Hace unos días Andrés Pastrana Arango, aquel sujeto que gobernó a Colombia entre 1998 y 2002, se acercó formalmente a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). En esta ocasión, para compartir la carta que recibió de los hermanos Rodríguez Orejuela, y que, según él, demuestra el ingreso de unos dineros ilícitos a la campaña de Ernesto Samper. Sin embargo, el exmandatario conservador no se imaginaba, en medio de un aura de pulcritud o rectitud, que su versión de los hechos iba a ser cuestionada por los hombres que le proporcionaron el documento, ni mucho menos que lo salpicarían a él por chantajista y por igualmente recibir el apoyo del cartel de Cali. En otras palabras, el tiro le salió por la culata, viéndose ahora obligado a explicarle al país su truculento comportamiento.
Aunque realmente no creo que le explique nada a nadie. Los oligarcas de su estirpe, esos que se creen patricios y dueños de una moral impoluta, siempre esconden sus delitos, así se hagan palpables o conocidos por la sociedad que los acoge. Por eso su movida no va a ser otra que hacerle creer al incauto una calumnia, o un simple plan para dañar su buen nombre. Esa va a ser su única estrategia: decirle a la opinión pública que se está tratando desviar una verdad de la que supuestamente es el único dueño: Samper se hizo presidente con la ayuda de la mafia.
Lo que no sabe el dirigente conservador es que a muchos colombianos, esos que como yo no tragan entero, únicamente les basta con conocer la reveladora confesión de los capos del cartel de Cali. Por lo tanto, amigo lector, por más que Pastrana se haga el desentendido, el que con él no es la cosa, en Colombia tanto liberales y conservadores se han beneficiado de los dineros del narcotráfico. Así que pierde su tiempo creyendo que está completamente limpio del escándalo que hace casi tres décadas destapó, porque su accionar no se diferencia para nada de cualquier otra práctica corrupta de este tramposo país.
Por todo lo anterior, puedo decir que Pastrana simplemente está demostrando una doble moral, esa que se jacta de lo malo de lo ajeno, pero que no reconoce lo dañino de lo propio. Su jugada maestra lo llevó a encochinar a personas que realmente no tuvieron nada que ver con lo denunciado, para quedar como el héroe de una comedia de la que ahora es el único bufón. No faltará el que ponga en duda la respuesta de los Rodríguez, con tal de apoyarlo y desviar la atención de un caso que en cualquier país serio merecería su explicación. Tampoco faltará el que se encargue de librarlo de cualquier investigación, cuando ya se sabe que es uno de los grandes desfalcadores de esta nación de conspiradores y bandidos de cuello blanco.
Alguna vez dijo Paul Valery, el excelso poeta francés, que “la conciencia reina, pero no gobierna”. Una frase muy genial, y la destaco porque a pesar de que los hermanos Rodríguez quieren contribuir con la verdad, las cosas están dadas para que se hable de un escándalo que dará de qué hablar por dos semanas cuando mucho, archivándose luego y como de costumbre en los anaqueles del olvido. Así están las cosas aquí: todo se olvida cuando aparece un nuevo escándalo, porque esa es la manera que tienen los colombianos de desobligarse de sus problemas más inmediatos.
