Una vez murió Vicente Fernández empezaron a armarse las listas, las amadas listas. Entonces hablaban de los cinco charros de todos los tiempos. La lista la encabeza José Alfredo Jiménez, no ´podía ser de otra forma. Autor de clásicos como Si nos dejan o El Rey, es uno de los compositores más importantes de la historia de este continente. Luego vendrían Pedro Infante, muerto a los 38 años mientras manejaba su propio avión, Jorge Negrete y Javier Solis, todos muertos antes de los 40. Y claro, Vicente estaba ahí. La ranchera de Vicente es muy ochentera, estridente, rayando en el corrido y está lejos de la hermosa armonía de las rancheras de los años cincuenta. En raras excepciones, como en boleros tipo Miseria de Los Panchos, Vicente demostró una capacidad de interpretación única, fina, elegante. Un talento arrollador que acaso estuvo secuestrado por la necesidad comercial de vender discos. En esa lista hay un gran ausente, Juan Gabriel.
Juan Gabriel vivió veinte años menos que Vicente y aún así le alcanzó para dejar una huella imborrable que acaso perdurará mas que la de Chente. El Divo de Juarez componía él mismo sus canciones y dejó clásicos como Querida o Abrázame muy fuerte. Era más que un cantante como Vicente. Además impuso un estilo y rompió todos los estereotipos, en una cultura tan marcadamente machista como la mexicana, que un charro sea gay es la mayor herejía de todas, algo que Vicente nunca le perdonó.
Sabemos de la homofobia de Fernández, de la famosa tarde en la que, ante la posibilidad de un trasplante de hígado, refunfuñó diciendo que no lo quería ya que podría tener en el cuerpo “el órgano de un homosexual”. Simple y llanamente Vicente no soportaba a Juan Gabriel. En una entrevista con el diario El País de España la escritora argentina Olga Wornat, autora de la biografía no autorizada de Vicente, afirmó que “Él no soportaba a Juan Gabriel, porque era gay y Chente era un hombre de otra época y tenía mucha cosa de homofobia, esto me lo confirma Javier Rivera, que fue representante de muchos artistas mexicanos que los llevaba de gira por Estados Unidos. Era un hombre cautivo de otra época”.
Así que no solo murió Vicente sino uno de los íconos de México, el último charro machote, un hombre de pistola en cinto y por el que se apasionaban gente de todas partes de Latinoamérica, desde enamorados inocentes hasta peligrosos traquetos. La leyenda apenas comienza.