La preservación de lo que queda del planeta es una preocupación que inquieta a la generación actual. Otra es la reivindicación y defensa de los Derechos Humanos por encima de las preocupaciones económicas.
Probablemente, en cuanto al Estado, el énfasis en lo social requerirá un nuevo contrato o pacto que priorice eso que hoy son las inquietudes de las nuevas generaciones.
Pero lo más concreto parece ser que el nuevo modo de producción o la estructura económica sobre la cual funcionará el mundo parece no ser alrededor de ‘cómo producir más’ sino de ‘cómo distribuir mejor’.
Esto supone grandes cambios en los modelos de Estado y también en la mentalidad de los particulares. Pero sobre todo en la orientación que se dará a los desarrollos tecnológicos.
Las nuevas capacidades del mundo cibernético han sido utilizadas para beneficio personal -así sea a través de empresas o aun de gobiernos- pero si algo debe o debería haber dejado la pandemia es el cambio de la búsqueda del éxito en base a la competencia por la solidaridad como fundamento de las relaciones humanas.
En una época en que es posible tener identificadas todas las condiciones y características de cada individuo es posible, y relativamente fácil, conocer las necesidades y las capacidades de cada persona.
El ‘Big Data’ ha sido utilizado para perseguir a los consumidores en base a la historia que dejan todas las bases de datos respecto a su comportamiento. Establecer la ubicación, las costumbres, el perfil social y económico de alguien es hoy casi rutinario, cuando el propósito es manipular al ciudadano, ya sea para venderle algún producto o para conseguir su voto, o cobrarle los impuestos.
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Establecer la ubicación, las costumbres, el perfil socioeconómico de alguien es hoy casi rutinario, cuando el propósito es manipularlo, venderle algún producto, conseguir su voto, o cobrarle los impuestos
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No hay razón para que no se oriente esa capacidad de conocer hasta el más Íntimo detalle de cada ser humano con el fin de satisfacerle un nivel mínimo de necesidades y de oportunidades.
Cuando uno ve los algoritmos usados para ‘aplicaciones’ como las que permiten traducir en directo lo que uno dice en un idioma a 84 idiomas diferentes. O las informaciones y direcciones que una voz desde el Waze nos señala la ruta más rápida de un sitio a otro. O cuando es posible asesinar desde miles de kilómetros de distancia a un enemigo, como hicieron los israelíes con las cabezas políticas y militares del programa nuclear iraní. En fin, cuando se empieza a dimensionar el potencial de las nuevas tecnologías es inquietante pensar que la tendencia no sea a aprovecharlo para servir propósitos de justicia social y bienestar para la humanidad sino que se conviertan en instrumentos para radicalizar los defectos que el actual sistema ha producido.
Es bien conocido que los alimentos que se producen podrían acabar con el hambre en el mundo. O que destinar la décima parte de lo que se gasta en armas alcanzaría para elevar a todos los seres humanos al nivel de bienestar del que gozan los habitantes de los países más avanzados. La vivienda digna, la educación más allá de la básica, el acceso en materia de salud a las posibilidades que ofrecen los conocimientos en la materia, la garantía tanto del trabajo como de la recreación necesaria para que no sea esclavizante, todos estos son derechos que podrían estar al alcance de todos si de la tecnología dependiera….
Como aquello del ‘articulito’, con un ‘algoritmito’ puede saberse tanto lo que faltaría a cada individuo como el cómo subsanarlo… pero ¿dónde está la voluntad para hacerlo?