Morir es una costumbre

Morir es una costumbre

En 'Milonga de Manuel Flores' se revela el gusto de Borges por las milongas, pues las sentía, lo mismo que el pueblo. ¿Cómo describe allí la muerte?

Por: Laura Cecilia Bedoya Ángel
noviembre 02, 2021
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Morir es una costumbre
Foto: Flickr

“En el modesto caso de mis milongas, el lector debe suplir la música ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra. La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes.
He querido eludir la sensiblería del inconsolable 'tango-canción' y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas.
Compuestas hacia mil ochocientos noventa y tantos, estas milongas hubieran sido ingenuas y bravas; ahora son meras elegías.
Que yo sepa, ninguna otra aclaración requieren estos versos”. Así escribía Jorge Luis Borges el prólogo del libro Para las seis cuerdas, del que me permití transcribir un fragmento.

Voy a revelar el tema que ocupa mi interés y es hablar de Milonga de Manuel Flores (1), publicada en la obra citada que se compone de 11 poemas o letras para milonga. Ya es conocido por los lectores de Borges su gusto por las milongas, argumentando que las sentía, lo mismo que el pueblo, por eso en uno de sus ensayos afirmó: “La milonga es una de las grandes conversaciones de Buenos Aires, el truco es la otra”.

Para empezar, entonces tomo el título de este artículo en el que hay una convicción que conjuga la certeza con un trazo de desdén, y parece que es común en el diario vivir de estos hombres del coraje la compañía de un pensamiento que también es aliento para sus actos de valentía, la muerte llegará algún día y para todos, es implacable su designio.

Por otro lado, observar que Milonga de Manuel Flores consta de seis estrofas en las que hay un monólogo desde la segunda hasta la quinta, y es bien importante ver cómo desde ahí empieza a confesar lo que siente y presiente al ver la muerte cercana, remordimientos, alguna esperanza y una particular visión del juicio final de su vida, sin embargo, para comprender mejor el discurso se debe escuchar la voz de quien habla en primera persona que es la que rompe con la estrofa inicial.

“Manuel Flores va a morir.
Eso es moneda corriente;
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.

Responde Manuel Flores:
Y sin embargo me duele
decirle adiós a la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida (…)”.

Tal vez leyendo nos pasen desapercibidos los versos sobre la vida, “esa cosa tan de siempre”, del mismo modo nos acostumbramos a vivir, es el lado contrario de la moneda, vivir es una costumbre.

Continúo con el monólogo y aquí veo alguna escena del teatro Shakesperiano y es cuando Lady Macbeth ve sangre en sus manos que no tienen sangre, solo la culpa de cargar con una muerte y por lo tanto, no la puede lavar.

Dice el condenado a muerte, Manuel:
“Miro en el alba mis manos,
Miro en las manos las venas;
Con extrañeza las miro
Como si fueran ajenas (…)”.

No sé si sea arriesgado hacer una relación de las venas de Manuel con la sangre que viera Lady Macbeth en sus manos, y luego esa mirada dirigida a las mismas con extrañeza, “como si fueran ajenas”, o sea, negando el delito o pensando que tal vez hubiese sido mejor que las muertes cometidas no fueran suyas, muertes ajenas.
Escuchemos entonces a Lady Macbeth:

“¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera, digo! ¡La una! ¡Las dos! ¡Vaya! Ya es tiempo de ponerlo por obra.
¡Qué lóbrego está el infierno! ¡Qué vergüenza, dueño mío, qué vergüenza! ¡Soldado y tener miedo! ¿Qué importa que llegue a saberse, si nadie puede pedirnos cuenta? Pero ¡Quién pudo imaginar jamás que aquel viejo tuviera tanta sangre!
…Ni todos los perfumes de Arabia quitarán el olor de esta mano mía.
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!”.
Continuando con el tema de las manos, son ellas las que dan muerte, lo que conduce a Manuel a pensar en los signos de su partida cuando otra mano accione para que las balas cumplan con el augurio. Vendrá después el olvido, una ofrenda del autor quien lo considera un don: “por el olvido, que anula o modifica el pasado”(2).

“Vendrán los cuatro balazos
Y con ellos el olvido;
Lo dijo el sabio Merlín:( 3)
Morir es haber nacido (…)”.

Pasado el atrevimiento de analizar estas coplas y omitiendo los últimos versos, para darle un respiro al lector, lo convoco al final del monólogo:

“¡Cuánta cosa en su camino
estos ojos habrán visto!
Quién sabe lo que verán
después que me juzgue Cristo (…)”.

Existe una contradicción con respecto a Flores. En el artículo recopilado en Textos recobrados, Borges escribe: “Fuera de Manuel Flores, los héroes de mis coplas fueron hombres de carne y hueso que cumplieron con su duro destino, allá por las orillas de Lomas o de Palermo”. (Textos recobrados, 1956-1986: 235)
“Sin embargo, en la nómina de compadritos y maleantes clasificados por la Parroquia (o barrio) al que pertenecían, que incluye Borges en Evaristo Carriego, Manuel Flores figura entre los “ventajeros, guapos ocasionales” de la parroquia del Socorro. (Obras completas I: 147). Claro que entre una anotación y otra han transcurrido 35 años”.

Referencias

(1) Borges, Jorge Luis. Obras completas II (1952-1972). Edición crítica. Emecé.
(2) Borges, Jorge Luis. Otro poema de los dones.
(3) OP. CIT. “El Merlín histórico fue un bardo galés nacido hacia fines del siglo V, al que se le han atribuido una cantidad de poemas de dudosa autoría. Se dice que se convirtió en un poeta del Rey Arturo. La historia se ha mezclado con la del hechicero Merlín de los romances de Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda.

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