Dentro de las creencias locales en la Nicaragua rural, de Rosario Murillo mucho se dice que es una bruja. No por su aspecto esotérico con los dedos y brazos permanentemente abarrotado de anillos y pulseras, ni por su devoto amor a las cartas del tarot, ni por sus días como guerrillera de la alta alcurnia de Managua en la clandestinidad del exilio, sino por el poder que hoy tiene para hacer lo que quiere cuando ella lo considera, como por arte de magia.
Rosario nació en Managua un 22 de junio de 1951. Era la menor de 4 hermanas y la adoración de su padre, Teódulo Murillo Molina, un algodonero, ganadero y terrateniente muy pudiente de la región de Chontales, al sur. Desde chiquita, su papá la mandaba a todos los lugares que escogiera para estudiar lo que ella quisiera: francés en Suiza, inglés en Inglaterra o en Estados Unidos. A todos Rosario ya había ido cuando cumplió apenas 17 años. Don Teódulo no le podía decir que no en nada a su hija preferida.
La madre de Rosario, Zoilamérica Zambrana Sandino, tenía la vena política en la familia pues era sobrina del general Sandino, héroe revolucionario que luchó contra la ocupación estadounidense en Nicaragua en los años 30. Por su lado materno entonces, Rosario Murillo también estaba raída en privilegios y palancas que no escatimó en aprovechar durante su ascenso al poder. Siendo menor de edad tuvo su primer impase, quedó embarazada y en su casa la obligaron a casarse.
Pero nada detuvo a la joven madre de integrarse en el Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1969 y militó en el exilio en la década de los 70. En las propias palabras de su padre, a Rosario se lo dio todo y gracias a estos viajes de exilio pudo conocer entornos muy distintos al conflicto de guerrillas que se llevaba a cabo en su natal Nicaragua: el movimiento hippie en California o en Holanda, por ejemplo, de dónde hay registros de ella en marchas.
El episodio más duro de su vida fue en el año 72, en una visita esporádica a Managua, un intempestivo terremoto acabó con la vida de su tercer hijo Anuao, de 2 años, fruto de su segundo matrimonio con José Joaquin Chamorro, quien fuera el director del periódico la Prensa y quien sería asesinado en los años por venir. Rosario volvió a irse de Nicaragua queriendo nunca más volver.
Sin embargo, un accidente de tránsito la llevó de vuelta a Managua 10 meses después de haber enterrado a su hijo. Esta vez enterraría a su madre quien resultó mortalmente herida en el accidente. En las honras fúnebres, las excéntricas y extrañas vestimentas con las que Rosario volvió a Nicaragua, aquella vez desde Europa, llamaron la atención de toda su familia.
En 1977, Rosario viajó a Caracas, Venezuela en dónde se reencontró con Daniel Ortega en el museo de Bolívar. Ambos se conocían de pequeños pues crecieron en el mismo barrio, pero fue en este punto de la historia donde se habrían declarado su amor eterno y se habrían juntado como pareja hasta el día de hoy. Ortega estaba recién salido de la cárcel y también estaba viviendo en el exilio.
Tras dos años compartidos en Costa Rica, con la caída de la dictadura de Somoza en 1979 en Nicaragua, Rosario junto con sus dos hijos y Ortega volvieron a Managua a formar parte de la denominada "revolución sandinista". En el 85, Ortega tomó el control del partido de gobierno y ejerció por 5 años como presidente. En los años siguientes no abandonaría los más altos círculos de poder gubernamental en el que su mujer también tenía voz y voto, a pesar de haber perdido tres veces las elecciones en la década de los 90.
Una de las primeras medidas de las que Rosario convenció a su esposo en tomar fue la de expropiar todas las tierras a su padre quien, a raíz de la traición de su hija favorita, cayó en una depresión y murió a los pocos meses después de que le quitaran sus tierras. Y de sus 3 hermanas mayores no se volvió a saber nada.
La primogenita de Rosario Murillo, llamada Zoilamerica Narvaez, encendió a la junta militar sandinista al denunciar en 1998 al, en ese entonces expresidente, Daniel Ortega quien fuera su padrastro, de abuso sexual y violación. Dicho escándalo no impidió que Ortega volviera a la presidencia por segunda vez, escogido por elección popular, 8 años después de las revelaciones hechas en su contra.
Pero pese a la gravedad de las acusaciones, poco o nada la historia Zoilamerica ha influido en el gobierno nicaragüense del que “mamá Rosario” hoy es vicepresidenta y primera dama a la vez. El presidente de la república, al que lleva 26 años señalando frente a todas las cámaras que han decidido prestarle agresión, como su presunto agresor, se refirió solo una vez y por protocolo sobre el asunto para decir que se trataba de un complot. Tenía inmunidad parlamentaria.
Algunos críticos de Murillo en la política y los medios noticiosos también argumentan que su lealtad a Ortega y la defensa pública que le brindó a Ortega en el escándalo de su hijo, así como su apoyo desde el comienzo de la revolución en 1979, fueron recompensadas con la influencia que obtuvo en el manejo del país cuando ella era la única mujer en medio de una junta de gobierno de ocho hombres alrededor de los Ortega, Daniel y Humberto.
Desde entonces Murillo está muy involucrada en todos los aspectos del gobierno. Es quien da los informes diarios acerca de los más recientes terremotos o daños provocados por desastres naturales o calamidades públicas. Si un niño tiene zika, Murillo sabe el nombre del niño y podría llamar a los padres ella misma. No se pierde ninguna reunión diplomática de alto nivel y se reúne regularmente con líderes municipales a quienes les deja constantemente claro que las decisiones no pueden tomarse sin su aprobación. Su gran poder está entre las mujeres, y sobre todo las pobres.
Conforme Murillo obtuvo más control en el país, el gobierno fue criticado ampliamente por tomar medidas más drásticas para asegurar el poder de Ortega, lo cual planteó preguntas preocupantes acerca del estado de la joven democracia de Nicaragua. Después de la rebelión de la gente contra las pensiones y el abuso de poder, los Ortega penden de un hilo. Han perdido incluso el apoyo de los empresarios, sus grandes aliados.
Murillo tiene una formación poco común entre las mujeres vinculadas al proyecto Sandinista. Es poeta, asistió a una escuela británica de monjas y una escuela privada de modales en Suiza y habla inglés y francés con fluidez. Su ambición no tiene límites.
A pesar de haber tenido muchos hijos juntos, la pareja no se casó sino hasta 2005, justo mientras se preparaban para intentar ganar la presidencia. Ortega había estado fuera del poder desde 1990 y había perdido tres elecciones consecutivas. Entonces, con la ayuda de Murillo, Ortega ganó en 2006, y su influencia fue notable de inmediato.
Se le dio crédito por las audaces iniciativas gubernamentales para ayudar a los pobres repartiendo casas nuevas, cerdos y techos de aluminio. Ganaron las elecciones y luego la Asamblea Nacional, las cortes y los empresarios son sus aliados hasta conseguir tramitar la ley que habilita a Ortega para postularse indefinidamente. Ahora en las elecciones demostrará el garrote con el que ha gobernado junto a su esposo.
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