Jaime Barbini tiene ochenta años, dos menos que Al Pacino, uno menos que Robert de Niro, la misma edad que tenía Federico Luppi, el argentino que protagonizó clásicos como Martín Hache. Sin embargo hace rato está jubilado. En un país que se acostumbró a no pagarle regalías a sus estrellas de la TV por sus repeticiones es apenas normal que los actores terminen tal y como lo está haciendo este hombre que supo estar en clásicos absolutos como El patrón del mal o La reina del sur, producciones que aún se emiten en las televisiones del continente, pero por los que Barbini no recibe un solo peso.
Venía deprimido desde hacía días. La pandemia canceló todos los proyectos de rodaje en Colombia y él se quedó esperando una oportunidad. La depresión de no poder ejercer su oficio lo atormentaba. Entonces, el pasado 20 de septiembre, mientras estaba en su casa en Tunja le sobrevino un derrame cerebral. Desde entonces espera una respuesta de su EPS para que le proporcione un médico particular que lo atienda y subsidio para algo tan básico que usa un enfermo en sus condiciones como son los pañales.
Los dolores son atroces, así se lo relató a El Tiempo su hijastra Katherin Becerra: “sus gritos son desgarradores. En el día tiene una enfermera, que le pagan sus hijos, pero en las noches lo cuida mi mamá y para ella es muy duro, porque además debe trabajar para el sostenimiento de la casa”.
En este momento, como tantos otros, incluyendo a la propia Maria Eugenia Dávila, diva de divas, esta gloria se apresta para un final triste e incluso suplicando porque la vida se le acabe. Jaime Barbini ni siquiera tiene derecho a la eutanasia.