No quieren escritores, quieren amanuenses inofensivos, quieren propaganda barata, libros en donde se ignore la masacre que no para, el desempleo que despedaza el tejido social, el abandono de un Estado incapaz de darle a sus hijos educación y salud de calidad. La realidad, que es la materia prima de la nueva literatura colombiana, debe ser extirpada en los grandes libros que no paran de salir.
En pleno año de la pandemia podemos encontrar una obra devastadora como Escombros, de Fernando Vallejo el desahogo donde grita la muerte de David Antón, el hombre que amó hasta el final, cuando el terremoto de Mexico del 2017 acabó con el edificio de la calle Ámsterdam donde atesoraban, en formas de objetos hermosos, los cincuenta años que vivieron juntos. Si entramos a una librería está en el mesón de novedades Colombian Psycho, el thriller de pasmosa actualidad que, con ritmo trepidante y precisión, escribió Santiago Gamboa, también está en estanterías los colosales Ensayos que resumen toda una vida dedicada a la literatura de William Ospina, o una novela como Abismos, de Pilar Quintana, que acaba de ganar el premio Alfaguara. Sin embargo, estos escritores no fueron invitados a la Feria del Libro de Madrid por cometer un pecado que para el uribismo es imperdonable: no lamberle las suelas al Gran Colombiano.
Como Pedro Pérez, el sacerdote del Quijote, el gobierno acaba de ordenar hacer una gran hoguera con los libros que conforman la Nueva Literatura Colombiana y borrarlos de un solo trazo. ¿En manos de qué tecnócrata obediente y fanático está la cultura en el universo uribista? La falta de criterio es absoluta, la ignorancia ramplona de un arriero venido a más, del capataz que piensa que es cosa de vagos y desadaptados la gran literatura, es que la quiere imponernos a la brava, como si esto fuera una maldita dictadura. Igual, ¿qué va a saber de literatura un tipo como Uribe que tiene entre sus poetisas favoritas a Ligia Angulo?
Ante la infamia lo único que nos queda es gritar. Acá va este grito.
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