Con gran tristeza recibí la noticia de la muerte del gran líder indígena embera eyabida Dilio Bailarín, del resguardo indígena del alto guayabal, municipio del Carmen del Darién, sobre las riberas del río Atrato. Para llegar hasta el resguardo hay que hacerlo vía acuática y por trochas, selva adentro. Habíamos hablado previamente a un taller sobre mujeres en la zona humanitaria de Nueva Esperanza, al que su comunidad asistiría, luego me reencontré con él. Días antes de la caravana humanitaria hacia río Sucio, Choco, me comentó sus preocupaciones acerca de la salida de las Farc del territorio y que muchos de ellos se habían pasado a las filas paramilitares, que lo estaban amenazando, que lo iban a matar, lo noté preocupado. Ese mismo día nos encontramos con el profe Aquileo Mecheche, otro líder embera seriamente amenazado y días después asesinado.
Dilio se estaba volviendo incómodo para los ilegales: sus posturas frente a la implementación de megaproyectos, la minería, los confinamientos a los que a diario sometían a su comunidad, el reclutamiento forzado, el desplazamiento... eran muchos los problemas que este líder enfrentaba casi en solitario. Se habían solicitado medidas cautelares a la CIDH, y aun así el gobierno no hizo absolutamente nada para protegerlo, mostrando total desprecio hacia las y los líderes indígenas que vienen siendo masacrados por defender su territorio.
Los emberas eyabidas son muy apegados a su territorio, son hombres de paz, que habitan las riberas de los ríos, son gente de la selva, de montaña. Su cosmogonía es muy espiritual, guardan gran respeto por sus sitios sagrados; por sus mayores y guías jaibanas; a sus ritos sagrados, como el canto del JAI, con el cual rinden tributos y pagamentos a la madre tierra y evocan los espíritus para que en su territorio exista abundancia en las cosechas, peces en los ríos y animales de monte para la caza, y salud para la comunidad. Eran estas tradiciones las que defendía el líder Dilio Bailarín, receloso del invasor que venía con el poder del fusil a someter su comunidad, a imponerles costumbres y comportamientos diferentes a los suyas.
De regreso a la zona humanitaria Nueva Esperanza, esa noche compartimos alrededor de unas cervezas en medio de un bochorno infernal propio de la selva chocoana; Dilio era un hombre carismático, alegre, inteligente, muy pragmático a la hora de decidir sobre asuntos que concernían a su comunidad. Le comenté que de persistir las amenazas estaba dispuesto a sacarlo del territorio por algún tiempo junto con su familia mientras bajaba la temperatura. Él me miro colocándome una mano sobre el hombro y me dijo estas palabras: “Usted sabe que la vida nuestra está ligada a esta tierra, y en esta tierra es donde nos moriremos”, yo me quedé pensativo, cada que escuchaba estas palabras era como una despedida, Así me sucedió con Aquileo Mecheche, en Riosucio, Choco, cuando nos dijo: “Hagamos o no hagamos, de todas formas nos van a matar”, y así fue, lo mataron aferrado a su tierra, a su comunidad, a la cual se debía, y es que los emberas son guerreros milenarios que por décadas han enfrentado al invasor defendido sus tierras, y prefieren morir en ellas antes que abandonarlas.
Esa noche, junto con varios líderes de la zona humanitaria, compartimos, hablamos y quedamos de volver al resguardo del alto guayabal. Era una promesa, tomaríamos allá chicha como la primera vez que los visité, aprenderíamos mutuamente y saldríamos de pesca al río Jiguamiando. Una promesa incumplida por culpa de los violentos que le arrebataron a una comunidad un gran líder, un hombre que prefirió la muerte antes que abandonar a la comunidad a su suerte. La tenía muy clara, sabía que lo matarían, que le cobrarían su valentía.
Conociendo a Dilio, imaginé su muerte. Los miraría a los ojos, no imploraría que respetaran su vida, no, un hombre como él muere de pie, jamás arrodillado. Así el asesino que disparó cobardemente contra su humanidad se lo hubiera exigido, la comunidad llora, y seguramente lo sembrarán al lado de un gran árbol, lo cubrirán con la tierra abonada con la sangre de sus ancestros, frente al cerro sagrado de Jaikatuma, donde nacen los ríos que bañan sus tierras y alimentan la vida de las comunidades ancestrales. Jaikatuma, el cerro que la multinacional Muriel Mining Corporation quiere explorar y explotar a campo abierto en un área de 16.000 hectáreas, cerro que en sus entrañas alberga la mina más grande de cobre en América Latina, oro, uranio, cobalto y otros recursos; pero se han encontrado con la férrea resistencia de los emberas, que defienden su cerro sagrado, lo que ha ocasionado varios asesinatos de sus más reconocidos líderes. Ahí será sembrado Dilio como ejemplo para las futuras generaciones.
Hasta luego, compañero Dilio, las grandes praderas protegidas por los espíritus te recibirán con los brazos abiertos y desde allí, desde la inmensidad de lo infinito, estarás mirando el cerro Careperro, como se le conoce comúnmente al Jaikatuma; mientras tanto, esperaré por una promesa incumplida, nos veremos en los atardeceres bajo la mirada del arcoíris que baja a tomar agua en los ríos Curvarado y Jiguamiando…
"Los que mueren por la vida, no han muerto, viven eternamente".