No es usual que yo escriba una columna de algún tema que no sea el Medio Oriente, la geopolítica o la geoestrategia global, por lo que quienes en el pasado han leído algunos de mis escritos o han presenciado algunas de mis conferencias, seguramente les parezca curioso que hoy hable de Vicente Fernández.
Aún así, empatar este universo de temas es posible, y para hacerlo conviene preguntarse por aquello que nos identifica como latinoamericanos. Esta pregunta la hice en una cátedra universitaria hace años y aún hoy la hago cuando me dispongo a analizar la geopolítica latinoamericana.
Evidentemente la pregunta parece de fácil solución, sin embargo esta presunción es todo un sofisma. No hay nada más variado que esta subregión. La parte hispanoparlante cuenta con una diversidad de dialectos y términos regionales que hacen que se marque una gran diferencia no solo de un país a otro, sino muchas veces al interior del mismo país -en mi caso que vengo de Cúcuta, tuve que publicar un libro titulado Diccionario para entender a un cucuteño como herramienta para resolver algunos líos lingüísticos-. Adicionalmente, hay que recordar que otros idiomas están presentes, siendo el portugués de Brasil el más importante, junto a las lenguas indígenas locales. Así las cosas, el idioma no es ese elemento aglutinador.
La religión aparecería como segunda opción. No obstante, aunque el continente es en su mayoría cristiano -o sea, la suma de las tres variantes del cristianismo: católicos, protestantes y ortodoxos-, es innegable la influencia que religiones indígenas locales se mezclan con tradiciones cristianas y en algunos países como Cuba, Haití, Jamaica o Venezuela también con expresiones africanas, para generar un sincretismo religioso bien complejo. En consecuencia, la religión tampoco es lo que buscamos.
La etnia sería una opción tentadora para hablar de identidad latinoamericana. Otro sofisma. Si bien somos en términos generales el resultado de un mestizaje basado en sangre española e indígenas, no es posible desconocer las comunidades alemanas, italianas, portuguesas y árabes de Venezuela, las alemanas de Brasil, las italianas de Argentina y así otros casos más de la región. La etnia por tanto tampoco sirve.
Ante la tentadora respuesta del fútbol, el análisis nos sugiere todo lo contrario. El fútbol latinoamericano no congrega sino que genera distancias y rivalidades entre países. América Latina tiene tanta historia de fricciones políticas entre sus países, que los “clásicos” regionales de Colombia-Venezuela, Argentina-Chile, Chile-Perú o Chile-Bolivia -entre varios otros- sean no solo encuentros futbolísticos y escondan motivaciones geopolíticas. Hasta guerras hemos tenido por el fútbol en Centroamérica.
Acá es donde entra a jugar el maestro Vicente Fernández y en general la cultura mexicana. Fue a través del cine de la época de oro mexicana que América Latina en pleno asistió a funciones vespertinas y nocturnas y conoció la magia de la pantalla grande. La televisión mexicana no solo trajo culebrones sino que le compartió a la región todo el léxico del país azteca, de manera que nuestro español se enriqueció con términos muy propios de allí. Fenómenos como Chespirito, sin lugar a dudas transgeneracional y generalizado en todos los países latinoamericanos -hasta en Brasil con su famoso doblaje al portugués- ha influído identitariamente a los latinoamericanos por décadas.
Pero es la música mexicana en general -baladas, rock, pop- pero especialmente las rancheras las que verdaderamente impactaron identitariamente a América Latina. Primero con maestros como Pedro Vargas, luego con voces inolvidables -y películas también- como las de Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, José Alfredo Jiménez, Antonio Aguilar y Chavela Vargas. Y de último cronológicamente, Vicente. El gran Vicente.
No cabe duda que en cada hogar latinoamericano, desde los de hace años hasta los actuales, desde viejos hasta jóvenes, se han escuchado sus canciones -las películas no tanto y eso es tema aparte-. No hay latinoamericano que no haya tenido algo que ver con alguna de sus interpretaciones. E incluso, a los ojos de extranjeros, Vicente aún era ese estereotipo latinoamericano que uno tanto se esfuerza por desvirtuar, pero que en el fondo sabemos que algo de eso tenemos.
Se fue el último de los grandes cantantes de la música ranchera. No se vislumbra un reemplazo en el horizonte, tal vez porque las generaciones actuales les interesa más el reguetón y las voces arregladas por computador. Eso complicará en el futuro próximo aún más la respuesta a la pregunta sobre qué nos caracteriza como latinoamericanos.
Mientras tanto, un tequilazo por el gran Chente.