Cada día que pasa, el comportamiento de muchas personas dedicadas al ejercicio de la profesión de la política en Colombia ha venido transformando el escenario de lo público, del servicio al ciudadano, del control, de la legislación y de la aplicación de la justicia en un lodazal inmundo de amiguismos, clientelismos, corruptelas y delincuencia, en el que, a quien denuncia, señala o protesta, se le señala de polarizador o de castro chavista.
Para fortuna de los pillos y pillas que se hacen llamar políticos los encargados de extirpar del mundo del servicio público, el cáncer de la corrupción y la delincuencia, se encuentran encerrados en el muy conveniente círculo vicioso que une la pobreza, el desinterés, el individualismo, la desinformación, la ignorancia, pero sobre todo, la necesidad.
Con las malas artes de la falacia, la posverdad, la manipulación, el amiguismo y las clientelas con las que estos matreros personajes dedicados a hacerse elegir y hasta reelegir cada cuatro años, hábil e impunemente, condicionan y amarran el voto de estos enredados y muy necesitados electores y electoras.
Una consecuencia igual de grave, al ya poco disimulado constreñimiento electoral que a punta de plata, contratos y obras públicas, se practica en casi todas las alcaldías y gobernaciones de Colombia: la abstención electoral, que bordea el 50 por ciento de la población[1] apta para elegir quienes administran y legislan el país.
Si bien es cierto que ya para las elecciones de 2018 y 2019 el porcentaje de abstención ha mostrado una leve disminución, también lo es el hecho también constatado del incremento del llamado voto en blanco que desde el punto de vista de quien suscribe esta nota también es una manera, disimulada, de abstención.
Es en este extraño escenario político en el que la sociedad colombiana debe decidir con su voto entre la mal llamada clase política tramposa, inescrupulosa, retadora y prepotente, que se dispone nuevamente, y ahora sin las ataduras de la ley de garantías electorales, a manipular presupuestos municipales, distritales y departamentales, para seguir manoseando las necesidades de los ciudadanos a punta de nombramientos, contratos, obras o descarada compra de votos y las opciones alternativas de izquierda, que salvo contadas excepciones, nunca han ejercido el poder.
Votar bien, votar mal o abstenerse han sido y serán las opciones que tendrá la sociedad colombiana en el 2022, cuando se lleven a cabo las elecciones más importantes de la historia reciente.
De hecho, quienes decidan salir de la comodidad de la “abstención técnica o estructural “y el “abstencionismo político o racional”[2], tendrán nuevamente en sus conciencias y sus manos no solo el poder para determinar la composición del congreso y señalar los nombres de los encargados de la presidencia y la vicepresidencia de Colombia, sino el de decidir el futuro de su democracia, de su institucionalidad y de la sociedad en todo su conjunto; ni más, ni menos.
Votar bien, tendría que ser la única opción para definir, de una vez por todas, el talante de la nacionalidad colombiana, en una especie de hito electoral, que señale el momento histórico en el que por fin; la sociedad colombiana deje claro su talante y su propia naturaleza; palabras más, palabras menos, en el 2022, la sociedad colombiana, a través de su participación electoral, tendrá la oportunidad de definir, por fin; qué es eso a lo que llaman “ser colombiano”.
En todo caso, una apuesta por aquellos políticos de profesión, que con sus acciones, omisiones o votos, han ocasionado que la cosa pública y la verdadera política se encuentren postradas en este asqueante espectáculo de corrupción, encubrimiento, manipulación, clientelismo, engaño, descaro, burla e impunidad es una apuesta segura por mantener el actual estado de violencia, inseguridad, exclusión, pobreza y muerte que padecen muchos colombianos, especialmente aquellos que residen en donde estos mismos políticos, pretenden mantener su poder, haciéndose elegir o re elegir, con la ayuda de administraciones departamentales, distritales o municipales amigas, o al menos aliadas.
Si bien es cierto que en los últimos años el descontento social, materializado en las marchas, protestas y el último paro nacional, parecieran mostrar una interesante tendencia de cambio del establecimiento político y administrativo tradicional de Colombia, es claro que en palabras del geógrafo y teórico marxista David Harvey, tal estallido social “No significa que quieran un sistema socialista ni marxista, puede significar cualquier cosa. Es solo la muestra de que este sistema no funciona”[3].
Así las cosas el nivel de participación en las próximas elecciones, pero, sobre todo, las decisiones que se expresen en los votos, determinaran en últimas, si efectivamente los colombianos están o no conformes con el funcionamiento de este sistema, determinarán si al colombiano que decida votar por fin va a votar bien o simplemente sigue votando mal.
De quienes sigan en el abstencionismo, es mejor no hablar, hay que seguir dejándolos en su inmaculado y muy centrado voto en blanco.
[1] https://igac.gov.co/es/noticias/mapeando-la-abstencion-electoral-de-colombia-en-el-siglo-xxi#:~:text=56%2C1%20por%20ciento%20de,el%20mundo%20y%20en%20Colombia. [2] Tomado de: Incentivos al abstencionismo electoral por apatía en ciudadanos bogotanos que nunca han votado. Andrea Correa & Diana Forero, 2014, en: https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2215910X14700321 [3] Harvey, David: “Razones para ser anticapitalistas”, editorial CLACSO, 2020, BSAS. Recuperado de: https://izquierdaweb.com/resena-de-razones-para-ser-anticapitalista-de-david-harvey/?fbclid=IwAR3YY_a0GhWMnHlHerrpqJvZUP7BWephNWd6_AO-QlyfJUc8Gl3y4b27qrU