El James Webb a la manera de Colón

El James Webb a la manera de Colón

Tal como van las cosas una y otra vez pareciera que estamos diciendo: qué nos importa la Tierra, si desaparece nos vamos para otro lado y listo. ¡Mamola!

Por: Carlos
enero 04, 2022
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El James Webb a la manera de Colón
Foto: Pixabay

Cuando Colón, fue Europa la que salió a encontrar lo más cerca posible el horizonte de sucesos. La reina Isabel La Católica (¿había otra no católica?) debió empeñar sus joyas a ávidos judíos, dicen, para financiar la colosal aventura.

¿Cómo garantizar la recuperación de la inversión a partir de naves tan aparentemente deleznables que, sin embargo significaban los más preciado en el dominio del mar? Shakespeare indaga con su genio mucho después en las implicaciones de esta inseguridad inversionista en su drama El Mercader de Venecia.

Lo que sería América siempre había estado allí pero la información de tal horizonte no llegaba a Europa y, por lo tanto no podía ser conocido. Colón habría reunido retazos de viejas historias y recopilado mitos de presunción de la esfericidad de la tierra en conflicto con apreciaciones precientíficas de que la Tierra, en tanto planeta, era plana y derramaba inacabablemente sus mares una y otra vez en tanto se llegaba a las antípodas.

Los habitantes de la Tierra andamos de puntillas sobre un cantiliver. Pero, si nosotros no nos precipitamos, ¿por qué habría de irse abajo el mar?

Y en realidad resultó que era ambas cosas. Según el fenómeno local de A. Einstein, la tierra puede asumirse como plana, por ejemplo en una hoja de papel se puede dibujar un triángulo plano, según el ingenio de Pitágoras; aunque luego al doblarla prefigure un triángulo esférico según el ingenio de Lobatchevski y Rieman 17 siglos después.

Pero en acto tan nimio, las geometrías implicadas, plana y esférica, sí que son distintas. De ello debió percatarse Colón mientras navegaba tal esfericidad en vivo y en directo. Vencido por el horror y la incertidumbre, bordando la muerte en medio de sus propios marinos, se aferró a creencias divinas… Y no se puede decir que no se equivocó.

Ahora con el Webb, es la humanidad la que sale nuevamente al encuentro del Horizonte de Sucesos, quizás sin ninguna intención colonialista de dominio territorial, por más que se quiera, que se pueda vislumbrar y, sobre todo, salvadas las proporciones de distancia y las naves implicadas.

¿Será menor la incertidumbre? Las joyas de ninguna reina Isabel habrían sido suficientes para financiar. Apenas se tendrá un dominio escaso sobre las ondas de calor marcadamente circunscritos al infrarrojo cercano o lejano provenientes de algún no territorio asaz despoblado y misterioso. ¿Será encrespado este mar?

Pero, ¿cuáles podrían ser las sápidas especias neocoloniales que pudiera traernos James Webb simplemente para matizar nuestro conocimiento del plato principal de saber de dónde estamos viniendo?

He aquí cómo las dos acepciones del verbo saber se conjugan casi sin distinción. Algo irá de un significado de saber al otro, ¿proporcional a tratar de implementar dos geometrías?

Y, en realidad los indígenas resultaron venir del infrarrojo cercano: civilizaciones con atraso relativo. ¿Organizados comunitariamente? ¿Es eso lo que buscamos ahora, nuevamente? ¿Nos apetece ese plato?

Según la ciencia, el transcurrir de miles de millones de años de andanza en el espacio hace imposible que las ondas de calor nos lleguen en masa. Ni siquiera resulta colejible que provengan de un mismo origen. Lo ha demostrado Hubble.

No vamos ni llegaremos jamás a ninguna tierra prometida. Es más, ni siquiera lo estamos intentando: nos parqueamos cómodamente en una órbita Lagrange 2. Apenas nos interesa de trescientos mil años del Big Bang para acá. El resto de especies no tenemos ciencia con qué asimilarlas, si es que accediéramos a ellas alguna vez.

Resulta contrafactual pretender llegar a un supuesto origen. Hasta ahora es inabordable, pero es precisamente, eso lo que nos produce piquiña. La nueva física consistiría en averiguar más sobre cómo superar esa presente contrafactualidad.

Hasta ahora, precisamente ahora, ese es el Universo que tenemos. Pero el asunto podría ser peor.

Oigamos cómo contesta un físico. “El Dr. John Mather, premio Nobel y científico principal del proyecto del telescopio espacial James Webb, responde algunas preguntas frecuentes sobre el Big Bang y sobre el papel de JWST en la comprensión de la historia temprana del universo”.

“No, el Big Bang en sí no es algo que podamos ver”. Y también aclara: “Creemos que las pequeñas ondas de temperatura que observaron fueron las semillas que eventualmente se convirtieron en galaxias. No sabemos exactamente cuándo el universo hizo las primeras estrellas y galaxias, ni cómo, en realidad. Eso es lo que estamos construyendo JWST para ayudar a responder”.

Y es que es de éstas explosiones, algunas a imagen y semejanza de supernovas que dieron origen a galaxias de donde realmente provenimos nosotros como especie. Los seres humanos no seríamos derivados directos del Universo Primitivo, no solo por lo anterior, también medió otro fenómeno extraordinario, aquella era donde los dinosaurios desaparecieron de la faz de la tierra.

¿Es esa historia diferenciada la que nos hace creer y nos llena de fascinantes ínfulas de que somos independientes?

Tal como van las cosas una y otra vez pareciera que estamos diciendo: qué nos importa la Tierra, si desaparece nos vamos para otro lado y listo. ¡Mamola!
No hay, no existirá jamás un nuevo Cristobal Colón que nos acerque un nuevo planeta en donde florezcan las especias. No hay ese Colón. No hay esas Nuevas Indias. El James Webb no nos la alcanzará jamás.

Pero hay más que el Webb podría aclararnos lo que tiene que ver con la contrafactualidad arriba señalada.

Asevera Mather: “En física tenemos ecuaciones y leyes de la naturaleza que describen cómo una situación cambia a otra, pero no tenemos ecuaciones que muestren cómo la verdadera nada se convierte en algo”.

Obsérvese lo sutil: es imposible obtener datos de arranque de la nada. Toda comprensión mecánica será insuficiente para tapar ese hueco.

Esa frase tiene una profundidad que taladra, en realidad acompaña, la inmersión del Webb. Y para cerciorarse de las implicaciones hemos de acudir a Stephen Wolfram en otra ala del espectro del conocimiento.

Lo que dice Mather lo borda así Wolfram: “Eso significa que siempre hemos tenido el punto de vista de que la ciencia eventualmente resolverá todo, pero la irreductibilidad computacional dice que eso no puede funcionar. Dice que incluso si conocemos las reglas del sistema, es posible que no podamos averiguar qué hará ese sistema de manera más eficiente que básicamente ejecutar el sistema y ver qué sucede, simplemente haciendo el experimento, por así decirlo”.

De allí se desprende que las mayores aportaciones a la nueva física podrían provenir de la computación cuántica, por ahora.

Qué mosca le picó a Wolfram para decir tal cosa. Fue una avispa culo prieto cabeza amarilla: “Si aprendemos que nuestro universo es fundamentalmente computacional, eso nos arroja directamente a la idea de que la computación es un paradigma que debe preocuparnos. La gran transición fue pasar de usar ecuaciones para describir cómo funciona todo, a usar programas y computación para describir cómo funcionan las cosas”.

Así de ese tamaño es el asunto. No se tratará jamás de describir cómo funciona todo, tendremos que contentarnos con describir cómo funcionan las cosas. Del sueño ontológico aterrizamos simplemente en lo fenomenológico.

Tendremos solamente el Universo que nos traiga el día de hoy y el de mañana, sin pretender que el uno derive del otro como deviniendo de alguna trayectoria regida por una ley. Eso se acabó.

A pesar de las mejores intenciones del Webb, no nos permitirá bordar una teoría única del todo. No habrá más una teoría que nos diga qué Universo sigue al otro como seguir la trayectoria de una bola de ping pong. ¡Olvídense de eso! ¡Contentémonos con jugar al tenis!

Cristobal Colón nos habría ayudado a unificar la Tierra. No habrá un Cristobal Colón que circunnavegue la unidad del universo cognoscible. No lo habrá. No lo habrá. ¡Snif! ¡Snif! ¡Snif! Inconsolables Snifs.

Uno puede negarse, por antonomasia a aceptar que esto sea cierto. Siempre queda el recurso del pataleo. Hemos sido malcriados desde nuestra mítica salida de El Paraíso.

Notas. Hemos tomado traducciones de Google de textos. Lo de Mather de: “Una breve sesión de preguntas y respuestas con el Dr. John Mather, premio nobel”.
Y algo de una entrevista reciente de Stephen Wolfram, “científico, inventor y fundador y director ejecutivo de Wolfram Research. Es el creador del programa de computación simbólica Mathematica y su lenguaje de programación, Wolfram Language, así como del motor de conocimiento”. El concepto de contrafactualidad está debatido en La ciencia de lo que se puede y no se puede, de Chiara Marletto.

Según estos saberes emergentes, es posible que todas las ciencias deban acomodar sus discursos, muchos de ellos basados en la mecánica de Newton, de aquí en adelante.

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