Cada vez que hay una adaptación de un libro querido por todos, apreciado como es el de Hector Abad Faciolince sobre la vida de su papá, sacrificado por el ala más radical del ejército por decir la verdad, se abre el debate: ¿Es mejor el libro que la película? Algunas veces la adaptación es bastante lamentable. Por ejemplo, a nuestro Gabo, le ha ido supremamente mal cada vez que deciden convertir en imágenes sus palabras. Hay dos fracasos monumentales, la Crónica de una muerte anunciada y, sobre todo, El amor en los tiempos del cólera, la versión que se hizo en el 2009 es sinceramente horrible. Pero existen ejemplos históricos de cómo un gran director pudo estar a la altura del reto. La versión de Muerte en Venecia, de Luchino Visconti sobre la obra de Thomas Mann, es bastante diciente. O en algunos casos la adaptación cinematográfica es mucho mejor que el libro como sucedió con El Padrino.
He visto con preocupación como en redes sociales se ha abierto un debate estúpido sobre la desilusión que tienen muchos lectores de la novela de Abad Faciolince por la adaptación de Fernando Trueba. Esto se llama arribismo cultural, el creer, por ejemplo, que el cine es un género menor que la literatura y que un libro siempre será mejor que una película. En el caso de la adaptación de Fernando Trueba, recientemente colgada en Netflix, es injusto destruirla, además que es un acto de ignorancia cinematográfica. Muy bien actuada y narrada, Trueba logra encontrar las claves desde el guion para llevar el espíritu de la obra a la gran pantalla. Y en el reto gana completamente y por goleada. La actuaciones de Juan Pablo Urrego y de ese monstruo llamado Javier Cámara.
Hay que tener la suficiente desaprensión y no ser tan pretencioso como para pensar que siempre la adaptación del libro es peor que la obra original. Es maravilloso que exista esta adaptación para que muchos jóvenes se acerquen a la gran novela de Abad. Venzan el prejuicio, son dos obras independientes e igual de buenas. No posen de ser unos arribistas intelectuales.