Ser partera en el Parque Nacional: la difícil tarea de una emberá en Bogotá

Ser partera en el Parque Nacional: la difícil tarea de una emberá en Bogotá

Teresa Borocuara llegó hace dos meses junto a 1.400 indígenas a la ciudad, desde entonces ha ayudado a nacer a cuatro niños con saberes que lleva 35 años aprendiendo

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diciembre 05, 2021
Ser partera en el Parque Nacional: la difícil tarea de una emberá en Bogotá

Teresa Borocuara es partera porque su mamá era partera, su abuela era partera y la mamá de su abuela era partera. Esta Emberá Katío del Chocó lleva 35 años en el oficio de ayudar a nacer hijos. Los más recientes los sacó del vientre de sus madres en medio de noches de lluvia, con un inclemente frío y dentro de carpas de plástico en el campamento improvisado que 1400 indígenas de 14 comunidades montaron en el Parque Nacional de Bogotá hace 2 meses.

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El rostro cansado y abrasado por el sol de miles de días y la seriedad con la que responde en un castellano atropellado le suman unos 15 años a los 55 que dice tener. Teresa Borocuara asegura que a ella la partería la eligió por herencia. A sus 18 años, de las matronas mayores, aprendió este oficio tradicional de las comunidades indígenas y campesinas que fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Nación en 2016.

Indígena embera - Ser partera en el Parque Nacional: la difícil tarea de una emberá en Bogotá

Teresa Borocuara tiene 55 años, lleva 35 años siendo partera de su comunidad indígena, el oficio lo aprendió de su mamá y su abuela. Foto: Leonel Cordero.

La noche anterior a mi visita al resguardo indígena, Teresa Borocuara estuvo en trabajo de parto. Gloria Inés, una Emberá Katío también del Chocó, duró pariendo a su cuarto hijo por más de cinco horas. La comadrona, como también llaman a las parteras, estuvo a su lado todos los minutos de aquellas horas, tocando su barriga, ubicando y acomodando a la criatura y dando las indicaciones para que aquella noche de espantosa ventisca fría todo saliera como ella necesitaba que saliera.

Las técnicas que adquirió apenas se las enseñaron un par de veces. Entendió algunas y las otras tuvo que aprenderlas mientras iba enderezando muchachitos atravesados en las barrigas de sus mamás, sacaba matrices, cortaba y cosía cordones umbilicales y rezaba mientras el nuevo miembro de la comunidad se asomaba a este mundo. Teresa no sabe cuántos hijos e hijas ha hecho nacer porque no sabe contar y porque esos datos no le importan. Pero fácilmente pueden ser más de cien. Las comunidades indígenas alejadas de las urbes no tienen métodos de planificación y cada mujer puede tener cinco o seis hijos. La partería es su trabajo para la comunidad, donde le agradecen bien sus favores con atados de grandes pescados recién sacados del río Atrato, con amarrados de arroz en espiga o con racimos de plátanos.

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Cientos de niños indígenas de la comunidad Emberá Katío del Chocó han nacido con la ayuda de las parteras, un oficio que en 2016 fue declarado patrimonio inmaterial. Foto: Leonel Cordero.

La partera chocoana llegó a Bogotá hace un par de meses. Con una bolsa donde solo empacó un par de vestidos que pueden contar la historia de muchos de sus años huyó de la muerte violenta que los grupos guerrilleros y paramilitares tienen decretada en sus comunidades contra aquellos indígenas que se atrevan a confrontarlos, mientras se empecinan en una guerra por el control de las rutas de la cocaína.

En el campamento de Bogotá, Teresa Borocuara ha atendido a cuatro de las doce madres que han parido en este lugar. Los bebés, llevan el sobrenombre de Parque Nacional, porque allí nacieron y esa es la tradición, llegaron al mundo en medio de condiciones inhóspitas e insalubres y en un momento de la vida de sus padres donde escasean las tres comidas del día, el abrigo en las noches y donde lo único que les sobra es la incertidumbre por no dejar tullir a su bebé con el incesante frío bogotano que ataca violentamente en forma de catarros permanentes. El hambre siempre acecha y las mujeres no han podido alimentarse bien, por lo que sus cuerpos están produciendo menos alimento para sus hijos, tal como le está pasado a Gloria, la más reciente madre indígena que parió en el campamento de Bogotá.

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Gloria Inés es la más reciente madre indígena que parió a su hijo con la ayuda de la partera Teresa Borocuara en el campamento que 1400 indígenas montaron en el Parque Nacional de Bogotá. Foto: Leonel Cordero.

El trabajo de Teresa Borocuara se hace difícil en los cambuches de esta ciudad que no es la suya. Aquí no están los árboles ni las yerbas ni las flores ni los aceites hechos con animales de selva virgen para calmar dolores y fortalecer el cuerpo y la mente de las madres recién paridas y los recién nacidos. En estos cambuches de plástico se defiende solo con un poco de agua caliente, algo de azúcar y panela para darle a la madre un agua dulzona que la ayude a dilatar y algunos trapos limpios. En los improvisados cambuches no hay más que el saber de sus manos y el poder de sus rezos para que el niño o la niña salga bien y la madre aguante un parto a ‘palo seco’.

Los indígenas me explican el inmenso respeto que hay por las parteras tradicionales de su comunidad, a quienes las familias que ayudan a formar ven como comadres y abuelas de sus crías. Teresa Borocuara tiene cuatro hijos que nacieron de su vientre pero los que sacó de vientres ajenos son otros hijos que la vida le puso al frente. Cuando estos hijos crecen les enseñan quien fue la mujer que lo sacó de la barriga, quien lo alzó por primera vez y quien vaticinó cómo será su paso por esta vida terrenal.

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De los doce niños que han nacido en el campamento indígena del Parque Nacional, Teresa Borocuara ha ayudado a nacer a cuatro de ellos. Foto: Leonel Cordero.

Las parteras del Pacífico como Teresa Borocuara saben leer estos vaticinios que poco fallan con la postura del niño dentro de la barriga, por la manera en que se asoma, con la dificultad que ponga para nacer, con el primer movimiento de cuerpo, con la expulsión de la placenta, con el enredo del cordón umbilical y con el primer grito o llanto del recién parido, que aquí en Bogotá se ha mezclado con la desesperanza de sus padres al verlos en una tierra en la que no debían nacer.

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En el campamento que los indígenas montaron en el centro de Bogotá hay 1400 personas, un poco menos de la mitad de ellos son niños. Foto: Leonel Cordero.

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