De la misma manera silenciosa y contundente como de la noche a la mañana los árboles reverdecen anunciando que la primavera llega del frío, otros brotes, esta vez de mal agüero, se han colado por las fronteras de Occidente, provenientes de los exóticos paisajes africanos que tanto celebramos en revistas y documentales. Algo ha fallado en las zonas limítrofes de Europa y Norteamérica, tan efectivas que suelen ser para impedir el libre tránsito de personas, tan solícitas para facilitar el de los capitales golondrina y tan incompetentes para detener amenazas de cualquier tipo: terrorismo, narcotráfico, infecciones… Lo cierto es que el ébola llegó y pegó. Y floreció por fuera de su habitual invernadero, he ahí el problema.
No nos queda nada bien hacernos ahora los asustadizos por cuenta de los casos aislados (y dolorosos y preocupantes) que han aparecido en Dallas y en Madrid, puesto que el gusano causante de la fiebre hemorrágica, ya había sido identificado en 1976, por el equipo del doctor Peter Piot, cuando empezó a hacer estragos en una aldea congolesa situada a orillas del río Ébola. ¡Hace 38 años! Pero como el virus se limitaba a matar gente en el paraíso de la pobreza extrema, hallarle la contra no suponía filón alguno para los jefes de los estados más desarrollados (civilizados les decimos), ni para las registradoras de las farmacéuticas, ni para la mayoría de los investigadores cuyas fuentes de financiación provienen de estas y aquellos. (Al lado del altruismo, que lo hay, los señores de la enfermedad desempeñan igual papel que los de la guerra: la fomentan). Solo que las epidemias vienen incluidas en el paquete de la globalización; la del VIH (sida) ha cobrado la vida a 40 millones de personas, desde su aparición en 1981. También proveniente de África, también con historias de macacos de por medio, también navegante de los fluidos corporales.
Así no fuera por convicción —ya sabemos que la rectitud de conciencia es lengua muerta en campos de la geopolítica y la geoeconomía—, el mundo de acá tendría que mirar con ojos menos indiferentes al mundo de allá. Caridad con uñas, que llaman en el lenguaje sabio de la calle. Así parece que lo entendió la ONU al urgir —que fuera de urgir y de alimentar burocracia para poco más sirve— a la comunidad internacional para que multiplique los recursos destinados a neutralizar el ébola; así parece que lo entendieron el Banco Mundial y el FMI que de súbito están dispuestos a liberar cientos de millones de dólares en asistencia a los países que han aportado la mayoría de los 8.000 infectados (4.000 de ellos, víctimas mortales) totalizados hasta ahora, cifra que para 2015, si no se logra meter en cintura al bicho, podría ascender a 1,4 millones, según cálculos del Centro para Control y Prevención de Enfermedades de EE. UU. Y así parece que lo entendió Washington que desde el mes pasado lanzó una estrategia de contención por 700 millones de dólares y —léase bien— con 4.000 militares sobre el terreno. Militares, qué mal chiste. Si para librar esta batalla las armas que se necesitan son médicos, enfermeras, camas, protocolos seguros y, sobre todo, vacunas.
Una vergüenza histórica esto del ébola. Teniendo los recursos y el conocimiento, la humanidad se ha quedado de brazos cruzados —excepción hecha de un puñado de apóstoles de la ciencia y otro puñado de ONG estilo Médicos sin Fronteras—, a la espera de que el continente negro se canse de morir. Sabiendo que por costoso que resulte, siempre será más barato prevenir que curar. El BM admite que solo este año la lucha contra la expansión del virus costará 7,4 millones de dólares, que para el 2015 podrían ascender a 32.600. Apenas en enero próximo sabremos si los medicamentos experimentales podrán ser usados como conjuro del monstruo.
En cuanto a Colombia…, tú tranqui. El ministro de Salud dice que tenemos los trajes —ya los desfilaron en la tele—, los protocolos, las encuestas y la comunicación adecuados. Y que, además, el flujo migratorio legal proveniente de países africanos es limitado.
COPETE DE CREMA 1: ¿Y el ilegal que entra por Urabá, por ejemplo? ¿Y la capacidad hospitalaria que no resiste una oleada de influenza? ¿Y la operación tortuga que caracteriza a las EPS? ¿Y la capacitación del personal médico? ¿Y las urgencias desbordadas? ¿Y la reforma de la salud que se anuncia más que la llegada de un circo? Preguntas a borbotones, respuestas a cuentagotas.
COPETE DE CREMA 2: A propósito, les sugiero leer el primer gran reportaje de la historia: El diario del año de la peste (1722), en el que Daniel Defoe narra, de manera cronológica, la tragedia que vivió Londres durante la Gran Plaga de 1665. Estremecedor.