Realmente no me impresiona ni me escandaliza lo que dicen mis queridísimos compatriotas sobre Gerónimo Ángel; era lo normal, lo que se esperaba en esta nación de mediáticos. La gente no está nerviosa o burlándose del proceso de paz, o la dualidad que tiene el nuevo escrito sobre la Ley de Tierras, y lo entiendo. Eso es entuerto de intelectuales, la mente del común no da para eso. Y cuando digo mente del común hablo de la catajarria de absurdos que se burlan de un niño de 13 años porque están blindados, hasta cierto punto, por el anonimato y el envalentonamiento que ofrecen las redes sociales. Insisto, eso era de esperarse, tristemente.
Lo que me molesta sobremanera es la forma pacata en que se ha hecho la defensa del muchacho. Porque aunque ha sobrado la buena fe, desgraciadamente se ha visto la cuestión desde la misma barrera moral en que se encuentran los aciagos payasos que han hecho las delicias a expensas de Gerónimo. Me explico: aquí hay un elefante en medio del debate que no se ha querido ver y es el amaneramiento del agredido. Eso no es ningún secreto. Sus formas y modo de hablar es femenino, y eso salta a la vista, pero que la gente quiera pasar esto por alto creyendo que lo está defendiendo es el colmo del solapamiento.
Que el chico sea así no es ningún pecado, no es bueno ni malo, no tiene nada del otro mundo, simple y llanamente es su forma de ser. Más, parece ser, que la sociedad colombiana aún no lo ha entendido. Pretender que el agredido tiene talante viril, su garbo altivo y es duro en el hablar, es tanto o más ofensivo que las crueles y lastimeras burlas que ha recibido, porque sencillamente lo niegan a él como persona, niegan su identidad y como se representa frente a las sociedad. Algunos tuiteros dicen cosas como: que porque usa botas con taches y camiseta rosada no quiere decir nada, lo importante es que la familia está orgullosa siendo él quien es.
Otros más cosmopolitas aducen lo siguiente: la gente no entiende que los muchachos ahora son así en otros países. Uno curiosísimo es este: ojalá sus hijos no los hagan comer sus palabras. La homosexualidad no es una enfermedad, no es un pecado, no es una maldición, un defecto, una condición, un trauma… y decir lo anterior ya es llover sobre mojado, pero todavía no se ha interiorizado; valga decir que no estoy infiriendo que el muchacho lo sea, cosa que realmente me importa muy poco, lo que quiero decir es que tocar estos temas sigue siendo espinoso, lamentablemente; y ese tabú anacrónico es el que no permite que la percepción acerca de la homosexualidad, el amaneramiento o como lo quieran llamar, todavía no se naturalice, y que algo como eso sea tan baladí como decir que Gerónimo es pelinegro, tiene las cejas pobladas o bilingüe; no, nos cuesta asimilar que él hable suave, sea superlativamente expresivo o tenga ademanes femeninos, de hecho para algunos causa cierta “pena ajena” notarlo, lo que ya es bastante ridículo, haciendo que tengamos una visión empobrecida y moralista del contexto y la gravedad de todo este pandemónium, incluso cuando la intención es buena. Por infortunio, de buenas intenciones está lleno el mundo, y ya ven, no ha servido de nada. De lo contrario no hubiera tanto ignorante jugando con la autoestima de un preadolescente que está en aras de construir su identidad y debería estar, exclusivamente, celebrando que está en La Voz Kids por su talento y gracia.
