"Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!": a partir de estos versos del gran poeta nicaragüense Rubén Darío pienso en la juventud colombiana. Y pienso en los niños y niñas de nuestra Colombia herida, porque siempre me ha asaltado la pregunta sobre lo que hacen nuestro país y nuestros gobernantes por la salud estética, poética, humanística, espiritual y cultural de las nuevas generaciones.
El panorama no es nada alentador. Si usted hace un recorrido por los pueblos del Caribe colombiano, por municipios de Bolívar, Atlántico, Magdalena o La Guajira, se encontrará con una respuesta que no dejará de sorprenderlo. Y ni hablar de corregimientos y pequeños municipios del Pacífico. El abandono es evidente. Creo que no es necesario hablar de los Llanos Orientales (Arauca, Casanare, Vichada y Meta) o de regiones apartadas de Nariño, Cauca, Huila, Caquetá y Valle del Cauca.
El abandono del Estado a la juventud colombiana es desesperante. Si estos muchachos y muchachas son el futuro del país, el horizonte pinta bastante gris, casi aterrador.
Siempre me he preguntado esto cuando recorro las zonas más invisibles de Colombia: ¿qué les ofrece este pueblo a sus adolescentes? ¿En qué trabaja este municipio para que sus jóvenes inviertan el tiempo en cosas que favorezcan sus talentos, sus competencias y sus habilidades? ¿Qué hace este alcalde por las manifestaciones artísticas y culturales de sus pobladores más jóvenes? Las respuestas son casi obvias y saltan a la vista: muy poco o nada.
Y es que cuando uno transita por Bayunca, Turbaná, Turbaco o Arjona (Bolívar) o por Repelón, Baranoa, Galapa o Soledad (Atlántico) se da cuenta de que, en términos humanísticos, la cuestión es estéril y desértica, muy desértica. No hay salas de cine, salas de teatro, cero bibliotecas, cero centros culturales, cero exposiciones de pintura, cerámica, artesanías, conciertos de guitarra o recitales de poesía. Pero, a cambio de esa oferta artística y cultural, hay cientos de cantinas, billares y casinos, que lo único que hacen es despistar las preocupaciones del día a día sin dar espacio a la esperanza, a la proyección, a la sana ambición y a los sueños. Y no quiero sonar moralista, porque no tengo nada en contra de los divertimentos y los placeres momentáneos de la vida, pero así como hay un tiempo y un conocimiento ordinario, también existe un tiempo para lo trascendente, lo sustancial, lo vital y lo perenne. Ya lo dijo el gran poeta alemán Friedrich Hölderlin: "Lo que permanece lo fundan los poetas".
Es fundamental que los gobiernos locales piensen en sus muchachos y en sus muchachas. Que a la par de la apertura de un casino se abra una biblioteca pública. Que a la par de una cantina se cree una sala de exposiciones o un centro cultural. Es preponderante que piensen en su creatividad, en su espíritu filosófico, en sus expresiones artísticas y creadoras. Que estimulen los emprendimientos y las ganas de escalar en intelecto y en espíritu. Que las autoridades entiendan y comprendan que el mundo no es la boca del pozo ni las sombras que se reflejan en la pared de la caverna. Que salgan del oscurantismo, que confronten la realidad, puesto que más allá de la mototaxi existe otra forma de emplearse o de formarse como jefe. Que comprendan que los embarazos a temprana edad son cosas del siglo pasado, que hay un mundo por explorar y recorrer y que tampoco es una obligación casarse ni tener hijos.
Cientos de hombres y mujeres desestiman salir de sus corregimientos y veredas a buscar un futuro conectado con la educación superior y el crecimiento académico. Muchos dudan de sus capacidades y entierran sus aspiraciones y sueños. Y en esto tienen mucho que ver las políticas centradas y dirigidas a la juventud. Está más que visto que la juventud es un reglón olvidado en las agendas de gobierno de alcaldes, gobernadores y presidentes. Los niños y niñas de las zonas rurales, de los pueblos indígenas, de las ciudades intermedias deben ser educados con conciencia humanística, crítica, reflexiva, pero también con aspiraciones, con ambiciones académicas, económicas y profesionales.
Y que los versos del vate nicaragüense se reciten con conocimiento estético y poético y no como un mal presagio:
"Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…"