Dormir al lado de una esquizofrénica
Opinión

Dormir al lado de una esquizofrénica

Por:
octubre 03, 2014
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Eran las últimas horas del viernes 29 de agosto, y las primeras del sábado 30 del mismo mes del 2014. Aparentemente solo dos días. Algo relativamente breve como para que sintiera el paso del tiempo como si fuera algo eterno. En una de las habitaciones del sexto piso de la Clínica Palma Real en Palmira, Valle, estaba internada mi madre por una operación. Había dos camas. A mi madre le correspondía la que estaba al lado de la ventana. A su mano izquierda, se encontraba aquella mujer que llevaba hasta esa fecha 15 días de hospitalización; fue llevada por una urgencia muy diferente —y no por ello menos importante— a la de mi madre.

Bastó que mi madre, psicóloga, captara su mirada para darse cuenta de su estado mental, que luego corroboró cuando la vio expresarse a través de sus palabras y gestos.

La mujer en cuestión, era una joven de 23 años que se había intentado suicidar. Falló en su acto y se fracturó la clavícula, la cadera y una pierna. La joven no tenía familia y se había escapado de los cuidadores de una fundación que reside en la Zona Franca de Palmaseca, donde la atendían. A lo largo de la noche y la mañana, la joven lloraba mientras la enfermera cariñosamente le decía que durmiera y que dejara dormir. Luego reía, le decía “gorda bonita”, y que le diera “un abrazo”. Era esquizofrénica. De igual manera lo confirmó la propia enfermera.

Mi madre no pudo dormir bien: ni por el dolor de su operación y mucho menos porque su vecina de habitación no paraba de hablar y gritar.

Cuando tratamos el tema, coincidimos: el sistema de salud de Colombia es tan precario, que aparte de no generar garantías de cobertura total a los pacientes, ni siquiera —dado su mal estado—, es capaz de proporcionar espacios y atención especial y eficaz a diferentes tipos de personas. En este caso, ¿cómo es posible que se atienda de la misma manera y en el mismo lugar a una persona como mi madre, intervenida por una operación física, con otra persona que a su vez, también debe ser atendida a nivel físico, pero porque su estado mental la llevó a que realizara un salto al vacío?

Desde luego, ambas pacientes necesitarían recibir en una misma proporción el auxilio del sistema de salud, pero lastimosamente esto no se cumple. Como tampoco es un hecho, y que resulta bastante peligroso, que una persona con una enfermedad mental permanezca internada en la misma habitación con un paciente mentalmente sano.

El caso de mi madre y el de la joven, se podría ajustar desafortunadamente a una de las realidades colectivas de negligencia estatal y gubernamental en salud física y mental hacia miles de colombianos que viven situaciones similares en el país; hablando solamente desde la gran responsabilidad de difusión y campañas de salud que deben promover actores oficiales como los ya mencionados a toda la gente, y en especial a los sectores sociales más alejados de las zonas urbanas. Habría que formularse algunas preguntas sobre estas realidades: ¿cuántas personas no se habrían intentado suicidar porque la familia no ha tenido el apoyo de profesionales de la salud, financiados por el gobierno para atender casos de salud mental? ¿Cuántas familias no se encontrarán sufriendo en este momento porque no saben que tienen familiares en condiciones de enfermedad mental? ¿Cuán profundo no será el dolor de aquellos que pese a que deben preocuparse por trabajar duro para sobrevivir, tienen ahora que vérselas con trabajar el doble para adquirir atenciones especiales para sus familiares que el sistema de salud actual no cubre? ¿A cuántas molestias y peligros no expone el convivir en un mismo espacio a dos personas de distintas modalidades de atenciones de salud?

La construcción de políticas públicas en Colombia, de salud por ejemplo, es tan rápida por la mediocridad con que la emiten, que bien pudiera ser comparada con la rapidez del salto de un suicida de un puente.

 

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