Corría el minuto 30 del segundo tiempo, Colombia no podía romper el cero con Paraguay, y desde la tribuna bajaba un coro absolutamente tercermundista, de una afición ingenua, que no sabe de fútbol, parecía La Paz en su peor momento, parecía cualquier sitio menos una fortaleza inexpugnable. James en más de una ocasión le pidió a los 40 mil espectadores que alentaran al equipo nacional pero, hay que decirlo, con el precio de la boletería los partidos de la selección se han convertido en una excusa para que lo más granado de la sociedad colombiana se encuentre allí para hacer negocios, farándula o, como sucedió entre Peñalosa, Alejandro Char y Federico Gutiérrez, hacer incluso pactos políticos.
Pero la afición es fría y a veces traicionera. Desde que Maturana decidió jugar la eliminatoria del mundial de Italia hace 30 años ha tenido que sobrellevar el peso del regionalismo. Siempre han presionado para que se meta jugadores de la zona. Es un público impaciente, que no sabe demasiado de fútbol. Y además está la humedad. Es un mito plenamente establecido que el calor de Barranquilla destroza a los rivales mientras potencia a los nuestros. La verdad Colombia hace rato no gana con contundencia en la arenosa. Los tres últimos encuentros fueron empates a cero. Se perdió contra Uruguay por goleada y sólo se ganó en et eliminatoria a Venezuela, quien llegó con un equipo muleto y a Chile. Pero las goleadas no abundan, la última memorable fue a Uruguay en el 2012, 4-0, de resto ha sido pura paridera.
Sólo porque Ramón Jesurum es de allá es que la selección sigue en la Arenosa. ¿Medellín no se lo merece? ¿Y Bogotá? Si, Colombia clasificó a cinco de los últimos ocho mundiales jugando en Barranquilla pero ahí también se perdieron las posibilidades de ir a Corea-Japon y a Alemania por las generaciones de jugadores. Es que son los futbolistas los que nos clasifican, no las sede. Pero Barranquilla basta ya. Sería un golpe a una dirigencia mas preocupada por llenarse los bolsillos que por obtener triunfos deportivos.