Un sueño se cumplió, otro murió con él

Un sueño se cumplió, otro murió con él

Javiercito, un niño ciclista cuya carrera duró poco más de 36 meses, tenía dos sueños: conocer a Nairo y a la Liendra. Uno se cumplió y el otro murió con él

Por: Hugo de Jesús Tamayo Gómez
noviembre 09, 2021
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Un sueño se cumplió, otro murió con él

Uno de los sueños de Javier Alejandro Pineda Salazar (Javiercito), un niño ciclista cuya carrera solo le duró poco más de 36 meses −pues la enfermedad lo hizo retirar a los diez años de vida−, era conocer a su ídolo Nairo Quintana. Este campeón le cumplió ese sueño. Con lo otro que deseaba este niño exciclista, no ocurrió lo mismo, pues el 25 de agosto pasado quedó sepultado, al igual que su cuerpo, en la bóveda 203 del cementerio de Granada, Antioquia, su pueblo natal.

El 18 de junio llegó un mensaje a mi correo: Estamos listos para cumplir sueños, Nairo estará en Europa hasta el 20 de julio y después estará en Tokio, llegará a finales de Julio a Colombia. ¿Cómo podemos contactar a los padres o con quién podemos coordinar la logística? Este mensaje lo enviaba Luisa Ríos, la mánager de Nairo Quintana, dos días después de haberse publicado una crónica que se refería al sueño de Javiercito de conocer al campeón del Giro de Italia 2014. Lo único que pedía Nairo −informó la manager− era que no hubiera prensa. El lunes 02 de agosto me llegaron varios mensajes a mi WhatsApp de parte de Luisa: Oye, quiero llevar a Nairo el jueves a Granada a visitar a Javier. ¿Será posible? ¿Con quién lo puedo coordinar? Sería en la mañana. Es lograr que Nairo viaje en el primer vuelo a Medellín. ¿Cuánto hay de Rionegro a Granada? La idea es estar una horita, quién nos reciba en Granada y nos lleve a la casa de Javier −y terminó los mensajes con la misma advertencia que inicialmente había expuesto−: Por el respeto a la familia de Javier y por Nairo, no queremos prensa. El jueves 5 de agosto a las 6:36 a. m. recibí otro mensaje de Luisa: Hola, buenos días. Ya estamos llegando. −Y, en unos minutos más, me llamó y me dijo−: Vamos por la entrada al pueblo en una camioneta blanca. Esto es como el cementerio.

En la esquina de la primera calle que se cruza con la variante, la vía principal que atraviesa el municipio, esperé la camioneta donde vendría Nairo. Inmediatamente la identifiqué y le hice señas, el vehículo se detuvo. Súbase, me pidió uno de los pasajeros. Buenos días, dije para todos. Desde la silla de adelante contestaron el saludo Nairo y el conductor. “Ella es Paola, la esposa de Nairo, y yo soy Luisa”, señaló la mánager del ciclista después de saludar.

Luego de acomodarme al lado de las dos pasajeras en la parte trasera, Luisa me expresó: “Está muy temprano para ir a la casa del niño, ¿dónde nos tomamos algo primero?”. Vamos al kiosco, le sugerí. Y, cuando el vehículo siguió su recorrido, mi preocupación, en el momento de que nos bajáramos, era que alguien identificara a Quintana. “Él solo quiere cumplirle el sueño al niño”, me lo dijo la mánager en repetidas ocasiones.

Los guie hasta la plaza principal del municipio. Nairo, antes de bajarse de la camioneta se acomodó bien el tapabocas y la cachucha. Luego descendimos y continuamos camino al kiosco. Quintana no dejaba de mirar a todos lados como tomando una panorámica a las casas y edificios que hay alrededor del parque principal. Él caminaba y de vez en cuando suspendía los pasos para no perder detalle. Sin afán llegamos al kiosco. Inmediatamente los demás tomamos asiento en una mesa y pedimos manzanilla −que yo recomendé porque aquí en Granada se hace de forma natural, solo se hierve la planta con la panela−, el campeón, que seguía barriendo con su mirada esta parte del pueblo, después de mirar el edificio del parque educativo, giró la cabeza hacia la izquierda y fijando sus ojos en la entrada al templo, dijo: “Voy a ir a la iglesia un momentico”.

Menos mal que la noticia de esta visita no se filtró, le dije a Luisa como para romper el hielo mientras saboreábamos la manzanilla. “¡Uy!, Nairo me mata −me contestó ella y a la vez me solicitó−: hágame el favor y me acompaña a la tienda a comprar algunas cositas para llevarle a Javiercito y su familia”. Allá me pidió asesoría sobre los gustos del niño y de algunas necesidades en esa casa, si las hubiere. Con un pequeño mercado en nuestras manos, regresamos al kiosco y ya Nairo estaba de vuelta. Lo acompañamos a que se tomara la manzanilla, luego nos dirigimos a la camioneta y salimos rumbo al destino motivo del viaje.

Al fondo a la derecha, le dije al conductor inmediatamente inició la marcha el vehículo. Subimos por la calle Boyacá, tomamos la variante, luego le pedí que girara a la izquierda. Este es el hospital, por esa esquina cruce de nuevo a la derecha −indiqué− y ya, esta vía lo lleva a la casa de Javiercito. Apenas subimos los 300 o 400 metros de la pendiente más inclinada y Nairo −que hasta el momento solo había dicho dos frases: buenos días y voy a ir a la iglesia un momentico−, dirigiendo la mirada a la montaña del otro lado, a su derecha, en cuya cima se encuentra una virgen en el primer cerro, a poco más de un kilómetro de haberse perdido la zona urbana del municipio, preguntó: “¿Esa carretera para dónde va?”. Es la vía al municipio de San Carlos, le contesté. De nuevo el silencio se apodero del interior del vehículo, hasta que le dije al conductor: Al pie de esos estacones de madera, estaciónese por favor. Esa es la casa del niño, dije señalando la entrada.
Corrí las tres guaduas −las mismas que se usan para impedir que el ganado cambie de potrero, o por el contrario, para darle paso− que hacen de puerta del patio de la vivienda y uno a uno fuimos entrando, todos al pie de Nairo. Y como lo pidió el campeón del Giro de Italia, solo estaba presente la familia.

−Vinimos a visitarlo −fueron las primeras palabras que Nairo le dirigió al niño apenas lo vio al fondo del corredor en la silla de ruedas.
−Qué felicidad. Dios le pague y le de el cielo −le contestó Javiercito.
−¿Se lo imaginaba? −indagó Luisa.
−No −dijo el niño con voz débil.
−¡No! −le repitió Luisa con una exclamación para tratar de sacarle ánimos.
−No señora −volvió a responder él.
−¡Sí ve que los sueños se hacen realidad! −le repuso Luisa acercándosele un poco más. Y le preguntó−: ¿Como ha estado pues?, cuénteme.
−He estado muy desganado.
−Mire que él (dirigiéndose a Nairo) le metió ganas desde Tunja.
Nairo, al notar el desánimo de Javiercito, se paró al frente de él, a metro y medio o dos metros de distancia; con los pies un poco separados como para guardar el equilibrio y cruzado de brazos, le empezó a hablar para darle moral. Pues se notaba que al niño las fuerzas lo habían abandonado aquel día. Y le dijo:
−Toca que le metas ganas. Tú sabes cómo son las carreras. Dios hace milagros. Creer lo que uno quiera creer y lo que uno crea, el señor le concede. De verdad, mucha, mucha fuerza. Desde las dos de la mañana arrancamos para venir a verlo con mucha ilusión y pidiéndole a Dios de que nos le dé la vida. Que nos haga el milagro y que lo podamos ver corriendo de nuevo. Solo en tu cabeza está lo que tú quieres y como en cualquier carrera de la vida hay que luchar y hay que aferrarse para conseguir lo que uno desea.
Luego de estas palabras, el campeón del Giro de Italia se sentó a su lado y antes de seguir la conversación, dijo:
−¿Por qué no lo corremos para que no le dé el sol en la carita?
−Es que él dijo que lo pusiéramos aquí en la silla −repuso la madre de Javiercito−. Ni siquiera se quería levantar.
−¡Aaaah, pero es que uno con una visita de estas quién no se levanta! −intervino Luisa. Y ella, invitando a los demás acompañantes a que se acercaran, les pidió−: ¡Entren, entren pa’ca pa la sombra! Vea Javiercito, le presento a Paola, la señora de Nairo, y a Alfredo, su hermano (el conductor). Mejor dicho, vino toda la comitiva a saludarlo Javier.
−Dios le pague y les dé el cielo −respondió el niño como lo hizo en casi todo el encuentro.
−Hay que acomodarle bien el piececito. Está muy hinchado −dijo Nairo levantándose y empezó a correrle la silla−.
−Qué quieres, tú mandas −repuso Luisa inclinándose para ayudar a cambiarle de posición al niño.
−Ya, ahí está bien, dijo Javiercito y mientras los pájaros en los pinos del potrero del frente con sus cánticos amenizaban el momento, Nairo volvió, tomó asiento y le preguntó:
−¿Recuerdas la primera carrera que ganaste?
−Yo no me recuerdo.
−¿No te acuerdas cómo ganaste?
Como Luisa ya estaba viendo los galardones que había obtenido el niño, exhibidos en una repisa, dijo:
−Saquemos todos los trofeos para que nos cuente esas historias.
En total eran once trofeos que había coleccionado en su corta carrera deportiva. Los cogimos y los trasladamos: unos para una butaca al pie de Javiercito y otros en la mesa contigua a la silla de ruedas para que él los apreciara. Ahí mismo mostró uno:
−Creo que fue ese −señaló−. Sí, ese fue.
Inmediatamente Nairo lo tomó en sus manos y leyó el manuscrito impreso en él:
Primer puesto Granada julio 20 de 2017 −y le preguntó−: ¿Cómo ganaste ahí ese día?
−De debuenas.
−No, te lo ganaste.
−Casi no recuerdo.
Para que el niño hiciera memoria de los premios ganados, yo le fui mostrando cada trofeo y, cuando le alcancé uno en especial, dijo:
−No, el primero fue este. Fue en septiembre de 2016 −lo tomó en sus manos y lo apreciaba como si lo acabara de recibir−: me lo gané en Bello (Antioquia). Yo salí normal de la meta, por ahí me caí en un arenero. Ya después yo me relajé en la carrera porque pensé que había perdido y me la gané.
−Cuando ganaste tu primera carrera −intervino Luisa refiriéndose a Nairo−, fue ya viejito.
−Yo no recuerdo tampoco −contestó Nairo−. Una de las primeras competencias que gané, fue una contrarreloj en cronoescalada. Recuerdo que iba con mi hermano, pero él era un poco más desganao y yo tuve una pelea con mi papá porque él siempre me decía que yo tenía que ayudarle a mi hermano y que le preparara la bicicleta. Luego había que ir a las panaderías o por ahí en los comercios a ver quién le daba a uno el patrocinio de la inscripción. Finalmente lo conseguimos, ya comencé a hacer la carrera, me fui adelante con mucha rabia y en cada momento pensaba en lo injusto que había sido mi papá −ese día no le ayudé− y con más rabia pedaleaba fuerte, fuerte, fuerte y gané la contrarreloj. Eso fue como en el año 2006, más o menos.
−Qué diferencia, Javiercito −intervino Luisa de nuevo−, cuando Nairo tenía siete años no competía, no tenía ni bicicleta. O sea que le llevas años de ventaja, Javier.
−La primera bicicleta la conseguí a los 15 años −dijo Nairo− y ya había niños de 3 años montando y hasta había carreritas para esa edad. −Y preguntó−: Javiercito, ¿cuál es la carrera que más te ha gustado ganar?
−¿En dónde?
−En todas las que has ganado.
−No me acuerdo. Y es que no me acuerdo ni dónde me lo gané.
El anfitrión giró su cabeza hacia la butaca y, al ver uno de los trofeos lo señaló y dijo:
−Aaaah, esta carrera.
−Le leo lo que dice aquí −dijo Nairo−: Segundo encuentro nacional escuela de ciclismo 2019. Primer puesto categoría escolares 2009, Aguadas junio 2 y 3 de 2019.
−Cuéntele pues la historia de esta carrera a Nairo −le pidió la mamá del niño.
−Esta carrera me gustó mucho porque salíamos desde muy abajo. Eran dos carreras, pues, dos días, la primera venía yo ya llegando y se me pasaron casi en la meta; entonces ya después, al otro día nos soltaron de a uno cada 30 segundos, no me acuerdo bien, y yo salía de penúltimo; entonces me alcancé al tercero y el otro no fue capaz de alcanzarme, el que se me pasó el día antes; entonces me gustó mucho.
−Cuantos kilómetros eran −preguntó Nairo.
−No sé −dijo él.

*

La conversación pasaba de una experiencia a otra sin terminar el tema anterior. En repetidas ocasiones el niño contestaba: no me acuerdo, no sé… Y, a pesar de tener la cánula conectada a sus fosas nasales, seguía respirando con dificultad. Luego Luisa interrumpió apareciendo con el regalo que le traían. Ella se lo pasó a Nairo y este se paró mientras decía:
−Vea Javiercito, le trajimos una camiseta del Giro de Italia.
−¿Tú sabes qué es esta camiseta? −le preguntó Luisa.
−Esta camiseta es tu sueño −le explicó Nairo−. Te la trajimos para que siempre nos recuerdes y la tengas en el lugar más especial, para que te motive a seguir luchando por tu vida.
−Hazte al lado de él −le dijo Luisa a Quintana−, yo les tomo una foto, que esto es para la posteridad, Javiercitooooo.
Luisa, después de esa “O” alargada, con una voz de esperanza, le preguntó:
−¿Quieres que te la firme? Obvio microbio −respondió ella misma con una fuerte sonrisa, tratando, al igual que lo venía haciendo Nairo, de extraerle alientos al niño. Luego, el campeón del Giro se fue a buscar apoyo para poder firmarle la camiseta. Apenas le estampó la rúbrica, volvió y se acercó a Javiercito, se la puso sobre sus piernas y en ese instante, cuando él miró la maglia rosa extendida sobre su cuerpo con la dedicatoria: “Para Javiercito. Nairo Q” −acompañado del autógrafo−, como un milagro, el niño cambió su expresión. Quintana también abandonó la seriedad y le dijo:
−Casi no le sacamos una sonrisa. −Ambos sonrieron y Javiercito pronunció de nuevo su repetida frase: “Dios le pague y le dé el cielo, Nairo”−. Tiene que colocársela y cuando se le acabe, nos dice, que le mandamos otra −concluyó Nairo.
−Ay Javiercito, camiseta del Giro de Italia, campeón. Es la que vas a tener algún día −le vaticinó Luisa.
−Tienes que luchar por ella. Que te siga dando fortaleza −y volvió y dijo Nairo−: Por lo menos te sacamos una sonrisa (y una carcajada se repitió en ese instante). Queremos verte feliz. Tienes que luchar todos los días y pensar en lo que quieres. Te queremos volver a ver en las carreras como el luchador que eres.
−Y la mamá qué cuenta pues −dijo Luisa dirigiéndose a Oliva.
−Yo, nada, que cuente el niño. Como yo no tengo nada que contar, toca que cuente él. Chárlele pues a Nairo, mijo. Aprovéchelo que lo tiene ahí al pie −le insistía su madre.
Como Javiercito, después de recibir el regalo, solo seguía con la mirada fija en la camiseta que tenía sobre sus piernas y, a la vez, la familia estaba atenta −formando un semicírculo−, escuchándole las historias a Nairo; entonces este, para hacer partícipe a todos de la conversación, abandonó la silla plástica, se paró de espaldas contra los adobes que separan la cocina de la puerta a la entrada de una de las dos habitaciones de la humilde vivienda −el niño lo siguió con la mirada−, y empezó a narrar una de las etapas que lo llevó a coronarse campeón del Giro de Italia en el año 2014:
“Iba el quita nieves adelante, nosotros íbamos atrás en la carrera. Entonces le echan sal a la carretera para que el hielo no coja, pero queda siempre como agua nieve y un frío terrible, terrible: menos 10 grados. O sea, no siente uno los dedos, no siente nada. En la parte de arriba era tan cruel la nevada que la carretera no se veía. Nada, nada se veía. Yo iba con los de adelante y me guiaba con la luz de la moto que marcaba como el recorrido. Los que no alcanzaban a ver la luz, se paraban, otros se quedaron congelados y se subieron al carro y otros se retiraron de la carrera. Ya después a la organización le toco recuperar a esa gente que se había retirado porque todo fue muy cruel.
Yo me iba a parar porque de hecho estaba enfermo y le dije a mi compañero, no, no puedo más. Yo me paro. No siento las manos, no siento nada. Y él me dice, si te paras te retiras y si sigues ganarás −en ese instante Nairo parece que se percató de que Javiercito lo escuchaba atento y que no le quitaba la mirada de encima, entonces con más animo siguió contando detalles− y cuando yo decía no puedo más, él insistía: pedalea, pedalea fuerte, pedalea y vamos a seguir la luz de la moto. De hecho, uno no puede casi ni hablar, no puede comer, porque todo se queda congelado.
Era todo congelado y de repente la moto se iba haciendo para algún lado y ya cuando empezamos a ver por dónde era la carretera, comenzamos a pedalear y yo le decía a mi compañero −español−, voy helado, voy helado, no puedo más, y él decía sí, sí puedes. Solo pedalea y pedalea y vamos a seguir, porque vamos a ganar. Luego ya bajamos muy, muy rápido (estaba demasiado mojada la carretera); después seguía un valle y se hacían 30 kilómetros más o menos y luego una subida −que se llama el alto de Val Martello− muy dura, dura, dura. Y nuevamente nieve y frío, pero yo ya iba tan motivado y con todas las ganas que me quité prácticamente toda la ropa.
Ese día salimos con muchísima ropa porque hacía un frío tenaz; entonces uno se pone una camiseta interior, luego una camiseta de frío, una camiseta de lluvia y luego una camisa de frío más larga, que evita que le entre a uno el agua. Como llevábamos tanta ropa ese día para la carrera, dije: Ah, a mí me provoca no ponerme los números, porque con tanta ropa quién le va a ver los números, y si uno no lleva los números, lo pueden descalificar. Solo los voy a pegar con dos ganchos por si gano.
Esa vez los otros lloraban antes de la salida, nooooooo, es que mire, no se puede. Y ellos (los organizadores) nos la hicieron porque el día anterior me dijeron: bueno, ¿quiere que se haga la etapa o no? Y dije, si no es peligroso hagámosla −porque a lado y lado de la carretera había más de tres metros de nieve. Nosotros pasábamos prácticamente como por túneles de nieve y el peligro era que con la vibración del helicóptero podía haber una avalancha. Era terrible−. Entonces unos compañeros: no, usted por qué dijo que se hiciera, por qué; y yo les dije, porque creo que vamos a ganar. Vamos a ganar y cuando los demás en este momento son débiles, nosotros somos fuertes. Y unos lloraban, no, no, no. Entonces salimos todo el pelotón y más adelante yo les decía a los compañeros: ¡Ataca, ataca! y nadie atacaba. Todo el mundo estaba congelado, con la cabeza muerta. Entonces, cuando yo le decía que no soy capaz, que no puedo más, el compañero me dijo, ya llegamos hasta aquí, hicimos todo, nos hiciste salir, ahora no te puedes rendir...”.
Y cuando Nairo dijo: “Y ganamos”, Javiercito inclinó su cabeza para descansar después de haber escuchado esa experiencia, narrada de una forma tan rápida como si fuera la historia de una persona perdida cuando la encuentran. Ahí sí dejó de ser el Nairo parco, silencioso, callado. Pero el resto de la familia −incluido Diego Iván Aristizábal, un exalcalde del municipio que llegó ahí a los pocos minutos de entrar todos nosotros− querían que siguiera narrando historias y más historias. Entonces él siguió:
“… Pero es peor el frío que el calor. Con el calor, pues uno puede sobrevivir, te echas agua, pierdes tiempo, pero con el frío es que no sabes dónde te puede quedar definitivamente tieso por la hipotermia… Ahora llegamos de Tokio, 38 grados. En Argentina, también, 40, 42 grados. Y en la vuelta a España, uno pasa y ha habido incendios a lado y lado de la carretera…”.
Luego Nairo se retiró hacia el lado del lavadero para observar el paisaje y los asistentes empezamos a posar a su lado para aprovechar el momento y tomarnos algunas fotos con él. El exalcalde seguía haciendo videos −claro, él vio lo íntimo de la visita y ya me había preguntado: “¿Hugo, puedo grabar?”. Pero no puede publicar nada hasta que toda la comitiva no haya abandonado el pueblo, le respondí−.
Después de esta sección de fotografías, Cristina, una hermana de Javiercito, le pasó una silla al campeón del Giro y le preguntó:
−¿Qué desea, chocolate, café o qué quiere que le hagamos?
−Si tienen aguapanela, mejor.
−Nosotros los paisas tomamos chocolate. ¿Por allá no se ve el chocolate? −le preguntó el niño, que parecía haberse animado un poco con las historias que escuchó de parte de la visita.
−Chocolate sí, pero nosotros fuimos criados siempre con aguapanela, tampoco es que bebamos demasiado café. Chocolate un poco más, pero como lo hacen normalmente con leche, que me hace daño, por eso tomo aguapanela.
Mientras él disfrutaba de la bebida con arepa de mote y quesito, empezó a interactuar con las demás personas y entre muchas cosas, me preguntó:
−¿Cosechan mucho la caña por aquí?
−Sí, es una región muy panelera.
−¿Y qué más se cultiva?
−Café, hortalizas… Este pueblo es frío pero la zona rural tiene los tres climas, por eso se da de todo. Por ejemplo, el frijol se cosecha en varias zonas.
−Y ¿si es rentable?
−Pues yo siembro 10 u 11 kilos de semilla de frijol cargamento, que salen unas 5000 y pico de matas y en la primera cosecha dio casi 2 toneladas. Ya después hice la cuenta y continuó dando cada planta un promedio de 250 a 400 gramos, según el clima, la regularidad con que se abone y demás variables. Y el tiempo, depende de la zona y su temperatura. Por mi vereda, que es un poco templada, se da a los 3 meses. Pues, frijol verde todavía, que se coge con la vaina y se lleva a la plaza de mercado en bultos de 65 a 75 kilos.
−Veee, así se debería de hacer la cuenta con la papa en Boyacá −dijo mirando a Alfredo, su hermano−, cuánto da por mata. Tenemos papa hasta de un año que se demora para dar la cosecha. Yo soy un amante del campo, campesino, campesino. Allá comemos mucha papa. Y usted Javiercito, ¿qué es lo que más le gusta comer? −le preguntó desde el otro lado del patio.
−Fríjoles con chicharrón −contestó con un ánimo, como si en ese instante quisiera que le sirvieran un plato de esos, y a la vez, para que su interlocutor, que se encontraba a unos 5 o 6 metros de distancia, le escuchara bien clarito sus gustos, pues era su plato predilecto.
−En Boyacá no se come mucho fríjol. Tampoco mucho chicharrón.
Después de que Nairo se paró en varias ocasiones para darle ánimos al niño −algo que consiguió en parte−, entre ellas para firmarle y entregarle la camiseta y luego de compartir con la familia anfitriona, sin dejar ninguna duda a las preguntas que le hicieron, una hora y cuarto después, los cuatro se fueron alistando para la salida.
−Bueno, nos vamos −señaló Luisa cuando toda la comitiva estaba lista, parada al pie del corredor para regresarse−. Y usted mi reina −le dijo a la madre del niño mientras le sostenía la quijada queriéndole levantar la cabeza−, necesito que suba esa alma, ese ánimo, porque es que es usted la que debe de ser la más fuerte de todos. −Mientras la madre escuchaba esas palabras, en silencio y sin levantar la cabeza, dejaba rodar las lágrimas por su rostro−. Mamá, mírame −le rogaba la mánager del ciclista−. A ver, muestre esos ojitos que tiene. Sonría pues que es un día único. Vea ese ejemplo de Javiercito. Es ese espíritu que lo mantiene ahí.
−Sí, es que él dice que ya está aliviado. Que ya no le falta sino pararse a caminar y que ya −respondió la madre con palabras entrecortadas.
−¡Eso! −contestó Luisa−. Y la mente lo puede todo.
−Hay que mantenerlo fuerte, pero vamos a trabajar nosotros −agregó Nairo−: Tenemos que seguir luchando y nos vamos a apersonar del tema a ver cómo podemos ayudar.
−En la vida uno tiene amigos y contactos −intervino Luisa de nuevo, dirigiéndose a Jhoana, la hermana del niño que ha estado al tanto de la enfermedad de este−. Nos gustaría mucho conocer muy bien el caso de él y vale la pena de pronto buscar la opción de otro oncólogo o poner esto en manos de un comité médico a ver cómo nos pueden ayudar. Luego estamos hablando de eso. Mucha fortaleza. −Y, con esta última frase dieron todos media vuelta. Yo los acompañé.
−Que muchísimas gracias, que mi Dios me los bendiga. Les agradezco mucho el detalle. Me parece hermoso. Ni el niño se lo esperaba, y yo, pues mucho menos −les dijo la madre del niño mientras se secaba las lágrimas y los cuatro visitantes caminaban sobre el patio de tierra para abandonar la casa. De nuevo cruzaron la cerca de guadua y “estaremos super en contacto”, les dijo Luisa mientras se subía a la camioneta.
Ella, ya en el interior, con una mano sostenía la puerta del vehículo abierta invitándome a subir. Así lo hice e inmediatamente la camioneta encendió el motor −con la autorización de su mánager−, le pregunté a Nairo:
−¿Qué se siente al salir de su casa a una labor de estas?
−Es difícil para mí. La verdad no es la primera vez, ha pasado en diferentes casos. Cuando es una persona así, con tantos años por vivir, con tanta esperanza por vivir, me duele y claro que me afecta porque son cosas de la vida, no es la naturaleza. La naturaleza debería ser morirse de viejo y estamos viendo a un niño que sufre muchísimo física y sicológicamente con su enfermedad; porque es un deportista que quiere vivir, que quiere disfrutar la vida. Que cada día que se levanta quiere llevar el corazón a mil y mirar a una persona así tan limitada y ver como se le va yendo la vida día a día, es muy triste.
−¿Qué se lleva de esta visita?
−Son dos cosas: una, la labor, una obra que finalmente no sabemos qué puede suceder. Vinimos a saludarlo, a darle la fortaleza y que siga viviendo. Esa labor es un sentimiento de tranquilidad y de alegría por él, porque es un momento especial; pero por el otro lado, da mucho dolor porque no se sabe en qué momento él pueda perder la vida y haberlo conocido, conocer su historia, conocer su familia; pues no es bonito para el recuerdo a futuro.
−Nairo, muchas gracias −le dije, apagué mi grabadora y, apenas la camioneta llegó a la variante, le pedí al conductor el favor de que parara ahí. Me despedí y descendí del vehículo.
*
“Bájenme, bájenme de aquí”.

Estas fueron algunas de las palabras del niño −que se encontraba acostado− cuando supo que Nairo venía en camino.
“Es que ese día mi hijo amaneció muy mal −me narró Oliva esa tarde que regresé a su casa−, no quería que lo movieran. Quería que lo dejaran quieto, que él estaba muy cansado. Nos tocó decirle que es que era una sorpresa, que se tenía que levantar porque venía la visita que tanto estaba soñando. Es que vea, eran tantas las ganas de ver a ese señor, que apenas le menté eso, ahí mismo pegó el grito: ¡Quintana, Nairo Quintana. Que él no me vea en la cama, páremen ya. Siéntemen, siéntemen. Pásemen pa la silla como sea, bájenme, bájenme de aquí! y él con esa colita rota, la espalda, los jarretes, esos tobillos como los tenía de horribles por el cáncer, ya no se le dio nada que lo moviéramos y lo cogimos entre el tío y yo como pudimos y lo pasamos para la silla. Es que a él le choca mucho que lo vean en la cama. Qué proceso tan bravo pa poderlo organizar.

Claro, pasó la visita y como hizo un sobreesfuerzo, ahí mismo tan pronto arrancó el carro, que lo llevaran pa la cama. Allá se quedó fundido y estuvo un rato acostado. Y ya cuando despertó, cogió las cosas de Nairo: Que vea −estaba con Camilo, un hermano de él−, que vea, pues, mostrando la otra camiseta, el llavero, y que mire la cachucha, que vea lo bonita, que mire todo lo que me regaló cuando estaba en la clínica. Que vea el esfero. Contento, contento mi muchacho. Entonces Camilo lo molestó: ¿usted está muy contento porque vino Nairo? Que, ¡ay!, que bueno haber cumplido este sueño. Hace mucho tiempo que yo tenía ganas de conocerlo. Y feliz le mostró también la camiseta firmada que le trajo esa mañana. Y eso que bendito sea Dios, hoy estaba muy desanimado”.
Después de hablar con la mamá, me le acerqué al niño y recordando las palabras del médico, “denle el gusto que más puedan…”, le dije:
−Bueno, Javiercito, ya cumplió el sueño de conocer a Nairo y ahora...

−Sí, ya falta es la Liendra −me interrumpió sin esperar mi pregunta−, que también prometió que iba a venir. Yo me entretengo mucho con los videos de él, por eso quiero conocerlo.
En días anteriores cuando él me había dicho de ese personaje, yo no entendía de qué o de quién se trataba, entonces abordé a la madre y le dije en aquel entonces:
−Doña Oliva, ¿quién es la Liendra, que su hijo desea tanto conocerla? −Y ella con su voz arrastrada, de mujer de campo, manoteando y hablando con desgano, me respondió:
−Ese es un bobo, un tonto ahí sin gracia que saca unos videos todos pendejos; pero el niño se la pasa todo el tiempo viendo esos videos y quiere conocerlo.

Como en la crónica donde se publicaba el sueño del niño de conocer a Nairo, estaba incluido este otro deseo; al mismo tiempo me empezaron a llegar mensajes por medio de las redes sociales −incluso muchas personas me llamaban−, ofreciéndose para ser el puente con este otro personaje. En uno de los tantos mensajes, me enviaron un audio. Estos son algunos apartes: …Hablamos ya con el mánager de la Liendra y que sí, que de una, que él está en Dubái y llega el 20 de julio, entonces que después del 20 de julio ellos llegan como sea allá (aquí a Granada). Pero entonces necesito que me colabore con los datos del niño, a quién puedo llamar […] para mandarle esos datos al mánager.

En vista de que ellos no se comunicaban, le pedí el favor a otro contacto, que era más cercano a mí, que lo volviera a intentar, entonces este me dijo: “Es que ese man se gana 50 millones de pesos diarios y hay gente que pierde esa parte humana y se dedica solamente a conseguir plata, ojalá y le dure como dice la canción, pero voy a hacer otro intento y le cuento”, me dijo, reenviándome el mensaje que escribió para el mánager, en el que, entre otras cosas le comentaba: ...Qué pena, te voy a pedir un favor, pregunta si hay la posibilidad o si no para decirle a ese niño que no espere más. De veras me da pena con él y su familia haberlo ilusionado […]. Se me hace necesario decirle a ese niño que todo fue una falsa ilusión

La verdad, al niño no se le había asegurado cuándo podía venir el personaje en mención, solo se le dijo que existía la posibilidad y que varios amigos estaban en eso, pero el contacto de la Liendra contestó con otro mensaje que igualmente me reenvió mi amigo: …Créeme que sí, créeme que sí […], vos sabes cómo son estos güevones, papi, y tristemente por la hijueputa razón que le inhabilitaron la cuenta de Instagram (a la Liendra) güevón, entonces en este momento estamos full pegados de eso. Mañana que me vea de nuevo con él, papi, le volvemos a meter candela a eso, ¿listo? Aquí voy a poner el recordatorio para pegarle una llamadita a doña Oliva.

Y efectivamente, el 17 de agosto, el mánager llamó a la madre de Javiercito para supuestamente coordinar el viaje, y como ella quería que él personalmente le diera la noticia al niño, entonces, “le dije −expresó Oliva−: Llámeme en diez minutos que no estoy en la casa. Por favor me llama, ¡por favor!, que el niño quiere de verdad hablar con él. Por favor, no me dejen esperando”. Que sí, que hágale.

“Yo me vine corriendo para la casa y cuando llegué, le dije a mi hijo: Papi, ¿sabe quién me llamó? Que quién. El mánager de la Liendra, pero yo estaba donde mamá y quedó en llamar de nuevo en diez minutos. Esperemos a ver. Y el niño era pendiente, desesperaíto por ese teléfono. Pasaron los minutos, la tarde completa, los días y nada. Esta es la hora que no han pasado los diez minutos”, me narró esta madre, días después, muy triste, mientras miraba a Javiercito que estaba escuchando atento a lo que la madre me decía y que, como ella, seguía tan desilusionado.
“Es que él tenía la fe de que venía. Por ejemplo, eso entraba una llamada, ¡ah!, ese debe de ser el mánager de la Liendra que está llamando. Demás que ya va a venir, ¡conteste, mamá, conteste rapidito! Y a los tres o cuatro días le pregunté: mijito, ¿usted todavía quiere que venga ese muchacho? Sí, mamá, claro, ese es otro de los sueños que me faltan para cumplir −me contestó el niño− como si supiera que los días de él estaban contados.

Ya, como desilusionado, lo que mantenía era mirando los regalos de Nairo y a muchas visitas se los mostraba todo orgulloso. Pero la camiseta rosada no se la puso nunca. No se la alcanzó a estrenar. Yo le dije un día: ¿se la va a medir? Y dizque, no mami, mire cómo estoy de hinchado, eso se sabe que no me sirve”.
*
La mánager de Nairo posteriormente se comunicó para pedir la historia de Javiercito y cumplir con lo prometido el día de la visita, pero la familia siguió la recomendación de los médicos: que mejor no movieran más al niño, pues él sufría mucho con los traslados por su cuerpo tan deteriorado. Lo único que deseaban era una silla de ruedas eléctrica que a la vez le sirviera como cama para no atormentarlo más de la cama a la silla y de la silla a la cama, y también para poderlo sacar a pasear.

Esta silla se empezó a gestionar por medio de una crónica publicada en la página de la emisora de aquí del pueblo, http://www.desdegranada.com/actualidad/item/373-ahora-es-una-silla-de-ruedas−, pero dos días después de la publicación, ya la silla no hacía falta.

Los milagros de la comunicación hicieron que Nairo Quintana le cumpliera el sueño a Javiercito, pero el milagro no actuó para el otro sueño. El niño, incluso hasta unas 72 horas antes, apenas escuchaba repicar el teléfono, gritaba: ¡“Mamá, conteste rapidito, conteste que debe de ser la Liendra”! A los 20 días de que el campeón del Giro de Italia 2014, ese amante del campo, la papa y el aguapanela lo visitara, el cuerpo de Javiercito empezó a ocupar la bóveda 203 del cementerio de Granada, Antioquia.

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