Cuando uno llega al restaurante El rincón del viejo Willy cree —o al menos me pasó a mí— que ver al legendario jugador de fútbol iba a ser difícil. Pero lo realmente difícil fue verlo quieto. Willington Alfonso Ortiz Palacio, más conocido como Willington Ortiz no descansa un solo minuto. Desde antes del mediodía, con una cordialidad serena y una agilidad afanosa, atiende algunas de las mesas de su restaurante como un mesero más.
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El lugar de comida del pacífico, ubicado en el norte de Bogotá, en la mitad del residencial barrio Prado Veraniego, que está centrado en la cocina de su Tumaco, donde nació hace 69 marzos, está abierto hace unos cuatro años. Lleva ya casi dos a medio caminar por culpa de la pandemia del virus de origen chino, que por poco lo obliga a cerrar del todo. —No ha sido fácil— dice el exjugador. La pandemia lo tiró a la quiebra. Tuvo que buscar préstamos en los bancos para salir adelante. Soportó los vaivenes y hoy está saliendo de la crisis y volviendo al ruedo. En eso se ha vuelto experto.
El ex jugador de la Selección Colombia, Millonarios, América y Cali, y quien fue considerado el mejor delantero de Colombia en los años 70 y 80, ha pasado tragos amargos para hoy poder estar tranquilo. Luego de haber salido de la lista Clinton, en 2012, a donde entró años atrás porque lo señalaron de haberse beneficiado de los negocios de los hermanos Rodríguez Orejuela, lo que le dañó su carrera como director técnico, que era uno de sus grandes sueños, Willington se dedicó a la enseñanza de fútbol aficionado, a dictar clases en una universidad y al negocio de las comidas, que por poco le saca las canas que el pasar de los años no ha podido.
La idea del restaurante le surgió hace unos cinco años, lo cuenta animoso, sentado en una de las mesas del lugar, en el que ya por la hora —tres de la tarde— hay pocos comensales. El viejo Willy necesitaba de un negocio para sumar ingresos extra. Ya trabajaba como profesor de fútbol en la Escuela superior de administración pública, Esap y en la escuela de fútbol que tiene junto a su hijo Willington, uno de sus cinco hijos.
Se lanzó a comprar estufas, ollas y platos porque después de hablar con personas cercanas que visitaban Tumaco, todos le decían que lo mejor del lugar era la comida. Willy quiso poner el verdadero sabor tumaqueño en Bogotá. Lo intentó trayendo desde las costas de Nariño a cocineras con experiencia. Logró la autenticidad del sabor en los platos, pero las cocineras se aburrieron en una capital muy diferente a aquellas cálidas tierras costeras. Sin la sazón tumaqueña no habría restaurante. La solución le ha funcionado. Desde hace más de dos años trabaja al lado del chef que instaló un mes en su casa de Tumaco para que aprendiera todos y cada uno de los secretos de aquella gastronomía.
Algunos de los platos del restaurante como el pusandao carne serrana, que en Bogotá solo se consigue en tres lugares, está hecho con carne especial que su primo Olindo le envía bien embalada por encomienda aérea. Algunos de los pescados que usa Willy en su restaurante no son comerciales ni se consiguen en los mercados de esta ciudad. Es el primo Olindo y otros vendedores especializados quienes le surten pescados y mariscos de manera exclusiva que llegan en vuelos de Satena.
El restaurante funcionó desde que lo abrió en 2017 hasta que la pandemia lo llevó a pique a comienzos de 2020. La bancarrota fue inminente. La reactivación ha sido lenta, pero Willy ha sabido levantarse después de caer a tierra. Siempre lo ha hecho, tanto en la cancha como en la vida personal y en los negocios.
El exjugador sabe que muchos van al lugar solamente por verlo a él, pero tiene claro que su imagen y su historia que en el fútbol fue la más grande no son los que hacen clientes felices frente a los platos servido en las mesas. Willy dice que él usa su nombre como marca personal para jalar, pero también dice que son la comida y el buen servicio que se encuentran dentro son los que vuelven clientes fieles a los comensales. En el lugar está su esposa Martha en la caja registradora y la esposa de su hijo mayor ayuda también con las mesas. Es un negocio familiar que se convirtió en la segunda casa de muchos comensales.
La entrevista se acaba porque el gran Willy tiene que salir corriendo, como ha vivido la mayor parte de su vida. Se va a dictar clase en la Esap. Mañana, como todos los días, se levantará temprano para hacer un poco de ejercicio, irá a la plaza a comprar mercado fresco. Volverá al restaurante sobre las 11 de la mañana y empezará a alistar las mesas para abrir al mediodía. Así es su actual vida, metido entre ollas y recetas sin dejar nunca de lado el fútbol, donde fue el más grande mientras estuvo presente.