Está irrumpiendo una nueva categoría en las ciencias sociales: se trata de los perennials.
Por definición, es la gente que no se dejó encasillar por ese embrujo del marketing que consiste en segmentar y segmentar, en dividir y dividir.
Una de las segmentaciones que más ha hecho carrera es aquella basada en las edades. “Etaria” la llaman hasta en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. A unos los encasillan como baby boomers porque nacieron entre 1945 y 1964, a otros como de la Generación X porque nacieron entre 1965 y 1981, a los que siguen como millennials porque lo hicieron entre 1982 y 1996. Ahora estamos con los que nacieron entre 1997 y 2003: los famosos centennials. Así, sucesivamente, seguirán inventando cuanto nombre se les ocurra.
Hay montañas de textos regados por todos los continentes tratando de martillar en los perfiles queriendo desentrañar sus gustos y disgustos, talentos y defectos, modas y fobias. Unas veces los inspira un filósofo, otras tantas los describe un sociólogo, muchas más los analiza un sicólogo, otras veces los dibuja un publicista y, cada vez más, los encarna un youtuber.
Eso sí, todos terminan, sin importar la edad, parados como borregos frente a la caja registradora de alguna marca reconocida.
El ingeniero Rodolfo Hernández es el fenómeno del momento. Ya no hay quien lo discuta. No hay encuesta que no lo registre subiendo como un escalador. De hecho, ya hay bodegas enteras con la orden expresa de insultarlo a como dé lugar.
Por eso todo el mundo está hablando de él.
A mucha gente le encanta, a alguna le repele, a otra la desconcierta. Es como si esa inmensa masa de indecisos hubieran volteado a mirarlo para tomar alguna decisión.
A estas alturas, los analistas ya comienzan a pasar del reconocimiento del fenómeno a buscar explicárselo, a preguntarse: ¿Qué será lo que tiene Hernández?
Yo me he puesto a ver sus entrevistas y, para empezar, el tipo tiene una capacidad de comunicar impresionante. El tipo transmite. Hasta el punto que cuando uno escucha hablar de él, sorprende que la gente termina repitiendo sus frases, casi que textualmente, como si fueran de su propia cosecha, a modo de argumentación.
Y sorprende aún más que sea, sobre todo entre los jóvenes, adonde Hernández despierte más simpatías. Estamos hablando de un fenómeno que se multiplica entre los jóvenes, inspirado por un hombre de 76 años.
—¿Cómo es que un señor de 76 años despertó el entusiasmo entre los jóvenes?
Eso, lo que quiere decir, es que el país quiere salirse de los encasillamientos en que han venido metiéndolo. Esta vez la gente no se va a dejar acorralar entre izquierdas y derechas, ni entre jóvenes y viejos, ni en discursos de género, de raza, de religión, ni de región.
Lo que quiere la gente es encontrar a alguien que pueda liderar el cambio sin que ello pase por enredarse en las broncas del pasado ni en las mitomanías y los resentimientos que nos hagan caer en tragedias como la venezolana.
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Esta vez la gente no se va a dejar acorralar entre izquierdas y derechas, ni jóvenes y viejos, ni en discursos de género, raza, religión, región, lo que quiere es alguien que pueda liderar el cambio
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Esta es la primera vez en la historia de la Humanidad en que coincidimos cinco generaciones en el mismo presente. Cinco generaciones demográficamente numerosas, económicamente activas, políticamente deliberantes, culturalmente dinámicas. Es una sociedad con protagonistas de todas las edades, con fuerzas sociales protagónicas de todas las generaciones.
Por eso es tan interesante cuando aparece alguien que resulta capaz de comunicarse con todos, sobre todo a los 76 años.
Precisamente, cuentan los libros que esa es una cualidad clave de los perennials: son capaces de comunicarse con personas de todas las edades, sobre todo con esas personas que buscan cambios, que no se dejan encasillar en moldes institucionales, ni ideológicos, ni generacionales, ni de la manipulación del marketing. Con esos jóvenes que no les comen cuento a los que se sienten con el derecho de decirles cómo tienen que ser los jóvenes, con esas personas mayores de 40 años que se cansaron de que los políticos y los economistas y los publicistas los traten como desechables.
En Colombia tenemos personajes que se han ganado nuestro afecto y nuestra admiración con el paso de los años. Personas que mostraron que no eran una moda y que nunca pasarán de moda. En quienes reconocemos sus éxitos como éxitos limpios y genuinos. En quienes reconocemos su experiencia y su capacidad de seguir innovando. A quienes estamos dispuestos a seguir atendiéndoles y aprendiéndoles.
Por excelencia, en el periodismo, es el caso de Juan Gossaín. En la pintura, por ejemplo, quién podría negarlo en la persona Fernando Botero. Qué tal el caso emblemático de nuestro gran científico Rodolfo Llinás. Cómo no mencionar a Carlos Vives y al Cholo Valderrama en la música, al Pibe Valderrama en el deporte, a Moisés Wasserman como pensador y columnista.
Uno diría que es un buen síntoma que la sociedad tenga perennials. Ojalá cada día surjan más y más.
El ingeniero Hernández ha mostrado ser una persona muy exitosa como profesional, como empresario y como alcalde de Bucaramanga. No obstante, aún no creo que pueda reconocérselo como perennial.
Todo depende de él.
Aún subsisten muchas dudas entre mucha gente. Es, apenas, normal.
En sus manos está, y a muy corto plazo, demostrarnos a los colombianos si es un “viejo loco”, como dicen algunos, o si es un perennial”, como queremos otros muchos.