Los violines negros del Cauca

Los violines negros del Cauca

A la pregunta de Alfonso Luna de ¿cómo llegó el perfumado y aristocrático instrumento al Cauca? hay una historia que demuestra las raíces africanas del instrumento

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
septiembre 10, 2021
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Los violines negros del Cauca
Foto: Aymer Álvarez

En la década de los setenta, gracias a Lucrecia Tello Marulanda, que visibilizó en Quilichao y llevó a presentaciones en Cali y Popayán a las cantaoras, músicos y danzantes de Dominguillo, conocí sobre los que ahora llaman “violines negros del Cauca”.

En la vereda de Santander, que formaba parte del antiguo Real de Minas de Quinamayó y Dominguillo —uno de los 13 “reales de minas” con sus capillas doctrineras organizados en la Colonia alrededor de Quilichao— de guadua y con cuerdas de guitarra fabricaba los violines el también intérprete Luis Carlos Mina.

Años después de la muerte de Lucrecia, volví a escuchar de los violines negros del Patía, gracias a la antropóloga y musicóloga Paloma Muñoz, que tras décadas de riguroso trabajo académico y documental recopiló testimonios, filmaciones y grabaciones musicales, inicialmente entre las comunidades de antiguos cimarrones del valle interandino del Patía, al sur del Cauca y posteriormente entre las comunidades negras del valle geográfico del río Cauca, al norte del departamento, que en la Colonia dependían de la hacienda Japio de la familia Arboleda.

En la tarde del viernes 27 de agosto, en el programa La otra historia del Cauca emitido por la emisora Proclama del Cauca y Valle, codirigido por Alfonso Luna Geller y Nelson Paz, con la participación de la periodista Yaritza Casianni, fue invitada Paloma Muñoz, doctora en Antropología de la Universidad del Cauca, magíster en Educación y Desarrollo Humano de la Universidad de Manizales, especialista en Gerencia y Gestión Cultural de la Universidad del Rosario, de Bogotá, y profesora de la Universidad del Cauca, autora de varios videos documentales, para hablar sobre “Las almas de los violines caucanos” o de “los violines negros”, como prefiere llamarlos en el libro en el acaba de recopilar sus investigaciones.

A la pregunta de Alfonso Luna sobre: ¿cómo llegó el perfumado y aristocrático instrumento al Cauca?

Iniciando su didáctica presentación, Paloma se remontó al origen africano del violín, que al ser llevado a Europa por los árabes que ocuparon España, lo llamaban rabel, donde fue transformado hasta llegar a la excelencia de los italianos violines de las escuelas Amati y de Cremona, de donde se derivan los Stradivarius, conocidos por su belleza, sonoridad y sistema tonal propio de la música de Occidente.

Los violines llegaron a América y al Cauca traídos por las comunidades religiosas que a la sociedad esclavista de Popayán importaron instrumentos de cuerda —a diferencia de los de viento, importados para las fanfarrias militares—, y por eso la chirimía llega a la parte indígena y se desarrolla con flautas traversas. Los instrumentos de cuerda como el violín fueron empleados para la enseñanza doctrinera y la educación de las élites en los colegios religiosos de Popayán.

La hacienda Japio, ubicada en el norte del Cauca e inicialmente propiedad de los jesuitas, se extendía hasta Cajibio, en límites de Popayán, donde por eso hoy existe población afrodescendiente. Esclavos de las haciendas y los que permanecían en las casas de Popayán dedicados a oficios domésticos aprendieron por imitación a tocar los instrumentos ejecutados en las fiestas de los patrones. Asimismo, el violín lo aprendieron a fabricar en guadua y con cuerdas con crin de cabello…

El proceso de evangelización con los indígenas fue diferente al de los negros, por eso mi libro se llama así El alma de los violines negros, porque estos eran considerados salvajes, sin alma, que solo servían para trabajar en trapiches, labores domésticas y minas. La hacienda Japio servía de sostén económico para el colegio Seminario que habían creado en Popayán y para surtir la explotación en las minas.

La mayoría de los esclavos del norte del Cauca estaban confinados en haciendas y en el Patía; luego, en gran cantidad huyeron de las haciendas y fueron considerados como cimarrones. Cuando fueron expulsados por primera vez los jesuitas, después de diez años de ser administrada por una junta de empalme y cuentas, la hacienda Japio pasó a propiedad de la familia Arboleda, quienes siguieron manteniendo los esclavos… “Por eso en el libro aparecen las adoraciones al niño Dios; yo en el libro tengo unos relatos muy bonitos y las investigaciones de campo que realicé en el Patía…”.

Yaritza Cassianni le pregunta sobre las huellas que dejó en su vida haber hecho la investigación.

Paloma destacó el “haber roto con el estigma académico sobre la música afrodescendiente, por lo que en la escuela en la historia musical de Occidente y europea se sobrevaloraba la música de cuerda frotada como lo más elevado, predominaba el juicio, peyorizando la música africana al reducirla a ‘negro igual a tambor’. La percusión en la historia musical era lo mejor y cómo estos pobladores se atrevieron a imitar al violín, el instrumento más europeo de la vida musical, ahí me estaba rompiendo un paradigma, entonces esto me marca una huella que me indicaba que había que indisciplinar esas disciplinas enseñadas en la academia que ignoraban que el violín tenía origen africano y que en el Patía los negros lo tocaban”.

También le abrió la posibilidad de hacer un análisis musical, no solo desde lo técnico estrictamente musical, “porque cuando empecé hice partituras, transcripciones, pero como lo digo en el libro, los afectos, las tocatas, las comilonas me fueron atrapando y entonces abrí mi radio de acción de que la música no solo hay que estudiarla desde lo que suena, de los hechos sonoros, sino todo el contexto cultural que conlleva hacer esos análisis musicales… Entonces la música también se huele, se come; la música también se ve, no solo se oye, se baila. La música se dramatiza, se exterioriza, sensibiliza y la música también desarrolla métodos de aprendizaje que son propios de la comunidad, entonces fíjate que ahí hay una huella en la que yo dije: bueno, voy a hacer un alto, a parar el tema, pero no puedo porque siempre aparecen cosas nuevas, sabidurías que te atrapan, te van empautando, relacionadas con los pactos del Patía…”.

“Esas son las huellas y en la universidad empiezo a afectar la práctica docente, empieza a incorporarse en mi vida y a implementar cambios en los currículos, en el programa que coordino y las clases de licenciatura en educación artística y, por supuesto, en la maestría en educación popular que también coordino en Popayán. Entonces esas huellas que venían desde antes en la música de chirimías, pero una vez que me conecto con la música de violines del valle del Patía donde comencé, y después me fui al norte del Cauca, hay transformación de vida, epistémicas, metodológicas de la investigación y académicas alrededor de la vida universitaria”.

Yaritza Cassiani interviene trayendo a colación un comentario de Kike Riscos de la Herencia de Timbiquí, que recuerda que cuando llegó a Cali, la gente creía que la música de los negros, cuando llegó Herencia de Timbiquí, allá, era solo ruido y él empezó a interpretarles con su marimba el cumpleaños feliz, serenatas y otros temas que fueron cambiándoles esa idea que tenían de la música de los afrodescendientes.

Paloma interviene recordando que “así fue cuando hice el primer documental… Yo comencé en 1995 a hacer este trabajo, este recorrido”.

“Entonces ni en la academia, ni el Petronio Álvarez, ni en la ciudad había una idea de la presencia de los violines en estos valles interandinos y hubo una serie de acontecimientos para que la gente empezara a conocerlos, porque yo había empezado a investigar, pero entonces Álvaro Gártner, por ejemplo, de la revista Gaceta de El País, en un encuentro aquí en el Banco de la República de Popayán, me escuchó cuando yo estaba haciendo la ponencia del Patía, se interesó, se me acercó, me dijo: oye, ¿tú quién eres? Y me pidió que le enviara los textos y fotografías y yo creí que era un ventijuliero, como tanta gente que se le aparece a uno a ofrecerle cosas y no cumple, y a los ocho días me llama y me dice que esperaba mi artículo y se lo mandé y lo publicó en primera y cuatro páginas más, y yo me asusté y dije: caramba, este señor lo tomó en serio

Fue chistoso porque un amigo me llamó y me dijo —Paloma, pero si mucha gente hace cola para que le publiquen en la Gaceta y a ti te están rogando… entonces ahí se empieza a difundir con la Gaceta y las conferencias a donde iba y me daban palo; por ejemplo, estuve en varios lugares en Cali, donde el maestro Germán Patiño me daba palo porque él le había puesto ‘violines caucanos’, y yo le decía que también existían violines negros en el valle interandino de Chota, en el Ecuador, y en el valle del Carmen de Umalla, en el Perú, entonces no había que negarles la posibilidad a ellos porque también son violines que tienen que ver con los afrodescendientes...

Fue muy interesante todo ese proceso y luego, cuando hice la presentación en el teatro Valencia de Popayán, lo que fue muy difícil porque decían: ¿cómo vas a presentar esos negros en el teatro municipal?, me tocó mover palancas porque se iba a presentar la banda sinfónica de la universidad y yo la mandé para la calle, para el parque, les dije que era más bonito, para poder presentar el documental y al grupo Palmeras de Santander de Quilichao.

Fue apoteósico porque con el documental termina Melquizedec, y al grupo Palmeras con Eleazar Lucumí los hice entrar tocando por el auditorio, en medio de la gente, y la gente lloraba, se paraba a aplaudirlos y bailaba con esta música y eso fue una locura. Al punto tal que el administrador del teatro me iba a apagar la luz que porque esto nunca se había hecho en el teatro municipal, y al Mico Paz, que ya murió, que era muy eurocéntrico y muy patojo, me tocó arrodillármele a las piernas para atajarlo y que no subiera las gradas a hacer esa locura de apagar la luz para que la gente se fuera…

Entonces todas esas cosas están en la antesala de esta investigación porque uno solo muestra lo que está en el libro, pero la antesala que le ha tocado vivir a uno para convencer a la gente de este patrimonio musical, igual también tener que huir con los enfrentamientos de la guerrilla, paramilitares, el ejército… todo eso que me tocó vivir porque son poblaciones de mucho conflicto y violencia armada y social.

Esto les quiero contar, que son las huellas que han dejado este trabajo investigativo, con esta gente bella de este departamento y los afrodescendientes, con los que me he encontrado, me sigo encontrando y que son maravillosos”.

 

 

 

 

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