Suicidios ejemplares
Opinión

Suicidios ejemplares

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octubre 13, 2014
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El género humano es decepcionante.
Esa, por encima de cualquier otra, es la sensación que el paso de los años me ha dejado con relación a nuestra especie.

Abundan ejemplos del vergonzoso actuar del Homo Sapiens. A diario. En todos los noticieros. En esa cloaca llamada Facebook. En cada ciudad. En cada barrio.

Miles de niños sufren de desnutrición en Asia y África mientras otros miles enloquecemos por lanzamiento del último teléfono inteligente.
La bella ciencia continúa abriendo puertas hacia la maravilla, mientras los hombres reinciden en las supersticiones religiosas.
Navegamos al interior de las partículas subatómicas hasta revelar el Bosón de Higgs, pero no aprendemos aún a respetar al diferente.

Sin embargo y como un rayo de luz, aparecen eventualmente noticias que te devuelven la esperanza, al menos de forma momentánea, en que podríamos ser mejor de lo que somos.
Esta semana he saboreado esa sensación de optimismo temporal a partir de la noticia de un suicidio. O para decirlo mejor, a partir de la noticia del anuncio de un suicidio

Brittany Maynard tiene 29 años. Es una bella chica estadounidense que ha anunciado la decisión de terminar con su vida en los próximos días. Más específicamente, luego del cumpleaños de su joven esposo con quien ha compartido un poco más de un año de feliz matrimonio.

Tras haberse enfrentado por meses y sin éxito a un cáncer cerebral terminal y haber recibido la catastrófica noticia de que le espera un final tormentoso, lento, desgarrador y muy posiblemente prolongado, Brittany decidió tomar el toro por los cuernos.

Su sereno anuncio incluye las siguientes declaraciones admirables:

"¿Quién tiene el derecho a decirme que no merezco esta elección? ¿Que merezco sufrir durante semanas o meses con tremendas cantidades de dolor físico y mental? ¿Por qué habría alguien de tener el derecho de hacer esa elección por mí? (...) Cuando mi sufrimiento se vuelva demasiado grande, puedo decirle a mis seres queridos: los amo, vengan a mi lado a despedirse mientras paso a lo que sea que venga después".

Hace algunos años leí Suicidios Ejemplares, el libro del español Enrique Vila-Matas y, si bien los relatos que lo componen me resultaron encantadores, recuerdo haberme sentido impactado mucho más por el aire provocador del título.

Hay mucho de transgresor en la posibilidad de declarar como ejemplar el suicidio: uno de los últimos tabúes proscritos por la cultura occidental.
Sin embargo estoy convencido de que algunos de ellos no solo son ejemplares sino inspiradores.

No me refiero a los suicidios de las personas que sufren la trágica enfermedad depresiva, sino a los de quienes deciden, desde la consciencia plena y ante la inminencia de un final atroz, ejercer su derecho a esquivar el dolor.

"No quiero morir. Pero estoy muriendo. Y quiero morir en mis propios términos." Dice de forma admirable Brittany Maynard.

¡Qué acto valiente el de reconocer la caducidad del cuerpo y no aferrarse a la prolongación estéril de los días!
¡Qué poesía vital resulta de despedirse declarando "este cuerpo es mío" y qué preciosa dignidad entraña esa bofetada a los despreciables corpus religiosos judeocristianos acostumbrados a decretar sin oposición la propiedad de un dios sobre nuestros cuerpos bajo la amenaza de una condena eterna!
¡Qué esperanzador resulta encontrar seres humanos que se reconocen vulnerables y que desde ese reconocimiento, y declarando su amor a la vida, son capaces de poner la dignidad de su singularidad como ser por encima de la vida misma!

Cuando se anuncie la muerte de Brittany Maynard algunos cuestionarán su decisión, otros objetarán las leyes que le han permitido ejecutarla, algunos encenderán velas y lanzarán oraciones por su salvación.

Yo me alinearé con el grupo que levantará una copa en su honor y declarará una vez más y de forma vehemente —porque está convencido de un modo superlativo, que ese es el mejor homenaje que se le puede brindar a esta valiente— que somos dueños absolutos de nuestra vida y nuestro cuerpo y que el derecho a decidir sobre ambos es inalienable.

Defender ese derecho, tal vez nos acerque a conducir nuestra vida con la misma dignidad con que ella ha decidido afrontar su muerte.

 

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