Asombra de sobremanera ver como el mundo universitario, que debería estar caracterizado por la excelsa práctica del modo científico de entender el mundo, demuestra con creces una enorme falta de sentido común, el menos común de los sentidos.
En concreto, se trata de la obsesión por retornar a las actividades presenciales, pese a la cruda realidad de la pandemia, máxime en Suramérica, una región que debe de aquí en más capear el temporal inherente a cinco variantes tenebrosas del coronavirus, incluida la variante made in Colombia, esto es, la variante Mu.
Para colmo, como bien se sabe, una región en la que las campañas de vacunación distan en mucho de ser óptimas, pues, al fin y al cabo, el país suramericano con mejores avances al respecto no va más allá de un 30 % de su población vacunada. Y, claro está, dicho país no es Colombia.
En todo caso, resulta risible, por decir lo menos, la ingenuidad inherente al manejo de semejante pandemia en los mentideros universitarios. Esto es, abundan a trochemoche los flamantes protocolos de bioseguridad que, en el mejor de los casos, si los leemos con cuidado, tan solo dicen que los administradores universitarios no saben qué demonios hacer con esta pandemia.
En otras palabras, el candor respectivo ha llevado a creer que con el lavado de manos, el uso de tapabocas, el ridículo distanciamiento social de un insignificante metro (cuando hay artículos científicos recientes que dejan claro que, al menos, han de considerarse los tres metros) y los aforos se puede mantener a raya una pandemia en un contexto de una más que deplorable campaña de vacunación de pacotilla, cuyos talones de Aquiles saltan a la vista por doquier cual conejitos vivarachos.
Por lo visto, por esas cosas de una inexistente formación en materia de alto pensamiento científico, los gobernantes y administradores de diversa jaez han perdido de vista que una cadena falla en su eslabón más débil. En lo que a esto concierne, el eslabón más débil radica en el transporte público, por lo que resultan francamente inútiles unos protocolos de bioseguridad concebidos de porterías universitarias para adentro cuando de porterías para afuera están las grandes fuentes de contagio, las que no admiten control alguno.
Empero, por si lo dicho no bastara, asoman otros talones de Aquiles no menos tenebrosos. Tomemos como ejemplo la sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia, cuyo servicio de salud para los profesores y empleados, Unisalud, hace aguas por doquier por obra y gracia de una crisis financiera. En efecto, cuando apenas despuntaba este 2021, Unisalud cacareó tanto como pudo tratando de mostrar una supuesta gran organización para lo que sería la vacunación de la correspondiente población universitaria.
Apenas llegado febrero, la administración de Unisalud lanzó una encuesta para acopiar todo un maremágnum de información, según decían, a fin de asegurar que cada cual pudiera vacunarse en un punto de vacunación cercano a su casa, contando con las instituciones médicas con las cuales se tienen convenios. No obstante, el duro principio de realidad ha mostrado con creces que, a duras penas, la vacunación de primera dosis empezó muy tardíamente, mucho más que, a guisa de ejemplo, como lo fue en la Universidad de Antioquia.
En cuanto a lo relativo a la segunda dosis, Unisalud no ha dado pie con bola para garantizar la misma para la totalidad de sus afiliados, por lo que cada cual debe arreglárselas como pueda para procurársela en un contexto de franca y cínica escasez de vacunas. Con todo, Unisalud no para de hacer encuestas de manera compulsiva, cual Penélope tejiendo y destejiendo sin esperanza su velo de novia.
En suma, estamos ante un organismo contraproductivo, esto es, que muestra una clara contraposición entre los fines declarados por sus administradores y los resultados correspondientes. Así las cosas, el retorno a las actividades presenciales, so pretexto de obedecer lo decretado por el gobierno, conlleva necesariamente una alta dimensión de irresponsabilidad, de menosprecio por la vida, de vulgar culto al becerro de oro. Eso sí, como es habitual en la absurda cultura universitaria colombiana, cada vez que fallezca por covid un profesor, un estudiante o un empleado, no faltará el ampuloso mensaje de pésame en el correo institucional, con un mal gusto inevitable que jamás falta. En fin, como en el célebre cuento de Hans Christian Andersen, el emperador todavía sigue desnudo.
En semejante panorama, no resulta exagerado considerar que los campus universitarios, cual reflejo de la contraproductividad antedicha, son auténticos escenarios iatrogénicos. Y no solo por este coronavirus, puesto que ya se ven venir otras pandemias en el futuro cercano. En suma, las universidades no están en real capacidad para garantizar la salud plena de su población en sentido estricto en medio de una pandemia que, como ya dije, implica el manejo de cinco cepas altamente peligrosas del coronavirus en lo que a Suramérica concierne.