Cuentan los abuelos del corregimiento de Zapatosa en el Cesar que desde la época de los inicios de esta población no había luz. Hasta que en 1980 llega la primera planta eléctrica, la cual la prendían los señores Hostín Zayas, Jaiver Pérez y el popular Cesar de 6: 30 p. m. a 8:30 p. m.
Horas después, por las calles, sabanas y quebradas solían aparecer espantos o “espíritus del más allá”, como el perro negro con ojos incandescentes botando fuego por la boca, el toro negro, la llorona loca, la luz corredora, el mohán, la gallina sin cabeza, la madremonte, el caballo de tres patas y con ojos también incandescentes, entre otros, hasta las horas del crepúsculo.
En la quebrada la Escubilla, conocida también como la vena. Recibe este nombre porque alimentaba a las otras dos quebradas cercanas: la de los hombres y la de las mujeres o del faro.
Inmensos árboles de ñecas, acompañados de grandes y fuertes ceibas, rodeaban la quebrada de la Escubilla, en donde niños, jóvenes y adultos iban a divertirse; otros, a comer ñecas y a cazar animales silvestres.
Una de esas ceibas marcó la diferencia:
En 2005, cuando la retraté fotográficamente, contaba con 200 años de existencia. Tenía una raja o hueco de mayor dimensión que aterrorizaba a todo aquel que la veía al pasar a su lado. Cuentan los ancianos que ella nació sola, nadie la sembró. Muchos pasábamos cerca de ella con el credo en la boca, porque según la leyenda, las brujas del pueblo la rasgaron con sus uñas al convertirse en pájaros gigantes y la cogieron como cueva.
Allí, desnudas, hacían sus rituales de bailes, para luego salir a las casas de las personas que a esa hora dormían para asustarlos, otras para robarse a los bebés o niños que no estaban bautizados para chuparles la sangre hasta secarlos. A los borrachos del pueblo los seducían para luego llevárselos y esconderlos.
Al amanecer aparecían en el cementerio o en la ceiba, desnudos y con picaduras en el cuello, como si se tratara de Drácula. Y no es para menos: esta ceiba, aparte de ser cueva de brujas, también se convirtió en cueva de murciélagos y del toro negro endemoniado con ojos rojos incandescentes que acompañaban a estas mujeres a hacer sus maldades a la población.
En el día nos reunimos un grupo de amigos y con hondas conocidas como caucheras, que cargábamos con piedras, intentábamos matar a estos murciélagos.
Actualmente está inmensa ceiba desapareció. Unos dicen que se secó y cayó por lo vieja y pesada que estaba; otros aseguran que la talaron porque no aguantaban tantos murciélagos que, a partir de las seis de la tarde, invadían las casas.
En este que año que ya estamos culminando, la misteriosa ceiba cumpliría 215 años de existencia.
