Era finales del siglo XIX en una semidestruida, antiguada y olvidada Cartagena de Indias, solo 8.000 personas habitaban la relegada ciudad. Sin embargo, para comienzos del siglo siguiente la población marginal fue creciendo, haciendo que el recinto amurallado se volviera estrecho y obligara entonces a la élite de la ciudad a tener que buscar una salida para aquellos que ya no cabían en el Corralito de Piedra. En aquel entonces el turismo en Cartagena no era ni baile ni son, las murallas se veían como una barrera a la actividad portuaria, a la expansión urbana y a la salubridad pública, de cual las murallas recibían gran culpabilidad, motivo por el cual se demolieron una gran cantidad de baluartes.
En medio de este crecimiento extramural nace el barrio Chambacú, en una isla virtualmente deshabitada y separada de tierra firme por dos corrientes de agua, y sería con el paso del tiempo que la pequeña isla se iría poblando con familias de poblaciones vecinas y en unos pocos años ya tendría unos 8.000 habitantes.
[…] La isla crece. Mañana seremos quince mil familias […] Por eso, para nosotros no hay calles, alcantarillados, escuelas ni higiene. Pretenden ahogarnos en la miseria. Se engañan. Lucharemos por nuestra dignidad de seres humanos […] Jamás cambiarán el rostro negro de Cartagena. Su grandeza y su gloria descansan sobre los huesos de nuestros antepasados […] escribía Manuel Zapata Olivella en 1967.
Las viviendas eran precarias, construidas algunas incluso con plástico y pedazos de cartón, no existían los servicios públicos ni las escuelas y así como hoy en día, la gran mayoría de sus habitantes se dedicaban al trabajo informal, como la albañilería o las ventas ambulantes de víveres. En definitiva, la miseria acorralaba la pequeña Chambacú.
No obstante, durante las siguientes décadas en la élite cartagenera se generó un gran interés por la preservación y recuperación de las murallas y las fortalezas, es aquí donde entonces hubo un punto de quiebre, pues para la naciente industria turística los chambaculeros no representaban la imagen de ciudad que ellos buscaban. Por tal motivo, los urbanizadores pensaron en instalar muros al pie de la avenida para prevenir que los turistas e incluso las personas que aún habitaban en el recinto amurallado pudieran ver retratado el doloroso cuadro pintado con colores de miseria y marginalidad.
Ya con el turismo en auge a finales de los sesenta, la prensa local, liderada por la élite empresarial, empezaría a diseñar imágenes y estereotipos de los chambaculeros como «drogadictos», «ladrones», «violentos» e «ignorantes» y sería finalmente en 1971 que tendría lugar la remoción del barrio Chambacú.
Tuerto, ya tú lo ves; te han desterrado de Chambacú; —allá tú eras feliz—.
¡Oh, no, no estoy en el exilio!… Un día me vine de mi tierra a esta nación, como hubiese podido ir a Turquía, lo mismo que a Sumatra o al Japón. Y aquí me encuentro… En la cervecería donde te escribo — ¿quieres un sifón?— voy a informarle a la cancillería que aquí no hacen sardinas de cartón.
¡Ay de aquellos anhelos ambiciosos de hacer una ciudad turística! Como los israelitas sus habitantes fueron dispersados por todos los rincones de la ciudad, acabaron con la unión de una comunidad y nunca terminaron con sus problemas, ¡oh! malagradecida industria devoradora. Se les olvidó que en aquella guarida de vagos e ignorantes fue el ejército a reclutar forzadamente a sus más fuertes hombres para ser enviados a una guerra que no era la suya, hoy te sientes orgulloso del reconcomiendo de Corea, ¿pero de qué te ufanas, miserable nación? Si te olvidaste de que convertiste en «carne de cañón» a quienes luego despreciaste, pero de los puños de su guerrera raza aparecieron campeones mundiales y escritores que dejaron para siempre un legado imborrable en una ciudad que debería cambiar de nombre.
Las clases dominantes parecen más interesadas en que la La Heroica siga siendo un referente de un jet set caribeño, mientras hablan de erradicar la pobreza, evadiendo la responsabilidad histórica que ha tenido esta élite en los procesos de exclusión, de segregación, en la consolidación de un sistema de privilegios socio-raciales.
Ahora los sectores rezagados salen a deberle a las élites esta tarea de “civilizarlos” con proyectos que buscan el bienestar de “todos cartageneros”, tomando de referencia a la espléndida ciudad colonial, llena de fastuosos edificios para diferenciarse de aquellos otros, bulliciosos, negros, alborotados, como el coco que se les aparece cada cuanto, y asusta esa ciudad colonial, competitiva. A ese coco hay que domesticarlo, dirán ellos, así los suprimimos políticamente y nos quedamos nosotros siempre con la mejor parte, a cambio del silencio y de la inhabilidad política.
Ay, Cartagena, cómo te dejaste engañar… Cómo te dejaste menguar, hoy tus tristes habitantes a Chambacú añoran con pesar…