A menos de siete escasos meses para la realización de la primera vuelta de las elecciones presidenciales colombianas, y como pocas veces en nuestra historia republicana reciente, el panorama político y electoral está signado por una profunda incertidumbre y por una campaña marcada por la dispersión, el canibalismo electorero, el fuego amigo, el accionar errático y la aterradora mediocridad en cuanto a estrategia, plataformas programáticas y comunicación de la gran mayoría de los precandidatos y candidatos en lisa.
Dicho de otro modo, la mano está abierta y todo es susceptible aún de ser barajado de nuevo, y cualquier cosa podría suceder en los meses por venir. No obstante, hay una serie de elementos claramente identificables que bien pueden ser puestos a consideración.
- La polarización cómplice entre Petro y el uribismo, los cuales han forjado una inextricable (por no decir que siniestra) sinergia de amplio espectro a través de la cual fagocitan toda opción alternativa a sus discursos extremos y dolosamente polarizantes.
Petro y Uribe son como las dos cabezas de una horrible medusa que basa su ambición de poder y dominio total en esa bipolaridad extrema que no conoce límites ni conmiseración alguna al momento de lograr sus objetivos. Es claro que son enemigos a muerte, pero por ahora se necesitan uno al otro para poder impedir que cualquier otro actor pueda entrar a desafiar o derrumbar ese temible imperio bipolar hecho de miedo, confrontación, seducción y adoctrinamiento de sus siervos que han logrado construir a través de la exacerbación de ese impulso tanático que le es tan connatural al ser humano como lo son también el sexo o el amor.
En suma, Petro y Uribe son el anverso y el reverso de la tragedia colombiana y representan, cada uno, un rostro específico de ella:
El uribismo y su dogma encarnan esa historia de mafia social y económicamente blanqueada mediante la cooptación de la institucionalidad, neofeudalismo vestido de ideología, expolio transversal de lo público y despojo de tierras mediante impasibles escuadrones de la muerte. Han prevalecido durante los últimos veinticinco años apuntalados en un liderazgo férreo e imponente que descolla ya en los anales históricos latinoamericanos (el de Álvaro Uribe), pero sus desmanes sin límite han calado hondo en el inconsciente colectivo del pueblo colombiano y, por esa circunstancia, es un proyecto político y sociológico que agoniza irremediablemente, y de cuya sombra deberá estar absolutamente limpio todo aquel proyecto o liderazgo que pretenda ser una opción viable de poder ahora y en los decenios por venir. El uribismo es, en últimas, a dead man walking (como llaman los gringos a los condenados a muerte), aún capaz de hacer mucho daño, pero inexorablemente condenado a desaparecer.
Petro y su movimiento son la encarnación viva del resentimiento, la ira, la impotencia, la frustración, la envidia, la humillación, la desesperanza y el visceral deseo de venganza de millones de colombianos que han padecido en carne propia (o que vieron a sus mayores padecerlo) la ignominia de un pueblo sometido durante doscientos años a la servidumbre, la manipulación, el engaño y la perfidia exhibicionista de unas élites podridas y sociópatas como muy pocas.
Petro es la encarnación de ese pueblo iracundo que viene de todo un tronco filogenético marcado por la miseria, los harapos y la exclusión a raja tabla del poder y del tren del progreso, que se hartó de ser simple títere, vasallo, sirviente y víctima (o victimario al servicio de sus "amos") y que, ante la ausencia de otra opción política, ideológica y sociológica verdaderamente alternativa y decente, sucumbe ante la muy humana pulsión de destruir o aniquilar (sino físicamente al menos moralmente) a todo aquello y todos aquellos que representan o les recuerdan la indignidad a la que fueron sometidas sus vidas o las vidas de sus ancestros. La historia del mundo es enfática en demostrar que ningún tipo de poder tomado y asumido desde el odio o el resentimiento dio buenos frutos, jamás.
- La depauperación del "centro".
Es bien sabido que el llamado "centro" del espectro político no es más que ese interludio difuso y casi siempre complejo, mutante y abstracto que suele mediar entre los polos que
—al menos hasta ahora— dominan el terreno ideológico en los sistemas democráticos occidentales, es decir, la derecha y la izquierda.
En el caso colombiano, este centro político ha sido difícil de consolidar ante la apabullante ausencia de líderes —tanto intelectuales como políticos— poseedores del carácter arrollador, brillante, intrépido y decidido que requiere inexorablemente cualquier movimiento o ideología que pretenda imponerse sobre esos dos colosos que siguen siendo la derecha y la izquierda, puesto que sólo un liderazgo de ese talante es capaz de sobreponerse a las grandes falencias que encierra el centro ideológico en sí mismo: la ambigüedad, la tendencia al canibalismo interno, la lucha de egos y la falta de posturas y planteamientos concisos y firmes ante determinadas problemáticas o situaciones concretas.
Y desafortunadamente el centro político colombiano ha adolecido severamente de ese tipo de liderazgo, lo cual se convierte en su más grande obstáculo y enemigo al momento de intentar desafiar con opciones de ganar a los dos demiurgos de la política y la sociedad colombiana que son Petro y el uribismo.
Esto es una tragedia para Colombia, puesto que un centro político genuinamente fuerte, sólido y transparente (es decir, alejado realmente de los pecados y el dominio del establecimiento y las élites que tanto daño han hecho) es casi que un factor sine qua non para la superación de la crisis estructural que padecen un país y una sociedad hartos de tanta corrupción y tanta desvergüenza y ad portas de una implosión definitiva.
Además, es menester decirlo, el centro político colombiano no podrá arraigarse en el relato consciente e inconsciente de las mayorías del pueblo colombiano (que es lo que al final brinda el triunfo electoral) mientras éste lo siga percibiendo como un apéndice más de ese establishment hedoroso al que tanto desprecia. Al pan, pan; y es un hecho que toda esa larga cola de "líderes" y pseudointelectuales que actualmente se precian de ser los dueños de la franquicia "centro" no son —en su gran mayoría— más que un simple grupo de delfines, yuppies o representantes en cuerpo ajeno de las élites tradicionales colombianas, tal y como lo demuestran nombres como los de Alejando Gaviria, Sergio Fajardo, Juan Fernando Cristo o Juan Manuel Galán, por citar sólo a unos cuantos.
- Las carencias estructurales del liderazgo colombiano.
Hay que decirlo sin adornos: Colombia, que siempre se ha preciado ser tierra de intelectuales y estadistas reconocidamente brillantes y relevantes, ha caído en una dolorosa ausencia de ese tipo de liderazgo.
Muchos son los factores que han derivado en esa peligrosa y dolorosa falta de verdaderos líderes políticos, pero quizá podríamos encontrar un factor estructural de ello en el punto de inflexión maligno que ha sido para este país el enseñoramiento del narcotráfico en todos los estratos y sectores, y con ello la aparición de esa oscura contracultura del dinero fácil, el testaferrato económico y social, la corrupción a ultranza de la institucionalidad pública y privada y la trampa como máximas herramientas de promoción y movilidad social.
El hecho claro y cierto es que hoy no cuenta Colombia (con las ya mencionadas excepciones de Gustavo Petro y el ya declinante Álvaro Uribe) con líderes políticos que cumplan con las características antes mencionadas, y esa es ciertamente una de las grandes tragedias colombianas dada las coyunturas actuales y por venir.
Basta con ver, escuchar y analizar el discurso, las posturas, los planteamientos y los hechos pasados y presentes de personajes como Sergio Fajardo, Claudia López, Alejandro Gaviria, Juan Manuel Galán, Juan Fernando Cristo, Jorge Robledo, Daniel Quintero, Enrique Peñalosa, Alex Char, Oscar Iván Zuluaga, Federico Gutiérrez, Juan Carlos Echeverry, David Barguil, Mauricio Cárdenas, Roy Barreras, Alexander López, Francia Márquez, Iván Cepeda, Piedad Córdoba, Armando Benedetti y compañía ilimitada, para darse clara cuenta de que la actual élite dirigente colombiana no es más que una sopa impotable hecha de una mezcla tóxica de egos desbordados, soberbia, estrechez de miras, mezquindad, mediocridad rampante, pueril exhibicionismo seudo intelectual, arribismo, clasismo disfrazado, hambre de poder, revanchismo furioso y, en no pocos casos, claros atisbos sociopáticos.
Esta clase dirigencial acaso puede considerarse diligente si se le compara con otros escenarios regionales tipo Perú (Pedro Castillo, Keiko Fujimori), Bolivia (Evo Morales) o Venezuela (Nicolás Maduro, Diosdado Cabello), empero, si la comparamos por ejemplo con la estrella naciente de la política chilena, José Antonio Kast (cuyo discurso, talante, conocimiento de su país y del mundo y preclara solidez intelectual e ideológica, lo va a llevar a la presidencia logrando lo que hasta hace poco era impensable en dicho país, es decir, derrotar al candidato del bloque unido de la izquierda más radical, Gabriel Boric, en una sociedad claramente cooptada por el relato neomarxista y neocomunista), queda entonces en sus justas platas, y de una manera vergonzosa.
Sería impensable, y sólo por poner un ligero ejemplo, plantear siquiera un debate o intercambio de ideas entre seudo líderes sin carácter y sin talante tipo Alejandro Gaviria, Federico Gutiérrez o Juan Manuel Galán (y ni qué decir de caricaturas construidas a base de estulticia tipo Roy Barreras) y un genuino estadista de la talla del chileno Kast, quien -hay que reiterarlo- en pocos días será elegido presiente de Chile contra todo pronóstico.
Es por todo esto que es necesario reconocer que Colombia se encuentra en el peor de los escenarios posibles: un formidable líder de izquierda radical, brillante y valiente pero claramente totalitario, resentido y vindicativo, excelso histrión capaz de ocultar sus verdaderos propósitos, como Gustavo Petro, enfrentado a un grupo de impúberes intelectuales que son todo ego y ambición, con muy pocas agallas y muchas menos ideas.
- Los temas que le importan hoy al colombiano medio y que definirán la elección presidencial: corrupción, seguridad y economía, pero sin perder de vista ese factor críptico constituido por la ira subyacente ante la desvergüenza indigna del actual gobierno (en cabeza de un títere banal, arrogante e incompetente) y, en general, de un establishment permeado a más no poder por la corrupción, las mafias y el hedonismo sociópata.
Y es precisamente esto último algo que ninguno de los candidatos actuales (exceptuando a Petro) ni sus estrategas han sabido o querido reconocer. Sí, es cierto, tanto en primera como segunda vuelta primarán aquellos discursos, ideas y relatos orientados a ofrecerle al pueblo colombiano soluciones eficaces y viables a las ingentes problemáticas en cuanto a combatir decididamente la corrupción, recuperar la seguridad en las calles y los campos y reactivar eficazmente la economía y con ello la generación de empleos y fuentes sustentables de ingresos para las clases populares y medias.
Empero, eso será lo que prime en la esfera racional y consciente del pueblo; sin embargo, la estrategia más sofisticada sabe que lo que realmente impulsa la decisión de los pueblos en coyunturas críticas no es el discurso racional sino la estructura límbica, las emociones más primitivas y viscerales, el cerebro reptil que sólo conoce dos actores: presa o depredador, amigo o enemigo, no hay más. Pues bien, es fácil otear y percibir en el ambiente de cada ciudad y vereda colombiana la vibración densa emanada de la ira, la rabia y la frustración que sienten millones de colombianos ante el espectáculo de corrupción, podredumbre, cinismo y descaro sin parangón que durante estos últimos años han desplegado el establishment, las élites, la clase dirigente...
Es devastador palpar este tipo de inconsciente colectivo en una nación, puesto que el único resultado posible es o la violencia destructiva para tomar revancha y venganza de todo y de todos (ya vivimos parte de ello en el pasado paro nacional), o bien el ascenso al poder de dirigentes disruptivos y carismáticos que sepan conectar y encarnar tales emociones y anhelos de tomar lo que para ese pueblo herido de muerte en su estima y esperanza es una justa revancha. Oh sorpresa, el único candidato que cumple (y magistralmente) con dichas cualidades se llama Gustavo Francisco Petro Urrego, y está jugado a todo o nada.
- Petro es el único con un relato poderoso, emocional, visceral, que conecta directamente con el sistema límbico de millones de colombianos hastiados y asqueados de tanto desenfreno sociopático por parte de una élite que no ha sabido ver -seguramente debido a la euforia y los continuos shoots de adrenalina que deben generar tantos miles de millones de dólares acumulándose en sus cuentas corrientes- que una espada de Damocles pende ya implacable sobre sus cabezas...
Lo más tétrico de este tipo de historias es que esa élite podrida podrá escapar en algún momento a Miami, Nueva York o Londres, pero el 98 % restante de los colombianos deberán supeditarse a padecer las ineludibles consecuencias que suelen conllevar los regímenes totalitarios basados en las ideas más erráticas, despiadadas, letales y destructivas que ha conocido la humanidad: el comunismo, el marxismo y sus descendientes (neomarxismo, progresismo radical de izquierdas, etc.).
Se equivocan todos aquellos que aún creen que Petro tiene un techo electoral...ese techo existió hasta hace relativamente poco, es cierto, pero la orgía dantesca de corrupción y delincuencia de cuello blanco de los últimos cuatro años lo hizo trizas, y aunque en la superficie racional (que es lo único que pueden medir las encuestas, focus groups y estudios de percepción) tal vez parezca aún subsistir dicho techo, lo único cierto y real es que en el plano del inconsciente de millones de colombianos la única opción para su sed de justicia (revancha) se llama Gustavo Petro, y ese profundo y muchas veces disimulado palpitar visceral es algo que ninguna encuesta y ningún estratega tradicional podrán jamás medir, porque ese tipo de decisiones y pulsiones emocionales ya de antemano tomadas solamente se desenmascaran, decodifican y ejecutan en el preciso instante de marcar y depositar el voto en la urna...
- Algunas consideraciones puntuales.
- El centro únicamente podría tener un chance de derrotar a Petro en una eventual segunda vuelta si lograse superar sus sempiternas fracturas internas y conectar con la ira contenida del pueblo estructurando un relato realmente disruptivo, pero ninguno de sus actuales precandidatos tiene el talante y el carácter para encarnar esa posibilidad. ¿O acaso alguien medianamente inteligente puede creer que un tipo fútil como Alejandro Gaviria (testaferro político de César Gaviria y Juan Manuel Santos) que cita a James Joyce para intentar aleccionar, descrestar, seducir y conectar con sus votantes podría plantarle cara y vencer a Petro en un debate mano a mano, o a cualquier colombiano de a pie en una plaza pública cualquiera? De ninguna manera, bajo ese escenario no existe la más mínima posibilidad de tal cosa.
- "Fico" Gutiérrez (y el uribismo mimetizado en torno a él) podría tener una oportunidad de derrotar al centro duro y pasar a segunda vuelta para enfrentar a Petro si logra aglutinar monolíticamente a la derecha, la centro derecha y un gran número de votos independientes, pero para lograrlo en algún momento se vería impelido a negar a Uribe y darle la espalda con firmeza (y de cara al país) al uribismo, y como obviamente no tendría el coraje, ni la independencia ni el sentido estratégico para hacerlo, su proyecto es y será de facto inviable. Es preciso reiterarlo: todo proyecto, movimiento o candidato que no sepa demostrarse limpio de cualquier origen o apoyo uribista será inexorablemente inviable.
- María Fernanda Cabal tiene el potencial para crecer y sorprender, pero únicamente hasta cierto punto y momento determinado, puesto que su origen uribista y su lealtad a Uribe la sepultan irremisiblemente.
- Rodolfo Hernández podría dar una gran sorpresa, pero su edad avanzada y su temperamento volátil son su inexorable enemigo. Si lograse conectar efectivamente con los miedos y las pulsiones inconscientes que se han adueñado del pueblo colombiano podría llegar a convertirse en una opción alternativa viable jugando como un auténtico outsider, pero las dos variables arriba citadas minan considerablemente su opción.
- Ante el hundimiento imposible de evitar de ese patético caballo de Troya de Santos que es Alejandro Gaviria, Sergio Fajardo tiene el bagaje politiquero suficientemente adquirido para lograr la candidatura del centro. Fajardo (o de hecho cualquiera que logre dicha candidatura) tendrá que verse en segunda vuelta con Petro, y eso, en buen colombiano, es pelea de "burro amarrao" con tigre.
- Santos y su séquito de arribistas corruptos están tan asfixiados sin poder y sin mermelada, que han movido todas sus fichas y peones para infiltrar cada uno de los espectros políticos en batalla, con la esperanza de poder pelechar, aunque fuere un poco si es que no logran el gran botín: en el conservatismo han infiltrado a Mauricio Cárdenas. En el centro tienen infiltrados a Gaviria y a Juan Fernando Cristo. Y en la izquierda les lograron infiltrar a ese camaleón hediondo que es Roy Barreras. Lo único que no se ha atrevido infiltrar (hasta donde se sepa) el desesperado tartufo pseudolondinense es al uribismo. De Santos podrá decirse cualquier cosa, pero que tiene nervios de acero y carece de estómago, ¡nadie puede dudarlo!
- La oportunidad perdida para el surgimiento de un movimiento y un presidente outsider, disruptivo y genuinamente alternativo.
Las actuales condiciones de este país, en otras latitudes y acervos sociológicos y culturales mejor forjados y evolucionados, serían campo fértil para el surgimiento y la victoria por sobre cualquier extremo ideológico de un proyecto político verdaderamente alternativo, encabezado por un líder o liderazgo claramente disruptivo, marcadamente soberanista y patriota, defensor de ideales y valores tradicionales en lo fundamental pero con la cosmovisión y amplitud de miras necesarias para idear, plantear y materializar soluciones y modelos innovadores capaces de hacerle ver al pueblo colombiano que realmente existen otras alternativas posibles para resolver los grandes problemas nacionales, mediante un aprovechamiento pleno de cada una de las potencialidades y recursos con los que cuentan el país y la nación colombiana, bajo inexcusables principios de equidad, productividad, ética y transparencia.
Un proyecto así estructurado, estaría fundamentalmente alineado con aquello que en varias regiones del mundo ha comenzado a denominarse y asumirse como una "nueva derecha" o derecha alternativa, tal y como la que encarna José Antonio Kast en Chile.
No obstante, para que una opción así planteada fuese viable para el 2022 (y en adelante), debería cumplir con cuatro requisitos sine qua non: estar certificadamente desligada de todo lazo con el uribismo, ser genuinamente antisistema (primordial y esencialmente enemiga del establishment que ha traído al país al caótico estado actual de cosas), demostrar con ideas, programas y hechos que un modelo de soberanía real, progreso, prosperidad, modernización y equidad estructural en plena libertad es no solamente posible, sino también deseable y, finalmente, ser declaradamente anticomunista, antimarxista y antineomarxista.
Un liderazgo y una plataforma así consideradas estarían en plena capacidad de conectar con las necesidades reales y con las pulsiones límbicas subconscientes de gran parte del pueblo colombiano y derrotar democrática y contundentemente a Petro y toda su caterva de almas ebrias de odio y sedientas de venganza.
Infortunadamente el tiempo apremia y tal liderazgo nuevo y transversalmente disruptivo por ahora parece no existir en el seno de la sociedad colombiana y no parece estar siquiera cercano de surgir, con lo cual las próximas elecciones presidenciales serán una oportunidad indefectiblemente perdida para darle un timonazo al abismo infranqueable al que se dirige el país, con el agravante de que, una vez en el poder, Petro y sus secuaces moverán cielo y tierra para atornillarse en el poder por lo menos quince o veinte años...
En conclusión, y es necesario expresarlo no sin cierto dejo de desesperanza, las condiciones están servidas para que en mayo del próximo año pasen a segunda vuelta Gustavo Petro y un candidato del denominado "centro político" (al cual obviamente apoyarán también ya sea pública o soterradamente los remanentes del uribismo y de amplias franjas del "establishment" más corrupto en su intento desesperado por evitar la llegada de la izquierda extrema encarnada por Petro). Y ante este escenario sólo hay un final posible: la victoria final de Petro con cerca de trece millones de votos.
Aquellos analistas y estrategas que sólo saben extraer y diagnosticar datos fríos, superficiales, racionales, podrán considerar este escenario altamente improbable o complicado de creer. Empero, hechos cumplidos como el del Brexit, la victoria en 2016 de Donald Trump o la más que probable victoria de José Antonio Kast en Chile, dejan muy en claro que es perentorio saber ir más allá de los datos estadísticos y aprender a leer, otear y decodificar las pulsiones emocionales, tanto individuales como colectivas, de un pueblo para poder entrever la realidad que se está fraguando y, con ello, lograr configurar y materializar escenarios alternativos frente a cualquier escenario errático o distópico. Desafortunadamente, ese no es ya el caso de Colombia.