Tienen toda la razón quienes afirman que la principal responsabilidad en el cambio climático que estamos padeciendo es de los países industrializados. Ellos son los responsables de la emisiones de CO2, cuya acumulación a lo largo de los dos siglos largos que median entre hoy y el comienzo de la revolución industrial en Inglaterra, son los causantes del incremento de 1.1º grados de la temperatura promedio del planeta responsable de las tormentas, las inundaciones y las sequías que ahora lo asolan. Pero no son los únicos responsables. También nosotros hemos aportado a esta dramática situación en la medida y en las consecuencias de nuestra irresponsabilidad. Me refiero, para empezar, en el privilegio desmesurado concedido al carro y al transporte público en buses y camiones altamente contaminantes, en desmedro de los metros, los tranvías y los ferrocarriles más eficientes y mucho menos contaminantes. En segundo lugar está la tala desaforada de bosques y selvas que no solo infringe un daño mortal a riquísimos ecosistemas sino que destruye a quienes funcionan como auténticos pulmones del planeta, capaces de absorber una parte importante de los excedentes de CO2 que nos están asfixiando. A esta herida mortal le hemos echado el uso intensivo de glifosato en el curso de esa fatídica “guerra contra la droga”, que lo único que nos ha dejado como saldo efectivo es corrupción, muerte y violencia.
En el campo de la minería tampoco nos hemos abstenido de meter la pata hasta la coronilla, con la perversa decisión de nuestros gobernantes de compensar la ruina de nuestra agricultura a cargo de unos lesivos tratados de libre comercio con la entrega al país de las multinacionales mineras que prácticamente han hecho lo que les da la gana, con poco o ningún respeto al medio ambiente. Pensemos en El Cerrejón, esa megamina que ha envenenado los acuíferos y contaminado el aire. En los diversos planes de perforar minas de cielo abierto en nuestros páramos, esos delicados ecosistemas a los que con justicia se han calificado de “fábricas de agua”. Y en la decisión de importar la técnica del fracking, que no es solo criminal desde el punto de vista medioambiental sino estúpida desde el punto de vista económico. El gas y el petróleo que puede obtenerse por ese método tienen unos costos de producción que superan los precios de venta en un mercado internacional altamente volátil. Tanto por razones geopolíticas como por maniobras especulativas.
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Nuestro engolosinamiento con el petróleo nos ha impedido formular hasta ahora una estrategia de reemplazo del petróleo por energías renovables
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Una situación que tiene todavía peor aspecto cuando se considera que nuestro engolosinamiento con el petróleo nos ha impedido formular hasta ahora una estrategia de reemplazo del petróleo por energías renovables como la eólica, la solar y la marina.
Ojalá que no nos dejemos engatusar por las bonitas declaraciones de nuestro presidente y de sus enviados a la Cumbre de Glasgow y nos planteemos seriamente la tarea de librarnos de todas estas taras. El planeta y desde luego nuestros hijos y nietos lo agradecerán.