Cuenta Carlos Alonso Lucio en su columna sobre el libro de Gustavo Petro que a los grupúsculos del M19 a los que pertenecía el hoy líder de la “Colombia Humana”, la de los Progresistas, los llamaban “Los Hablamierda”. Y no puedo estar más de acuerdo. Gustavo Petro pertenece a ese grupo social y lo digo con conocimiento de causa. Cuando fui elegido como Comisionado Nacional de Televisión y Julio Sánchez, en medio de un bombardeo periodístico me preguntó por mis ideas, se enteró que yo pertenecía al Polo Democrático. De inmediato llamó a Petro, quien se estrenaba como su presidente y este le contestó orgulloso del triunfo como suyo y decía que yo llegaba allí a cumplir con un proyecto de televisión del Polo.
Pura M…entira. El Polo Democrático nunca hizo nada para que yo fuera comisionado de TV. Ni jamás me senté con alguno de sus jefes para discutir el Proyecto de TV, porque no existía. Yo había ganado las elecciones porque unas asociaciones de productores de televisión organizadas para un proyecto pedagógico llamado “Jugando de Locales” que se transmitía en Canal Capital durante la administración de Antanas Mockus, votaron por mí. Y aunque estás eran en realidad grupos de jóvenes productores de televisión, las argucias electoreras y tramposas del comisionado samperista Jaime Niño Díez y de su asesor petrista, Eduardo Noriega, las habían hecho valer como asociaciones profesionales “legítimas” para elegir comisionado por el sector de la televisión. Habían elegido a Javier Ayala, pero esta vez votaron por mí porque no confiaban en el periodista, que sí tenía un proyecto: Tumbarle al Estado 20 mil millones de pesos en contubernio con Daniel Coronell Castañeda, el socio de “El Bandi”, en un amañado tribunal de arbitramento.
Carlos Alonso Lucio dice que Petro en el libro deja ver su resentimiento con Carlos Pizarro, a quien tilda de ignorante y guerrerista y al que veía como su rival. Pero yo creo que el candidato progresista se sentía más bien el émulo de Hernando Pizarro Leongómez, el hermano de Carlos que montó con Fedor Rey alias “Javier Delgado”, el grupo terrorista disidente de las FARC llamado “Ricardo Franco”, en honor a un guerrillero del brazo armado del Partido Comunista. Cuando escribimos el artículo de portada de Semana titulado “El Monstruo de los Andes” sobre la masacre de Tacueyó, en el que José Fedor Rey Alvarez, dijo cínicamente “Yo maté 164 sapos”, pude hablar con Hernando Pizarro, en las montañas del Cauca, quien en medio de una traba espantosa y en tono de marihuanero del cartucho, me dijo sobre Fedor Rey, “Essseee maaann es un baaaccaaann”.
Así despacito y arrastrado como hablaban los marihuaneros de mi barrio, Muzú, Ospina Pérez, al sur de Bogotá, Localidad de Puente Aranda, que se la pasaban parados en una esquina, de vagos, metiendo yerba y un buen día aparecieron como asaltantes del M19 del tren de la Sabana en Chía, el 28 de abril de 1984, para conmemorar un año de la muerte de Jaime Bateman Cayón y ponerle un petardo al proceso de paz que retomaba el entonces presidente Belisario Betancur con la organización guerrilera de Carlos Pizarro, Ivan Marino Ospina, Alvaro Fayad y Antonio Navarro. Gustavo Petro era dirigente de la guerrilla urbana y aún es el líder de los asaltantes del tren de Chía que tenían como propósito sabotear el proceso de paz, que cuatro meses después permitió firmar el acuerdo de Corinto, donde comenzó la paz con el M19.
Y le creo a Carlos Alonso Lucio porque él era un joven serio, comprometido y estudioso. Lo conocí en el barrio Siloé, en uno de mis tantos viajes a cubrir el conflicto armado para la revista Semana, donde él ilusamente pretendía organizar al lumpen. Se movía en la clandestinidad entre Siloé y Aguablanca y discutíamos porque le contaba mi experiencia frustrante con el lumpen cuando milité en el Movimiento Camilista Marxista Leninista de Colombia, en el barrio Guacamayas. Aquel rincón de Ciudad Bolívar que le habíamos arrancado al alcalde, Bernardo Gaitán Mahecha, en una lucha democrática con el MOIR y otras organizaciones de izquierda para que les entregaran vivienda digna a los desalojados de “La Casona”, donde murió el niño Fernando Osorio, hecho que inspiró la película de Sergio Cabrera “La Estrategia del Caracol”.
En esas discusiones con Lucio sobre no confiar en el lumpen, mientras él argumentaba que era un trabajo de base participativo, me salvé de la granada que le tiraron a Antonio Navarro, Carlos Alonso Lucio, Eduardo Chávez y otros tres miembros del M19. Hacía 15 minutos me había despedido de ellos en la cafetería cerca a su sede política en el barrio El Peñón, donde sufrieron el atentado. Yo Había viajado con Laura Restrepo, que había sido mi colega y maestra en Semana y para entonces era Comisionada de Paz del gobierno de Belisario Betancur, porque ella intuía que algo andaba mal en el proceso de paz con el M19. Nos encontramos atolondrados en la puerta del hospital departamental Evaristo García, donde estaban moribundos Navarro y Lucio. Laurita, como le decíamos, me propuso algo así como que montáramos guardia en el hospital porque ella creía que vendrían a rematarlos.
Nos quedamos en un hotel cerca del hospital, en la misma habitación, porque era la forma de acompañarnos en medio del pánico. Ella creo que ya comenzaba una relación amorosa con Navarro y sufría y temía, aún por su propia vida. Ella no durmió del miedo de imaginar a qué horas llegarían disfrazados de enfermeros los enemigos agazapados de la paz y les darían el tiro de gracia. Yo no dormí de ver su angustia y de ver esa belleza metida en su pijama roja, tipo baby doll, que me hacía suponer que estaba calculada para un encuentro cercano con Antonio Navarro. Era doble mi angustia. Pero logramos hacer guardia y nos turnamos mientras ella hacía sus relatos para la comisión de paz y yo organizaba mis notas sobre el atentado y sus implicaciones. Guardia que también hizo en el hospital Margot Pizarro, la hermana de Carlos y Hernando, ya que no era muy conocida y podía mimetizarse. Meses después desde Cuba Carlos Alonso me escribió una carta cálida donde aceptaba algunos de mis puntos de vista, pero insistía en que su trabajo no fue con el lumpen, sino que respondía a una visión comunitaria.
Y a Petro no le creo porque él siempre se ha apoyado en el lumpen. Esos son hoy La Primera Línea. El se apoyaba en los marihuaneros vagos de mi barrio y no en los estudiosos. Y no es que Petro no haya leído. Es que ahora lee para parecer ilustrado, pero como su afán no es el conocimiento sino el populismo su aproximación al estudio no es pertinente. Por eso termina hablando de aguacates como sustitutos del petróleo y de emisión de billetes. O sea, como buen “hablamierda”, porque su relación con los billetes de las bolsas no le permite saber que no se puede emitir billetes olímpicamente como lo hace su émulo venezolano, Nicolás Maduró. Su conocimiento de la economía es bien pandito porque ni siquiera entendió el papel de las fuerzas productivas y los medios de producción de Carlos Marx. Se quedó en la lucha de clases.
Su lucha, que ahora intenta contar al estilo de “Mi Lucha” de Adolfo Hitler en «Una vida, muchas vidas». Esa que lo hizo oponerse a que Lucho Garzón fuera el candidato a alcalde del Polo Democrático, cuando habia sacado más de 700.000 votos como aspirante presidencial. Petro proponía realizar un proceso democrático interno porque creía que lo derrotaría ya que confiaba en que su fortaleza estaba en movilizar las barras bravas de Polo. Lo derotamos porque mi Dios es muy grande, dije yo. Ese día Semana sacaba una encuesta en la que Lucho arrancaba con el 25% de intención de voto y por sustracción de materia se acabó la discusión y Garzón fue alcalde contra la voluntad de Petro, entonces representante a la Cámara.
Petro es el mismo que cuando estábamos fundando el Polo Democrático en Bogotá propuso que nos adscribieramos a la República Bolivariana de Hugo Chávez, a lo que le respondí que yo todavía tenía la cara roja de vergüenza por haber apoyadao al camarada Polt Pot, el asesino de Camboya y que no era capaz de apostarle a ese tipo de anexiones. Petro manoteó la mesa y me preguntó usted compara a Chávez con el camarada Pol Pot? Y le respondí que no, que Chávez era como Ceausescu, el dictador de Rumania, porque allí lo que existía una camarilla militarista y corrupta. Petro casi me expulsa del recinto ese día, pero esa vez me derrotaron porque hablar de Venezula y su revolución bolivariana tenía más acogida enttre los “hablamierda”.
El mismo Petro que cuando yo era comisionado me mandaba a uno de sus alfiles para que les diera contratos o puestos en la CNTV. El mismo que un día organizó una reunión entre tres comisionados, Eduardo Noriega, petrista; Darío Montenegro, socio de Daniel Coronell, y yo para que “hicieramos mayoría en junta de la CNTV contra el gobierno antidemocrático de Alvaro Uribe”. Había invitado a Angelino Garzón, que era como el padrino de Montenegro y mi respuesta fue que yo haría alianzas contra la antidemocracia pero para eso habría que estar del lado de la democracia. Les dije a los cuatro acompañantes del desayuno que la democracia es una obra de arte, un estado permanente, una forma de vida como lo dice el filósofo chileno Humberto Maturana. El desayuno quedó servido y mis cuatro contertulios se fueron.
No les cupo en la cabeza que hay siete condiciones para Maturana al hablar de democracia: “querer convivir, mutuo respeto, honestidad, colaboración, equidad, ética y reflexión”. Petro no entendió mi ejemplo de cómo había compañeros que hablaban de democracia y le cascaban a la mujer, que hablaban de democracia y actúan en contrario. Que hay gente que hablaba de corrupción y me mandaba gente para que le diera contratos en la CNTV. Por eso no se pudo hacer la mayoría antiurbista que proponían él y Angelino en ese momento. Porque la democracia es para los “hablamierda” un discurso mamerto. No es como propone Maturana que la democracia sea un modo de convivencia, lo cual cambia la perepectiva de la democracia como una forma de gobierno. Para el profesor chileno el fundamento de la convivencia humana está incrustado en los seres humanos porque son seres biológico-culturales.
Es que Petro no solo habla.. como dice Carlos Alonso Lució. El también la hace. “Recuerdo cuando mi amigo Carlos Gaviria me contaba, con ira, de cómo Petro cambiaba las actas del Polo, en la noche, para poner lo que no se había resuelto. Un tramposo”, trinó Hector Abad un día por lo cual se ganó el odio de las barras bravas, del lumpen, de la Primera Línea, de los “hablamierda” que no construyen pero si destruyen, de los vándalos que no leen pero si creen. De los facilistas que son militaristas y violentos porque no les interesa el proceso sino el milagro. El golpe de suerte. El golpe. Por eso dan su apoyo a la gente que no le interesa la historia porque le apuestan es a la histeria
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