era asunto de la Justicia. No era del caso esa exhibición de vulgaridad e indolencia de sus más enconados contradictores políticos. Con toda seguridad esa actitud aberrada de muchos desencadenó más violencia conforme al principio acción-reacción.
Recuerdo que aquella madrugada del 26 de enero del año anterior encendí mi celular. El primer mensaje que leí fue el de un sobrino. Me dijo que había leído mi conmovedora columna: “Aunque soy antiuribista le deseo una pronta recuperación al ministro de Defensa”, pero que lamentablemente acababa de fallecer. Doblé las rodillas y lloré. La noche anterior, a pesar de mi complejo estado de salud (llevaba veinte días torturado por una asfixia indescriptible y de una inflamación generalizada, a causa del mencionado virus), mentalmente había orado rogando por la salud de alguien que pertenecía al partido político responsable de mi tragedia familiar y también de todos los dolores y males que genera un destierro.
Sin embargo, procuro siempre ver las cosas como las vería Cristo, no como la ven los hombres. Le pedí al Señor que nos permitiera a ambos recobrar la salud para contribuir más adelante con la paz y la reconciliación. Esa noche tuve un encuentro espiritual con Jesús y Carlos Holmes Trujillo. Sobreviví. El único dueño de la vida y de la muerte lo quiso así. A los familiares y allegados del exministro les puedo asegurar que él se encuentra bien. Y no necesita ni homenajes ni más ridiculeces de los políticos. La Misericordia de Dios es infinita.
Esa noche se decidió mi vida. Tal vez le deba mucho a Holmes Trujillo. Los caminos del Señor son inescrutables. Ojalá comprendan por qué todavía me conmueve el recuerdo de ese señor que destacaba por sus polémicas declaraciones y decisiones, y también por su talante, bella voz y vasta cultura. Él descansa en paz.