Si algo ha distinguido a este Gobierno es su talante antidemocrático; su disposición permanente de ataque al que piensa diferente nos muestra lo lejos que estamos de ser el Estado pluralista que se concibió en la carta magna de 1991.
El Gobierno de la “equidad”, como se autoproclama, ya no se esfuerza en ocultar su capacidad de censura, al punto de excluir a importantes referentes de la literatura nacional de la 80 Feria del Libro que se llevará a cabo en Madrid, España. Del evento quedaron por fuera escritores de la talla de Héctor Abad Faciolince, Laura Restrepo, William Ospina y Fernando Vallejo.
El embajador de Colombia ante España, Luis Guillermo Plata, al ser indagado por el arrogante veto impuesto a tan importantes escritores, manifestó que el Gobierno solo quiso que participaran de la feria “autores neutros”, para que esta no se convirtiera en una feria política, lo cual confirma, una vez más, que en nuestro país el hecho de expresarse libremente es contraproducente.
Causa curiosidad que los autores relegados de la feria tengan algo en común: su tajante postura de crítica y oposición a los desaciertos del presidente Iván Duque. No se equivocó George Orwell al decir que “si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír”. Ahora podemos entender el por qué de la decisión. Resulta inadmisible, que una invitación hecha por un país ajeno, tenga que ser manipulada y acomodada a su conveniencia; su soberbia y arrogancia no les permite ver más allá.
El pasado de Colombia está plagado de esta oprobiosa práctica qué creíamos superada y que como sociedad civil debemos rechazar con contundencia. Oportuno resulta recordar que el más insigne escritor de la lengua hispanoamericana tuvo que exiliarse en México en 1981, durante el gobierno de Julio César Turbay, después de una feroz persecución motivada por razones políticas. Un año después, el célebre escritor de Aracataca fue galardonado por los miembros de la academia sueca, recibiendo el premio nobel de literatura el 8 de diciembre 1982.
Esta es la prueba fiel de que la riqueza cultural de nuestro país se concentra en las letras, en las manos y en la mente de quienes las plasman. Perdemos como país al negarnos la participación en este tipo de espacios, que tienen como único fin exaltar el ingenio de nuestros autores; perdemos al no querer mostrar lo que sí debe ser visible al mundo, aquello que nos llena de orgullo.
Hacen bien los escritores convocados en declinar la invitación, primero, como un acto de lealtad hacia sus colegas, y segundo —como lo manifestó Juan Esteban Constaín en su cuenta de Twitter—, porque “la neutralidad no es un valor en la literatura”.
Es una lástima que se siga viendo con desdén al intelectual. Saben que su alma rebelde y altanera jamás se resignará a la sumisión; por eso los persiguen, los atacan, los desprecian.