Todo lo que una mujer elegante y sus hijas nos hicieron suspirar

Todo lo que una mujer elegante y sus hijas nos hicieron suspirar

En Magangué, vivieron Nelsy Madera Martínez e hijas, quienes por su imponente belleza y elegancia captaban la atención del más distraído transeúnte. Crónica.

Por: RICARDO MEZAMELL
noviembre 09, 2021
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Todo lo que una mujer elegante y sus hijas nos hicieron suspirar
Foto: Pixabay

“La gratitud es la más sublime declaración del aprecio que sentimos por las personas que hacen algo por nosotros”

Le bastaba que fuéramos compañeros de colegio o amigos de sus hijos para recibirnos, atendernos y consentirnos en su casa como si también nos hubiera parido. A su vivienda ubicada en la medialuna del barrio Pueblo Nuevo llegó de 32 años a mediados de 1969. Allí fuimos asiduos visitantes algunos muchachos en los años setenta; sin decirnos mentiras, por la atracción que sentíamos por sus hermosas y carismáticas hijas. Unos, por Edelmira; y otros, por Guillermina.

En cualquier momento del horario de visitas que nos presentáramos en su acogedor hogar éramos muy bien recibidos, y si nuestra estadía se extendía hasta la hora del almuerzo -cuya proteína por lo general era un delicioso bocachico frito preparado por ella- sin preguntarnos si queríamos, nos servía en un plato y nos invitaba a comer en la mesa junto con sus hijos.

Así era la niña Nelsy Madera Martínez, una mujer que por su imponente belleza y elegancia en su modo de andar captaba inevitablemente la atención del más distraído transeúnte que tuviera la dicha de cruzarse en su camino, al punto de serme ineludible afirmar que ella era una deslumbrante dama que ‘paraba el tráfico’.

Aun cuando tenía un temperamento fuerte y era de normas y convicciones morales innegociables, en su trato con las personas se distinguía por ser complaciente y generosa, siempre con una sonrisa a flor de labios. Y a los más cercanos a su círculo parental nos deleitaba con las ingeniosidades que sola a ella se le podían ocurrir.

Como fue una mujer soberana, a sus hijas les inculcó que estudiaran y trabajaran para que fueran independientes, por cuanto siempre tuvo razón al considerar que la dependencia de la mujer en la relación de pareja era el origen del sometimiento al hombre, con la consecuencia inexorable de tener que aguantarse el maltrato familiar por la comodidad de asegurar la manutención propia y de los hijos.

También les insistió mucho en el cumplimiento de las obligaciones dinerarias como regla de conducta tanto en las relaciones interpersonales como en las de los negocios, al recalcarle que nunca se olvidaran de los compromisos adquiridos, mucho menos se quedaran adrede o le robaran siquiera un peso a quienes se lo hubiesen prestado.

Además de las mujeres, tuvo cuatro hijos varones: Elías, José, Roberto y Carlos. La muerte violenta e inesperada del primero -en septiembre de 1992- acabó con su alegría y se llevó gran parte de su vida. Después de esa irreparable pérdida no volvió a ser la misma. La tristeza se apoderó de su corazón hasta el final de sus días.

A pesar de haber transcurrido más de cuarenta años sin verla y de comunicarme con ella, me reconoció por la voz la mañana del sábado 23 de abril de 2016 cuando toqué a su ventana cerrada y pregunté para despistarla ‘si sabía de alguna habitación para arrendar en el sector’. Se alegró muchísimo al verme y me dio el que sería un fuerte y cariñoso abrazo de despedida, por cuanto el Altísimo se la llevó para su morada celestial, a los 80 años, el 25 de abril del año siguiente.

Si bien -la verdad sea dicha- llegué a su casa con la intención de acercarme y enamorar a la dulce y entusiasta Edelmira y, cuando esta ya no estuvo disponible por elegir a otro pretendiente, fijé mi interés en la impetuosa y cerrera Guillermina, sin que lograra conquistar a la una ni a la otra (quizás por mi timidez y lentitud en las lides del amor), quedé atrapado con ellas en las redes de una entrañable amistad por las virtudes que las distingue y el calor humano que irradian.

De esas vivencias conservo un grato recuerdo y me embarga la nostalgia por esos maravillosos años que nunca volverán -plagiando la composición vallenata ‘Los tiempos de la cometa’, de Fredy Molina-. Al igual que guardo imperecedera gratitud por la acogida que la niña Nelsy me dio en el seno de su familia y por la inalterable amistad que me une con Edelmira y Guillermina, ejemplos, al igual que lo fue su madre, de mujeres emprendedoras, trabajadoras y auténticas guerreras de la vida, a quienes su espectacular belleza y maravilloso encanto nunca han obnubilado.

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