Escribo esta columna desde Cartagena, casi al final del III Seminario Internacional de Museos, que bajo el lema de Patrimonio, museos y memoria social se ha reunido en esta hermosa y criticada ciudad del Caribe, ella misma un cuestionable museo de historia, arquitectura e inequidad, en medio de indecibles contradicciones sociales, políticas y culturales.
El evento, que cuenta con los auspicios de importantes instituciones culturales de Colombia y de España, expone el propósito de “abrir espacios de reflexión sobre la memoria social y la gestión del patrimonio desde los museos en el escenario del postconflicto y la construcción de paz en Colombia. Busca contribuir con la discusión de las políticas culturales que deben ser adoptadas desde la escala regional con el enfoque de los derechos humanos”. Reza el programa de mano.
Y eso sucedió. Pero en un interesante cruce de tensiones intelectuales, académicas, teóricas y prácticas que dibujaron un extraordinario mapa ilustrativo de lo tentativo, provisional e incipiente que resulta el ejercicio que hoy por hoy se hace en el país en términos de los museos, la construcción de memoria y la valoración del patrimonio, en el contexto de un proceso de paz, en medio de un conflicto y poniendo sobre el terreno del quehacer cultural del país unas políticas urgentes y por tanto plagadas de dudas e imprecisiones.
Desde una primera conferencia a cargo del maestro Germán Ferro, lúcida y valiente, se empezó a cuestionar y a proponer una discusión de las nociones políticas, museográficas y sociales de los museos en Colombia, llamando la atención sobre los riesgos de entrar en la moda que parecía haber surgido en el país, de tener la memoria y los museos como simples detonadores de intereses mercantiles que no hacían sino someter esta posibilidad seria de construir patrimonio y hacer cultura en una banalización de los museos, en una cosificación de las víctimas, casi como un producto para el turismo y el consumo, por encima del compromiso de construir relatos seriamente investigados y reflexionados, expresados en guiones museológicos verdaderamente útiles para la construcción de memoria y patrimonio. Tres elementos que, recalcaba, se debaten siempre en un escenario de complejas dificultades políticas en el que se manosean y se les vacía de significado.
En segundo lugar, el director del Museo Nacional de la Memoria, del Centro Nacional de Memoria Histórica, Juan Carlos Posada, hizo un interesante ilustración de cómo desde esa iniciativa nacional en proceso de construcción, se estaba recorriendo el país y documentando las muy diversas experiencias e iniciativas de memorias comunitarias, populares, más de 300, que desde una propuesta descentralizadora venía procesando y registrando como insumo fundamental para esa experiencia que pretendía sistematizar y poner en términos de un relato museológico lo que viene ordenado en la Ley 1448 de 2011 a ese respecto.
Por su parte, el investigador y académico Jefferson Jaramillo recogía las preocupaciones centrales del maestro Ferro y las pasaba por unas precisiones académicas que presentó a la manera de cuatro provocaciones y 17 desafíos que llamaban la atención sobre aspectos fundamentales de la noción misma de memoria; de la memoria como un proceso de construcción al mismo tiempo íntima pero también pública; de la importancia de ser consciente de lo que era y debía ser una memoria histórica y una memoria transformadora; de los riesgos de la museificación en lugar del ejercicio profesional de la musealización; de la necesidad de posicionar la importancia de construir guiones, relatos y narrativas que defendieran este ejercicio en medio del peligroso boom de la memoria que por razones de política y de poder se presionaban en medio todavía del combate; también de que habían memorias fuertes y memorias débiles; pero ante todo que había que construir y desarrollar una cultura de la memoria para que todos esos riesgos de la banalización y el falseamiento pudieran ser advertidos y contrarrestados desde el mismo quehacer social de las comunidades.
Así cerró la tarde del jueves 23, pero abriendo la mañana del viernes 24 William López, un literato e investigador de problemas estéticos de la Universidad Nacional de Colombia, que desordenó la mesa lanzando de entrada expresiones serias y fundamentadas que cuestionaban de alguna manera las intervenciones anteriores por, a su juicio, haber hablado mucho de todo menos de museos, tildando además de ingenuos ciertos abordajes de la memoria y el patrimonio.
De allí parte para demostrar cómo en el país solo a partir de mediados de los años 70 habíamos empezado apenas a tener unas primeras experiencias realmente museísticas, porque lo que había y lo que ha habido son unas series de exabruptos museológicos expresados en una especie de gabinetes de curiosidades históricas, patrioteras y sociales. Señalando que todos los museos y centros de memoria que se están haciendo en Colombia se hacen desde más o menos unos patrones generales de la museología que circulan internacionalmente; pero que no han sido el producto de una verdadera investigación acerca de las formas en que se ha gestionado la memoria en el país.