Cómo hacer un presidente, fue una exitosa serie de publicaciones de Theodore H. White (The Making of a President) sobre las elecciones norteamericanas de 1960, 1968 y 1972. En las dos primeras triunfaron John F Kennedy, Richard Nixon, por estrechos márgenes y en la tercera fue reelecto Nixon frente a George McGovern, en una victoria arrolladora, que terminaría en el escándalo Watergate. El éxito de los libros, sobre todo el primero, fue revelar desde un punto de vista más personal el proceso complejo dentro del entable bipartidista norteamericano que lleva a un candidato a ganar la nominación de su partido y luego la presidencia, con un procedimiento de locura donde lo que importa son los votos del colegio electoral y no el voto popular.
Para salir avante de semejante aventura el candidato tiene que tener un conocimiento profundo del país, de los mecanismos partidistas, de las necesidades estatales y un carisma que seduzca a la mayoría. Pero sobre todo debe tener una carrera política, de lo cual en nuestro tiempo sólo Donald Trump ha sido una excepción, con los resultados conocidos. O sea, se puede hacer un presidente, pero no se puede prefabricar uno. Lo mismo podría decirse de Colombia, donde todos los presidentes han tenido destacadas carreras políticas, menos Iván Duque, con los resultados conocidos.
Para un candidato presidencial su futuro es su pasado. Lo que se evalúa son sus realizaciones y su personalidad, más que sus propuestas puesto que el papel puede con todo. Esa evaluación implacable incluye su arraigo popular, el haberse sometido a las urnas, su sintonía con las necesidades de la gente, su empatía que es la habilidad de ponerse en los zapatos del otro, su capacidad de convocatoria para unir fuerzas a su alrededor y por supuesto, su carisma.
Y he aquí que de pronto aparece entre nosotros, en el ya congestionado partidor de la carrera presidencial, un académico con aires de profesor distraído, mezcla de tecnócrata y humanista, que es saludado por poderosos medios de comunicación y redes sociales como el hombre providencial que va a unir todas las fuerzas renovadoras de la política a su alrededor, que no tiene una carrera política sino administrativa y que no lo conoce casi nadie: Alejandro Gaviria.
Una candidatura que no se ha construido en la política, sino que se ha prefabricado en las alturas del poder. No sin cierta arrogancia académica, que es la pretensión de saberlo todo, y un vago sentimiento de predestinación, que lo impulsa a hacer realidad su destino sin importar el costo personal. Y como el asunto tiene su encanto lo han llamado de todas partes, pero no para que lidere ninguna sino para que dé la batalla de su nominación en el descampado.
Como se presenta como una candidatura de centro, queda descartada su participación en los extremos. Pero en el centro no se perciben señales de adhesión a una jefatura inevitable. A nadie se le ocurre, para ir por partes, que el Partido Verde, dividido entre sus orígenes izquierdistas y el centro, donde hay un duro debate entre sus tres candidatos presidenciales, va a encontrar en Gaviria, que viene de ser funcionario de los gobiernos de Uribe y Santos, y que no ha militado en él, el candidato unificador.
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A nadie se le ocurre que el Partido Liberal lo va a aclamar como candidato, lo cual espantaría a más de un voto de opinión y lo distanciaría de la Coalición de la Esperanza
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Ni que la viuda de Luis Carlos Galán y sus hijos le van a entregar las banderas del Nuevo Liberalismo, revivido después de sus enormes esfuerzos, a un recién llegado, máxime cuando a los muchachos les está yendo tan bien en la opinión pública. Ni que el Partido Liberal lo va a aclamar como candidato, lo cual espantaría a más de un voto de opinión y lo distanciaría de la Coalición de la Esperanza, sin un debate interno, y sin una consulta popular, como ha sido la mejor tradición del partido
Ni que Sergio Fajardo, que es el líder histórico del centro y lidera actualmente sus encuestas, que ha estado dos veces en el tarjetón presidencial, que sacó 4,6 millones de votos en la pasada elección, y que lleva 20 años recorriendo el país en permanente contacto con la gente, va a comprender que ha llegado la hora de su retiro, solo porque otro profesor, de su misma universidad, le manda el mensaje de que no ha sido capaz de unificar y fortalecer el centro y debe dejar esa tarea en sus competentes manos.
Más que bienvenido a la innumerable fila de los candidatos presidenciales Alejandro Gaviria, que llega de último a la cola y que le falta tanto camino por recorrer, como lo indican las encuestas que no lo sacaron del margen de error después de su apoteósico lanzamiento mediático. Admirable su bagaje intelectual, su espíritu de sacrificio, su voluntad de ayudar a construir un país mejor, su aventura solitaria, que es lo que falta en la política colombiana.
La Coalición de la Esperanza, un esfuerzo colectivo donde hay dirigentes con largas carreras políticas, ha venido construyendo juiciosamente una opción política de centro que se dirimirá en una consulta popular. Tiene un ideario ético y programático que es anterior y prácticamente idéntico a los 60 puntos de Alejandro Gaviria. Así que ese es su nicho y allí llegará a dar el debate. Solo que ganándose los votos a pulso, como corresponde.