Desde hace algunos años comencé a observar en Petro ciertas conductas que no me parecían normales; esto lo percibí teniendo siempre el cuidado de que mi apreciación no se confundiera, para nada, con que sus posturas me resultaran atinadas o desatinadas en lo político o con que sus planteamientos coincidieran o no con mi forma de pensar. No, de eso no se trata. De hecho, nunca he estado muy al tanto de lo que dice, en la medida de que su punto de vista de las cosas no me ha parecido muy interesante.
Esta vez voy a referirme al libro de Petro después de que un par de amigos me enviaron algunos fragmentos en los que me menciona personalmente. Fue, entonces, cuando decidí leerlo y debo confesar que el ejercicio vale la pena. Es más, me atrevo a recomendarlo.
Pero no lo recomiendo porque piense que lo que cuenta allí sobre el M-19, por ejemplo, tenga mucho de valioso sino porque en ese libro logran traslucirse esos problemas conducta que he venido viendo en él y que tiene sentido que el país conozca. Podría decirse que su libro lo dibuja de cuerpo entero.
Hace algunos años me llamó la atención una declaración en la que Petro afirmaba que fue él quien convenció a Carlos Pizarro de firmar la paz del M-19. La verdad, su versión me pareció tan traída de los cabellos, tan absurda de cabo a rabo, que pensé que podría deberse a algún tropezón de quien hizo la transcripción de sus palabras o a algún viaje psicodélico del periodista que lo entrevistó. Además, porque la afirmación no paraba allí sino en que Petro había tenido que convencerlo porque Pizarro era el jefe del ala militarista del M-19. Palabras más, palabras menos: La paz del M-19 se la debemos al pacifista Petro que logró convencer al guerrerista Pizarro.
Al margen de que creí que todo se había debido a alguna confusión o a algún mal momento, la cosa no dejó de parecerme un tanto extraña aunque jamás imaginé que pudiera llegar a insistir en una mentira de ese tamaño, menos aún, desde su libro autobiográfico.
Lo que a estas alturas resulta evidente es que Petro guarda un resentimiento insuperable con Pizarro.
Refiriéndose a Pizarro escribe: “A decir verdad, hasta el día de su muerte nosotros no fuimos amigos, no construimos conjuntamente; de hecho, nos veíamos en cierta forma como rivales, si bien yo no tenía la dimensión de él… Pizarro siempre tuvo una personalidad intuitiva. No era un hombre de conocimientos teóricos profundos, no era analítico. Era más bien un hombre pasional. No por nada sus amigos lo habían apodado ´Carro Loco´”.
Me permito hacer algunas consideraciones.
Cuando Petro afirma que, “hasta el día de su muerte”, Pizarro y él no fueron amigos, eso es absolutamente cierto.
Pero cuando afirma que no lo fueron porque “nos veíamos en cierta forma como rivales”, eso es absolutamente falso. No puedo discutir si Petro se haya sentido rival de Pizarro. Eso se sale de mi alcance porque está en la órbita de sus emociones y porque eso puede caber dentro de un posible delirio de mitomanía cruzada con paranoia que pueda afectarlo por momentos. Pero lo que sí puedo asegurar, porque lo sé, es que Pizarro jamás vio a Petro como a su rival. Esto lo puedo asegurar básicamente por dos razones: la primera, porque no había razón alguna para ello y la segunda, porque Petro jamás tuvo en el M-19 ni el significado, ni la representatividad, ni la importancia suficientes como para constituirse en rival de Pizarro.
Así mismo, vale recordarle a Petro que no eran los amigos de Pizarro quienes le decían “Carro Loco” sino sus malquerientes que, claro, también los tenía. ¿Cómo no?
Lo cual no quiere decir que Pizarro fue un hombre ignorante e irracional como lo expresa Petro.
-Que Pizarro fue pasional, claro que sí. ¡Palabra que sí!
Como pasional fue Bateman, pasional fue Fayad, pasional fue Iván Marino, pasional fue Nelly Vivas, pasional fue La Chiqui. Pasionales fuimos todos los que de verdad fuimos. Claro que vivimos esa guerra, esa paz y ese sueño de revolución con una enorme pasión. No había otra forma de vivirlos. No era posible. No era deseable.
Pasión que de ninguna manera convirtió a Pizarro en un ser irracional como lo describe Petro.
Con todo y los años que han pasado y todas las experiencias que he vivido, no dejo de sorprenderme cuando recuerdo la abundancia de inteligencias creativas y de valentías honradas que brillaban en las reuniones del M-19.
Y no solo de inteligencias y valentías. También de ideas y de teorías de punta. Siempre estábamos al tanto de lo que se pensaba en el mundo y nuestras tesis solían ser muy bien acogidas por innovadoras y por confiables.
Toda la historia del M-19, con sus aciertos y sus errores, con sus construcciones políticas, militares, ideológicas y de paz, fueron el fruto del esfuerzo de miles de hombres y mujeres que entregaron todo de sí mismos durante años.
Pero que nadie se equivoque.
Cuando se estudia la historia del M-19, de entre esos miles de hombres y mujeres hay cuatro nombres que brillan con una fuerza superior. Ellos son Jaime Bateman, Iván Marino Ospina, Álvaro Fayad y Carlos Pizarro.
Carlos Pizarro era un líder enorme y excepcional. Era un hombre particularmente brillante y sesudo. Un estratega impresionante y no solo en lo militar. Era un creativo político extraordinario y un comunicador impresionante. Salvo Petro, nadie desconoce el inmenso carisma de Carlos.
Además, Pizarro era una excelente persona. Un hombre que siempre abordaba la política comenzando por el sentido moral y humano de las cosas. Un hombre que nunca traicionó a nadie ni se traicionó a sí mismo. Era capaz de sacrificarse a sí mismo, pero nunca de traicionarse a sí mismo.
Pizarro también era un magnífico lector. Por eso me llama tanto la atención que Petro escriba en su libro que le dolía ver que en el M-19 no se leía.
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No, Petro. No es que en el M-19 no se leyera sino que usted nunca estuvo lo suficientemente cerca como para enterarse de lo que se leía en los círculos de amigos
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No, Petro. No es que en el M-19 no se leyera sino que usted nunca estuvo lo suficientemente cerca como para enterarse de lo que se leía en los círculos de amigos.
Por ejemplo, el mejor lector que he conocido se llamó Álvaro Fayad. Era impresionante. La inteligencia más lúcida y deslumbrante que he conocido en mi vida.
¿Petro conoce el intercambio constante de lecturas que se tenían Álvaro y Carlos?
Valdría la pena que lo conociera.
A estas alturas del artículo me doy cuenta de que no alcanzo a terminarlo en una sola emisión. El tema es un poco largo.
Pero no quiero cerrarlo sin hacer otra observación importante para que los lectores del libro no se confundan.
E el M-19 jamás hubo una tal tendencia pacifista y otra tal tendencia guerrerista. Eso es un invento de Petro. Y menos aún se le vio a Carlos Pizarro como el líder de alguna fracción militarista.
La cosa era más clara y sencilla. En el M-19 se entendía que mientras se estaba en la guerra todo el mundo debía hacer la guerra y cuando se decidió hacer la paz todo el mundo debió comprometerse y hacer la paz.
Claro que se sabía que había unos grupitos, sobre todo en algunas ciudades y en algunas universidades, que no peleaban. Que hablaban mucho y discutían mucho pero que no peleaban. Pero para todos estaba claro que la razón para no pelear no era que fueran pacifistas sino flojos. Eran mucho tilín y poco de paletas.
Es más, me acuerdo que ni se nos pasaba por la cabeza llamarlos los “pacifistas”. Más bien nos referíamos a ellos como los “hablamierdas”.
Continuará…