Cada vez que el general Mauricio Santoyo acompañaba a Álvaro Uribe a un Consejo de Seguridad se le veía tomar apuntes. Eran los días finales del año 2002 y la mayoría de esas reuniones programadas por el entonces presidente se hacían en lugares de alta influencia paramilitar. Además, el hombre que protegía a Uribe asistía a las reuniones de madrugada en donde el presidente hacía un barrido de lo que tenía que hacerse. Toda esa información llegaba directamente a los oídos de los jefes militares de las AUC. Santoyo era el principal informante.
Según información de la Corte de Alexandria en Virginia, el general más cercano a Uribe suministró apoyo y recursos materiales a los paramilitares entre el 31 de octubre de 2001 y el 28 de noviembre del 2008. La pregunta que en ese momento se hacían todos los que lo conocieron fue: ¿en qué momento se había torcido Santoyo?
Mauricio Santoyo fue el quinto de ocho hermanos de un sargento de la policía que fue alcalde en varios pueblos hasta establecerse en San José de Pare, un pueblito de Boyacá donde nació el que sería el jefe de seguridad de Uribe. La familia vivía holgada y todos los miembros trabajaban en una fábrica de panela. Bachiller en el colegio Inem de Bucaramanga, viajaría a Bogotá a hacer carrera en la Escuela de Policía. Se graduó en 1989 y un año después, en Medellín, ya estaba enfrentándose al tsunami que generó Pablo Escobar y su violencia descarnada. Integró el Bloque de Búsqueda y es bastante probable que su relación con los hermanos Castaños haya nacido de la alianza que sostuvieron policías con los PEPES para matar al jefe máximo del Cartel de Medellín.
En 1996 fue nombrado jefe del Gaula de Medellín logrando 150 rescates y ganándose una fama de oficial inflexible, una especie de superpolicía contra el secuestro. Álvaro Uribe, entonces gobernador de Antioquia, inmediatamente lo identificó: necesitaba a un hombre como Santoyo cerca a él.
Sin embargo, tras la fachada de policía bueno se escondía un aliado del paramilitarismo. Santoyo era el hombre clave para Don Berna, que se había convertido en el mandamás de la delincuencia en Medellín tras la muerte de Pablo Escobar y mantenía una sangrienta guerra contra todo lo que oliera a izquierda en la capital paisa. Santoyo, además de pasar información, ordenaba e incluso él mismo escoltaba armamento que salía hacia las zonas rurales de Antioquia, chuzaba los teléfonos de guerrilleros, de todo aquel que tuviera deudas con los paramilitares y de los defensores de derechos humanos representantes de diversas ONG que denunciaban las alianzas entre las AUC y la fuerza pública.
Entre quienes Santoyo habría ordenado chuzar estaban Ángel Quintero y Claudia Monsalve, quienes trabajaban en la Asociación de Familiares Detenidos y Desaparecidos (ASFADDES). En el año 2000 los dos defensores de derechos humanos fueron detenidos y secuestrados por hombres armados en el cruce de la Carrera Bolívar con la Calle Amador en el centro de Medellín. Nunca más se volvió a saber de ellos. Pero lo que sí estaba claro es que los paramilitares y miembros de la Policía de Medellín participaron en el hecho. Santoyo le habría pedido a sus aliados paramilitares tomar cartas en el asunto contra Monsalve y Quintero, a quienes el comandante del Gaula de Medellín tildaba de guerrilleros.
Nada pasaba con Santoyo a pesar de las denuncias en su contra. En 2001 el entonces fiscal general, Alfonso Gómez Méndez, recibió una denuncia anónima en su despacho contra el jefe del Gaula. “Soy un agente de la Policía Nacional adscrito al Gaula Urbano de la ciudad de Medellín. Las irregularidades que se viene presentando al interior de esta dependencia son muchas”, escribió el agente que después de su escrito fue asesinado. Nada pasó.
En Medellín, Santoyo siguió teniendo influencia hasta el año 2001, justo cuando tomó protagonismo en la guerra que estableció el hombre de confianza de Don Berna, Rogelio, quien lideró una encarnecida batalla contra la banda La Terraza, a quienes Santoyo también brindaba información. Según declaraciones del Tuso Sierra dadas en 2010, el entonces coronel usó su influencia en el Cuerpo Especial de Antiterrorismo para derrotar a La Terraza. Salvatore Mancuso también confesó en 2008 que Santoyo lo habría ayudado a establecer las chuzadas contra sus enemigos. Francisco Zuluaga, alias Gordolindo, confesó que le había dado 500 millones de pesos a Santoyo para que alertara sobre los planes de la DEA adelantaba una cacería contra los narcos y paras.
Santoyo fue mucho más que un policía eficiente. Él fue, junto a Alicia Arango, Sandra Suárez y Ricardo Galán el primer reducido grupo de los apóstoles del uribismo. Cuando el exgobernador de Antioquia marcaba el 1% de la intención de voto en las encuestas a las presidenciales de 2002, Santoyo estaba allí como un perro guardián. Si algo premia el expresidente es la fidelidad, por eso lo mantuvo a su lado a pesar de las críticas. En un informe de Semana de 2002 uno de los hombres que trabajaban en la seguridad del presidente criticó la manera como Santoyo expuso a Uribe el día de su posesión cuando las FARC intentaron, de un roquetazo, acabar con su vida. "La llegada a la Casa de Nariño para la posesión del primer gobierno fue lo más irresponsable que hemos hecho en la vida. Metimos al presidente en contravía por la carrera décima porque informes de inteligencia decían que habían dinamitado la vía y a Santoyo se le ocurrió hacer eso".
Después de siete años en una cárcel en Estados Unidos el general regresó a Colombia en abril de 2019 a terminar de pagar su condena en el país. Sobre Santoyo también pesan las acusaciones por su posible participación en el asesinato del abogado Jesús María Valle en 1998, quien denunció la masacre del Aro. Incluso se le vincula en el entramado paramilitar que terminó con el asesinato de Jaime Garzón en 1999. Santoyo se declaró inocente de todos esos cargos. Sin embargo, desde que pidió pista en la JEP, que lo aceptó a cambio de recibir toda la verdad, quedó claro que el jefe de seguridad de Uribe, un hombre que durante años logró mantener la imagen del superpolicía y de hombre probo, está dispuesto a contarlo todo para no seguir purgando las culpas en solitario.
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